Resumen Viajero 2020

No perdamos la tradición aunque este año haya sido bien extraño. Último miércoles del año, último post del año, resumen viajero que va. Aquí lo tenéis.


Vamos a decir que este año 2020 ha sido un año atípico. No hace falta que diga cuál es la razón para que esta afirmación sea cierta sin discusión alguna. Nadie de los que aquí seguimos vamos a olvidar este año 2020, ni tampoco, posiblemente, los que nos siguen en un espacio corto – o eso deseo – de tiempo.

La circunstancia nos ha dado con toda la mano abierta en nuestras caras sonrojadas por el buen vivir y el bien estar. Hemos pasado de ser los amos del mundo a convertirnos en seres vulnerables, pequeños y frágiles ante una realidad que se nos antojaba imposible. De un plumazo nuestras vidas se han desdibujado completamente; ni planes, ni sueños, ni deseos. Nada, absolutamente nada de lo que pensábamos hacer – si es que habíamos pensado hacer algo – ha salido como esperábamos. Y eso, confío, nos ha hecho reflexionar.

En el caso de la que aquí escribe, y que siempre lo hace desde una perspectiva totalmente subjetiva, este año no ha significado grandes cambios, pero sí un darse cuenta de algunas cosas que estaban ahí suspendidas, volando encima del día a día, y que han supuesto un poner en valor la vida de una misma, o poner a una misma por delante de muchas cosas. Ese, a grandes rasgos, ha sido el mayor aprendizaje de este año 2020.

Y en lo que se refiere a viajes, ¿qué tengo que contaros? Pues nada más y nada menos que este año 2020 no ha diferido mucho de los pasados años, la verdad. Ni se nos han roto grandes planes, ni grandes aventuras, ni grandes viajes, porque nada de eso teníamos planeado. Sí que hemos cambiado cosas, hemos dejado de hacer otras, pero todo fuese como cambiar un destino o dejarlo para un futuro. Sí, para nosotros eso es así, no tenemos objetivos viajeros, no planificamos el año viajero – ¿cómo vamos a planificarlo si no sabemos cómo estaremos dentro de un par de meses? -, no soñamos con grandes viajes ni estamos mucho tiempo preparándolos, simplemente porque no podemos.

Pero aún así, sin planificar nada, sin tener grandes sueños ni una perspectiva ambiciosa en lo que a eso de viajar se refiere, este año 2020 – y para nosotros – no ha sido un mal año viajero.

Empezábamos el año, y como viene siendo de costumbre – siempre que se ha podido – viajando para mi cumpleaños, el de Marina, en enero. 34 castañas me caían, pero me caían en Bélgica, entre cerveza y patatas fritas. Y entre gofres también, y entre filigranas góticas, pinturas flamencas y un parlamento que perdería uno de sus integrantes una semana después. Ese viaje a Bélgica fue el principio del fin, faltó el canto de un duro para no poder realizarlo. Pero en esos momentos no sabíamos nada de lo que estaba pasando, apenas un audio felicitándome de mi amiga Anna, que vive en China, me decía no sé qué de una gripe y que la gente se había vuelto paranoica. Y tan paranoica…

🖱Nuestro viaje a Bélgica resumido en un post.

Tras Bélgica venía el mes de febrero, y en febrero habíamos prometido volver a Teruel, porque se celebraban las Bodas de Isabel. Habiendo estado en la edición de 2019 (puedes leerlo aquí), teníamos pensado regresar el 2020 y llevarnos con nosotros a una alumna que siempre se apunta a a un bombardeo, y a la que le hacía mucha ilusión viajar a Teruel. Fuimos a Teruel y lo gozamos mucho. Sería de las últimas cosas que haríamos.

Y nada, llegó marzo. Fallas, Magdalena, conciertos a la vista ¡JA! Pues parece que la gripe esa era algo más que una gripe simple y común, y que el mundo iba a colapsar, y con él nuestros planes viajeros – y de cualquier otro tipo. Admito que en una primera instancia lo tomé bien, y es que según iba viendo lo que pasaba en el resto del mundo tenía claro que un par de semanitas íbamos a estar en casa encerrados. Un par de semanas encerrados, era lo que tenía en mente. Un par, no 50 días, que fue el tiempo que estuve sin pisar la calle. 50 días, que se dicen pronto. No me lo creo ni yo.

Como digo, primero la cosa fue bien, me puse reflexiva, entendí que no estábamos perdiendo libertad, porque la libertad radica no en lo que puedes hacer, sino en la capacidad de decidir aquello que no debes hacer, y entendía que lo que no debía hacer era lo que me decían que no debía hacer, y entonces pensé que no era momento de pensar en viajar, ni tampoco en muchas otras cosas.

Tras marzo vino abril, y en abril la cosa seguía igual de jodida, y ya habían pasado esos 15 días, y esos 15 días se convertían en 30. y de abril llegamos a mayo y por fin, el 2 de mayo pude salir de nuevo a la calle, después de más de 50 días encerrada. Y salí a la calle, ya bien entrada la tarde, y pasee por el campo, escuché el canto de los pájaros que cantaban más fuerte que nunca, vi con mis propios ojos cómo la naturaleza había descansado de nuestra actividad y se había puesto bien guapa. Salí a la calle pero, sorprendentemente, no sentí nada especial.

