Monsanto | El pueblo de piedra

Portugal es un país fascinante lleno de rincones bonitos y pueblos preciosos que dejan sin aliento a cualquier persona amante de los enclaves singulares. Monsanto, muy cercano a la frontera, enfrentado geográficamente con Extremadura, es uno de esos pueblos de los que has escuchado hablar un montón de veces y que al final te animas a visitar. Lo que encuentras supera las expectativas.


La visita a Monsanto, en nuestro caso, no es premeditada. Conozco el pueblo por haber estudiado el país de Portugal para potenciales visitas y que nunca pasan a realizarse. Como siempre digo, es muy bueno ir trabajando los destinos cercanos porque nunca sabes cuándo vas a tener la oportunidad de visitarlos. Si esta se da, entonces, lo que has estudiado lo tienes en la cabeza y te ahorras tiempo y puedes improvisar. El conocimiento, en todos los ámbitos de la vida, es poder. También en los viajes.

Como digo, conocer Monsanto de antemano permite que nuestro viaje que en un principio debe ser por el norte de Extremadura se amplíe un poco más allá. Ya sabéis, hemos dejado de ir a hoteles, buscar ofertas, depender de lo económico del alojamiento para poder viajar y ahora nos lanzamos a la carretera con la Agrovan. Ello nos da mucha más libertad en todos los aspectos: libertad a la hora de escoger destino, libertad a la hora de traspasar fronteras y libertad económica, porque solo invertimos en transporte y en alimentación. El cambio de viajar al uso, de manera tradicional, a viajar en furgoneta – aunque esta sea lo más básico que puedas encontrar, una especie de tonel de Diógenes – ha supuesto un cambio en nuestras vidas que puedo calificar, sin caer en la exageración, de 180ª.

Monsanto, desde lo alto.

Y con esas, con el transitar por Extremadura, encontrarte en Coria, ver la frontera allá y apetecerte ir a Portugal un rato, que hace dos años que no cruzas la raya y paseas un rato por el país luso, llegas a Monsanto una noche de inicios de septiembre, con las fiestas a punto de comenzar y sin el lugar que tenías pensado para dejar la furgoneta. La suerte te acompaña porque la verbena es al día siguiente y, aunque no puedes dejar el vehículo en el lugar premeditado, sí lo puedes hacer un poco más allá, más a lo alto, casi a los pies del pueblo de piedra. Porque te lo permiten, porque resulta que el espacio de pernocta para autocaravanas es ahora la pista de baile del pueblo. Y así llegas a Monsanto, siendo noche cerrada, y con pocas pistas en el horizonte de lo que te vas a encontrar al día siguiente.

Monsanto, el pueblo de piedra.

Te despiertas pronto, porque cuando viajas lo del despertador es inútil. Antes de las 8 de la mañana ya tienes los ojos como platos, abiertos a más no poder. Te pica el gusanillo aventurero, la curiosidad te desvela. Tienes que ponerte en marcha pronto y eso haces ese día. Y menos mal, porque en un momento de nuestra Historia en el que los veranos se alargan – desgraciadamente – hasta noviembre, una mañana de septiembre es casi como una de julio. Ahora sabrás el porqué digo que nos salva el despertarnos pronto, pero te introduzco un poco en el asunto: Monsanto, llano, no es.

Partimos de la zona de aparcamiento, a los pies del casco histórico, y que parece ser de pago durante el año pero que – y no sé si debido a la celebración que hay unos centenares de metros más allá – esos días no se cobra. Desde allí empezamos a subir para llegar a las puertas de Monsanto, y esto es literal.

Lo primero que te encuentras después de haber caminado un poquito colina arriba es con la Puerta de San Sebastián, recuerdo de fortaleza que da la bienvenida al visitante. En ese momento el pueblo empieza a ser algo como una cuesta tremenda, casas de piedra, bajas, con flores, de color pardo y coquetería portuguesa a un lado y otro de la calzada. A medida que vas subiendo, la piedra deja de estar labrada a convertirse en algo salvaje. Y sí, resulta que Monsanto está construido entre rocas, grandes moles pétreas que en algunos casos son parte misma de las viviendas. Y eso lo empiezas a ver a medida que vas yendo hacia el castillo. Porque claro, tú, persona amante de las fortalezas, ves una señal donde pone «Castelo» ya allá que vas sin pensar si la ruta es la mejor para hacer una mañana antes de haber desayunado. Menos mal, y como he dicho antes, que nos hemos despertado pronto y el calor todavía no aprieta demasiado.

Os he dicho antes que estudias por si las moscas, que cuando tienes un rato libre te pones a fantasear con posibles destinos y entonces tienes guardados en tu archivo mental un montón de lugares que son interesantes y que están ahí, en el cajón de sastre y por si las moscas. Eso lo haces, pero lo que no haces es estudiarte todas y cada una de las posibilidades de ruta que hay en los pueblos y, claro, eso pasa factura.

Vemos la señal que indica el camino hacia el castillo de Monsanto. Castillo templario que está en ruinas, pero que está rodeado de una necrópolis conocida como de Sao Miguel y que es fácil de visualizar, si es que todavía te queda aliento.

Comenzamos la subida encontrándonos con los primero ejemplos de viviendas construidas en las rocas, puertas que se abren a través de la piedra y que aprovechan las oquedades para levantar las viviendas. Escalones de piedra, desiguales y gastados, nos guían en una subida que se hace pesada ya desde el inicio. El pueblo termina y aparece ante nosotros un herbazal desparramado por la ladera y acompañado de extrañas construcciones naturales hechas con cantos rodados enormes y que a medida que vas subiendo se convierten en algo más espectacular.

