Bujaruelo | El tímido paraíso del Pirineo

Qué maravilloso es cuando visitas lugares sin haberlo planeado. Qué fantástico que esos lugares te dejen sin palabras. Cuántas sorpresas esconde el mundo, el lejano, pero también el cercano. Y de sorpresas está lleno el Pirineo. Hoy te llevo a Bujaruelo, el tímido paraíso pirenaico en Huesca


Estas situaciones, que se dan mucho más frecuentemente de lo que solemos contar, son las que más me gusta vivir cuando viajo. Un pueblo que no conocías, un barrio que te sorprende, un monumento inesperado… Planear las cosas pero estar abierta a que el mundo te sorprenda enriquece mucho la experiencia viajera. Y así es como, dejando que el mundo me sorprendiera, fue como llegué al Valle de Bujaruelo, en Huesca.

Que vivan las sorpresas.

Debo poner en contexto esta visita y este artículo, porque el lugar da para un libro, pero tal vez nuestra excursión no dé para un artículo que se centre en una actividad en concreto en este valle recóndito de Huesca. Pero tengo que escribirlo, porque Bujaruelo, ese valle oscense deshabitado, ha sido una de las mayores sorpresas que el Pirineo me ha dado en estos últimos tiempos. Y cuidado, decir esto son palabras mayores.

Dicho esto, empiezo con la historia.

Habiendo visitado la Pardina del Señor, uno de los lugares que recomiendan visitar en otoño, y que se encuentra en Fanlo, también en Huesca, quiero continuar la ruta del día yendo hasta el Cañón de Añisclo. Este último es uno de esos pendientes que tengo desde hace tiempo y que por falta de tiempo cuando subo al Pirineo en otoño nunca puedo visitar. Mis escapadas montañesas otoñales suelen ser de día y medio o dos, ya no dispongo de más tiempo para hacerlo, de modo que tengo que hacer una selección muy atinada de lo que voy a visitar.

Como digo, vamos a la Pardina del Señor y después de una ruta de tres horas – empezamos por la mañana, a caminar se sale pronto – nos disponemos a comer pan con albóndigas de bote para después intentar llegar a Añisclo. Digo intentar porque sé que la carretera principal está cortada esos días, por obras. Algunas de las rutas que discurren por el cañón son impracticables por la misma razón, pero la información a la que he llegado no dice en ningún momento que no se pueda llegar a Añisclo de ningún modo. Yo no lo consigo – o no me atrevo.

Después de Fanlo seguimos hacia adelante, hasta Nerín. Allí la carretera que te lleva al cañón – a escasos dos kilómetros del punto en el que nos detenemos – está cortada. No puedes avanzar y tienes que dar la vuelta. Nos acercamos a Nerín, último pueblo que aparece en el mapa con carretera. Allí comemos, con las vistas maravillosas de la espalda de Ordesa frente a nosotros. Hay una pista forestal por la que van coches. JJ supone que aquello te lleva a Añisclo. Yo no quiero ir por aquella pista, por la ladera de la montaña, no sabiendo a dónde lleva. Pues nada… que no hay forma de llegar al cañón. Mejor, yo no conozco la forma de llegar, y tampoco me urge tanto hacerlo. En la vida hay cosas insalvables; una visita a un espacio natural cuando no se está segura de cómo hacerlo no es una de ellas.

Así, nos encontramos con medio día por delante. La lluvia, que tenía que asomarse después de mediodía, ha decidido no presentarse. Luce un sol maravilloso y el otoño, aunque algo retardado este año – ya sabéis, que eso del cambio climático son tonterías, ¿verdad? – empieza a despuntar. La Pardina el Señor estaba menos otoñal de lo que esperaba, y quedarme sin Añisclo me desanima un poco. Regresamos sobre nuestros pasos, hasta Sarvisé. Volvemos sobre Broto y nos asomamos a la cascada del Sorrosal. Tantas veces que hemos pasado por Broto y no la habíamos visto nunca. Pues con las lluvias la cascada del Sorrosal está fantástica – y cómo lo estará al día siguiente, aunque eso es ya otra historia. Una vez vista esta cascada, de fácil acceso desde el aparcamiento – unos pocos minutos a pie, nada más – nos decimos: ¿y qué hacemos ahora?

Esa parte del Pirineo la conocemos ya. Hemos estado en Ordesa anteriormente, haciendo la Senda de los Cazadores, y casi todo lo que rodea ese punto de Huesca esta en nuestra libreta viajera de sitios visitados. Digo casi todos porque hay uno que está ahí, como futurible, pero para el que no ha surgido ocasión de visita. Ese lugar es el Valle de Bujaruelo, en el límite de Ordesa, y creo que estando en Broto es momento de visitarlo.

Nuestro paso por el Valle de Bujaruelo

Salimos de Broto, como digo, y con la idea de conducir unos pocos kilómetros en casi media hora de tiempo para llegar a Bujaruelo.