Esos días no podía salir del término municipal del pueblo, que no era el mío sino el de JJ, donde había pasado todos esos días de encierro necesario para intentar mejorar algo la situación, o tomar algo de aire frente a ella. Y tras un par de semanas, por fin, pude ir hasta el mío. Decidí hacerlo a pie, llevaba caminando desde el día que nos habían dejado salir un montón, incluso el primer día – el 3 de mayo – me hice llagas en los pies de tanto que andé, y de no haberlo hecho en mucho tiempo. Llegué al pueblo a pie, y parece ser que hice algo ilegal, porque no podía desplazarme caminando sino en vehículo, que si quería caminar por el monte tenía que hacerlo con una excursión o yo qué sé. La cuestión, que cogí la Vía Augusta y tras 45 minutos de caminata llegaba a mi pueblo, y me reencontraba con mi gran amiga Lorena, a la que hacía más de 2 meses que no veía. No nos abrazamos, no nos besamos. Chocamos los pies y el codo, nos dijimos un montón de cosas y nos fuimos a tomar un café a la plaza del pueblo. Me topé con un montón de gente que hacía un montón de tiempo que no veía, me encontré con los alumnos y que tras 2 meses, solo 2 meses, habían crecido un montón. Fue un día muy especial, y ese día fue el día que hice click, y me dije: no dejes jamás de hacer lo que deseas porque no sabrás cuando podrás volver a tener la oportunidad de hacerlo.

Uno de los mejores cafés de mi vida.

Y ese mayo glorioso fue el que nos animó a una servidora, a sus amigas, y espero que a mucha otra gente, a dar un cambio en su vida, por muy pequeño que fuese. No íbamos a dejar pasar ni una oportunidad de salir a la calle, de disfrutar, siempre con responsabilidad, de todo lo que al vida nos ofrecía. Estábamos a mediados de una primavera inexistente y se vislumbraba un verano atípico pero glorioso.

Empezamos a caminar por el pueblo, por los alrededores del mismo. No era nada nuevo para mí, no es que comenzara a poner en valor lo cercano en ese preciso instante. Siempre he tenido muy claro que lo próximo es tan válido como lo más apartado y lejano, que no por estar aquí sea peor que el hecho de estar allí. No es el año que he descubierto que viajar por la provincia o país en los que vivo sea algo maravilloso. No lo he descubierto este año porque eso ya lo sabía.

Llegó junio y nos fuimos hasta la Serra d’Irta a disfrutar de la naturaleza para celebrar el cumpleaños de otra de nuestras amigas, y con junio llegamos también hasta el nacimiento del río Cervol, en el término municipal de Morella. Y en junio llegó el fin de la desescalada justo el día antes del cumpleaños de JJ. Sí, podríamos celebrar el cumple de JJ viajando.

El 22 de junio nos subíamos al coche y poníamos rumbo a Cantabria. No exagero si digo que tuve una extraña sensación al ir pasando de una provincia a otra, me sentía como una especie de forajido. El viaje, que monté con dos semanas de antelación – tras la suspensión de otro distinto que había montado en enero – nos salió genial. La sensación de viajar con el Covid en el ambiente no fue del todo buena: llevar mascarilla era de menos, lo más jodido era no poder disfrutar de los destinos en su plenitud.

🖱Nuestro viaje a Cantabria explicado al detalle.

Continuó el verano y el grupo de amigas no dejamos de realizar salidas domingueras ni una semana. Bien era una caminata, bien una excursión a pueblos de Catalunya y Aragón, o por la propia provincia de Castelló. Fuera lo que fuese, y siempre en la medida de lo posible, hicimos lo que nos apetecía en ese momento. Pasamos por el Maestrazgo, por el Matarraña, también por la Terra Alta. Nos fuimos a muchos sitios que yo ya conocía, y me encantó descubrir esos lugares a mis amigas, y ver cómo disfrutaban tanto con lo que tanto me gustaba a mí.

Llegaba agosto a su fin cuando hicimos algo que yo siempre había soñado hacer: viajar en furgoneta. Adecentamos un poco la furgo del campo, nos montamos una cama, la llenamos de trastos y nos pasamos casi una semana recorriendo Castilla y León. Agosto llegaba a su fin, pero no nuestras aventuras viajeras. Eso había sido solo el principio.

🖱Nuestro viaje a Castilla y León en furgoneta dividido por etapas.

Continuamos haciendo excursiones, y estuvimos en Siurana de Prades o en Puertomingalvo entre otros sitios, y aprovechando que la cosa todavía estaba más o menos bien, nos subimos de nuevo a la furgoneta y nos fuimos unos días a Navarra, a disfrutar del otoño grandioso que allí tienen la suerte de vivir. Se cumplía, aunque nadie se lo crea, uno de mis grandes sueños: pude visitar Irati y Zugarramurdi de una tacada.

Y aunque pensábamos que el de Navarra iba a ser el último viaje del año, 2020 aún nos guardaba otra sorpresa: nos íbamos, a finales de diciembre, a la Costa Blanca, y gracias al Bono Turístico de la Generalitat Valenciana. Por menos de 100 euros pasamos 4 días fantásticos en Benidorm y alrededores.

Y así terminaba nuestro 2020, un año raro de narices, malo en muchos aspectos, pero revelador en muchos otros. Espero que todos hayamos aprendido algo estos 365 días que ya casi hemos dejado atrás, y no lo olvidéis: no dejéis de hacer aquello que amáis.

Una filósofa y un politólogo que amana viajar y lo hacen a pesar de los pocos recursos que tienen. Viajar es más que un capricho, viajar es una necesidad y aquellos que somos pobres en un primer mundo de opulencias tenemos derecho también a realizar nuestros sueños viajeros. Porque los pobres también viajamos.
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