Llegamos a los Penedos Juntos, dos grandes rocas, enormes, descomunales, que se sujetan la una a la otra y que a mí, personalmente, me despiertan algo de vértigo. Nosotros no estamos allí por esas rocas sino por querer llegar al castillo, pero no hay castillo que veamos por ninguna parte. Yo me quedo mirando a mi alrededor y la pendiente, junto a esas rocas que parece que vayan a aplastarnos, unido todo ello al desconocimiento de la ruta y la incerteza de llegar a buen puerto o no me crean algo de inquietud. Pero qué voy a hacer, ¿dar la vuelta? Todo lo contrario: seguimos subiendo, que hay que despertar el apetito para desayunar.

Tras seguir un camino algo desesperado y por mi mente pasar todo el rato ideas raras del tipo cómo narices voy a bajar por este camino si solo con mirar me tiemblan las rodillas llegamos a la necrópolis de San Miguel que se compone de algunas tumbas antropomorfas y que se ven claramente, sin ningún tipo de esfuerzo, porque son muy evidentes. Acompañando a la necrópolis está la capilla de San Miguel, anterior a la zona de enterramientos – podemos situar estos lugares entre los siglos XII y XV.

Desde ahí hay unas vistas espectaculares, pero el castillo solo se intuye. Seguimos unos pasos más arriba y, por fin, tenemos la fortaleza frente a nosotros. Hemos llegado al castillo templario de Monsanto, de dimensiones considerables y en ruinas – aunque en esos momentos ya hay operarios trabajando en su recuperación.

La historia de este castillo se remonta al siglo XII y tiene restos románicos y góticos. En el siglo XIX una explosión lo destruye casi por completo, pero el recuerdo del lugar está ahí, y metiéndote a través de las puertas y paseando por lo alto de torres y murallas te puedes hacer a la idea de lo que debió ser aquello hace casi 1000 años. Sin ninguna duda, el esfuerzo de la subida ha valido totalmente la pena.

Pasamos allí un buen rato, subiendo a todos los sitos que se pueden subir, acercándonos al punto geodésico y desde el que se tienen unas vistas increíbles. Una vez habiendo abierto suficientemente el apetito decidimos regresar sobre nuestros pasos. ¡Ah, no, calla! Que resulta que hay un camino acondicionado para llegar al castillo. Nos ha podido el ansia…

Volvemos al pueblo por la Rúa do Castelo entrando de nuevo al casco histórico. Allí, vemos las furdas, antiguas pocilgas hechas en medio de la roca. A mi juicio, esa parte del pueblo es la más bonita, porque es donde se percibe mejor la construcción de la localidad entre rocas, entre esas piedras enormes que recuerdan, en algún modo, a la localidad castellonense de Vilafamés.

Paseamos un rato por las calles estrechas y buscamos un lugar para desayunar. Serán y alas 10 de la mañana y nos merecemos tomarnos, aunque sea, un buen café. Encontramos un lugar coqueto, la Taverna Lusitana, que tiene una terraza en lo alto con unas vistas espectaculares. Somos los únicos, además de los trabajadores de las obras y quien regenta el bar, quienes estamos presentes en el pueblo. Será una suerte para nosotros, intuyo, porque parece ser que esta Aldeia Histórica de Portugal es uno de los lugares más concurridos de esta parte del país, que suele ser menos visitada.

Tras el café y el pastel de nata, recién hecho, continuamos nuestra ruta por el pueblo. Iglesias, grutas, ermitas, la casa natal de Fernando Namora, y unas vistas increíbles de todo el territorio nos acompañan en esa mañana de septiembre que empieza, ahora sí, a ser calurosa.

No nos extraña, para nada, que Monsanto sea un lugar tan deseado por los turistas. El que dicen que es el pueblo más portugués de Portugal no nos decepciona. El buen estado de conservación de la localidad, la preservación de sus construcciones históricas, desde las pocilgas, pasando por las grutas, las muchas capillas, también iglesias y todo ese halo de lugar anclado en el tiempo que se desprende a cada paso hace de la visita a Monsanto un imprescindible.

Sin ningún tipo de duda, la improvisación ha valido la pena. Aunque como siempre digo, no hay cosa improvisada que salga bien sin estudio previo.

Nos despedimos de Monsanto regresando al vehículo, cruzando de nuevo la Puerta de San Sebastián y llevándonos una muy buena sensación en nuestros cuerpos. Portugal, otra vez, nos deja satisfechos como viajeros que somos. Volveremos.

Las calles vacías en un lugar siempre concurrido.
Una filósofa y un politólogo que amana viajar y lo hacen a pesar de los pocos recursos que tienen. Viajar es más que un capricho, viajar es una necesidad y aquellos que somos pobres en un primer mundo de opulencias tenemos derecho también a realizar nuestros sueños viajeros. Porque los pobres también viajamos.
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4 pensamientos en “Monsanto | El pueblo de piedra

  1. Tiene delito que yo, siendo estudiante de historia, no haya visitado este municipio portugués con tanta historia. También es cierto que por cercanía siempre que viajo a Portugal voy por la zona del Algarve ya que es la que más cerca me pilla.

    Pero me lo apunto para unos días de escapada que me cojo en diciembre. Solo por lo que habéis mostrado merece la pena.

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