Bujaruelo es un valle deshabitado en el norte de Huesca, rayando con Francia – si caminas y caminas, no mucho, puedes cruzar la frontera – y que tiene un acceso un poco más complicado que otros valles. Tal vez lo bueno de Bujaruelo sea eso, que para llegar tengas algo más de problema – porque la carretera es más bien un camino – y todavía no está muy saturado.

Bujaruelo es vecino a Ordesa y la fama se lo lleva el segundo. Ordesa es un espectáculo; Bujaruelo no lo es menos. Venga, os digo – y me mojo mucho, tanto que puede que sea chaparrón – que Buajruelo me parece más espectacular que Ordesa. ¿Por qué? Tal vez sea la sorpresa, lo inesperado, la poca expectativa. Bujaruelo es espectacular. Pero no adelantemos acontecimientos.

Para llegar a Bujaruelo lo que tenemos que hacer es, partiendo de Torla, seguir la carretera hacia Ordesa. Verás, a tu mano derecha, el acceso a Ordesa que suele estar cerrado a vehículos particulares – puedes leer más cosas aquí al respecto. Debes seguir el cambio de sentido y dirigirte hacia la izquierda, cuando empezarás a transitar por una vía en no muy buen estado y que transcurre por pasos estrechos, casi rozando la ladera de la montaña.

⚠ Ten cuidado cuando vayas por la carretera que te lleva hasta Bujaruelo. Debes ser consciente de que se trata de una carretera de montaña, estrecha, con firme irregular y a veces de conducción complicada. Si vas con un vehículo grande presta mucha atención.

El camino hacia la boca del valle, donde se encuentra el puente románico que es lo que más nos interesa en un principio, es ya todo un espectáculo. El otoño, en el Pirineo, es de ensueño, y allí, en Bujaruelo, se asoma más que en otros puntos de la zona donde todavía está a medio gas.

Cuando llegas al puente de Santa Elena la sorpresa es inmediata. Tienes que detener el vehículo casi impulsivamente y quedarte un rato admirando la belleza de ese enclave. El puente salva el río Ara y la belleza del otoño, allí, se desprende con soltura, lucidez y casi magia. Desde allí continúas, por la pista que no está asfaltada, cobijada por la sombra de árboles frondosos y sintiendo el traqueteo de las piedras recorriendo todo tu cuerpo.

Después de conducir algo más de media hora para hacer unos 10 kilómetros llegas a la zona de aparcamiento público donde puedes dejar tu vehículo. El espacio es amplio y nosotros, ese día, no tenemos ningún problema para aparcar. No sé cómo estará en otras ocasiones, pero no debemos ser más de 10 entre coches y furgonetas.

Acabo de contar 11. 12 con el vehículo que hay en el cámping, a la izquierda del todo.

Dejando lo práctico de lado, vayamos a lo experiencial: Bujaruelo es una tremenda sorpresa, mucho mejor de lo que esperaba, todavía sin haber llegado al puente románico, y eso que se encuentra a unos pocos metros.

Esos días ha llovido – y más lloverá esa misma noche – y las montañas escupen agua. Decenas de cascadas discurren ladera abajo, abriéndose paso entre una vegetación frondosa que cumple todos los estándares otoñales. Los colores, que van del verde oscuro hasta el rojo carmesí, pintan las pendientes que en lo más alto, en el pico, están salpicadas de blanco. La estampa es increíble y yo no dejo de hacer fotos. Hay otros que han ido expresamente allí a disparar ráfagas y ráfagas de imágenes con sus cámaras profesionales, con esos objetivos carísimos que te dejan unos paisajes niquelados. Sí, si te gusta la fotografía Bujaruelo es un paraíso para ella.

Nos acercamos hasta el puente románico de San Nicolás de Bujaruelo pasando primero por el cámping – una parcela acotada al lado mismo del aparcamiento publico – y por el refugio de Bujaruelo, dejando atrás la Ermita de San Nicolás de Bujaruelo a la que, en un primer momento, no le prestamos demasiada atención.

No es para menos: la estampa formada por el puente, el río y las montañas es de postal. He visto muchas veces imágenes de este lugar y me han parecido preciosas. La realidad supera cualquier acción humana. Aquello es tan bonito como lo pintan – o como lo fotografían.

Estamos allí un buen rato, JJ mirando al infinito y yo usándolo de modelo para mis fotos. Es que no puedo parar de apretar el botón de disparo: ahora con la cámara, ahora con el teléfono móvil. Espera, no te muevas, espera, ponte ahí, que con esa chaqueta roja parece que te hayas vestido a propósito para pasear por este lugar.

Finalmente me subo yo al puente y veo unas señales. En este punto tengo que advertiros una cosa: nuestra visita no está preparada. Como he explicado en la introducción, que se cancele una parte de los planes hace que vayamos hasta Bujaruelo con el fin principal de ver el puente románico. Eso, después, será lo de menos. Decido, en ese preciso instante, que vamos a caminar un poco por el valle. Un poco, no mucho, porque han pasado las cinco de la tarde y ya oscurece pronto. Haremos un paseo hasta llegadas las seis. Media hora de ida, media hora de vuelta. Qué lástima, y eso lo digo ahora, no haber ido con más tiempo. De saberlo, y después de comer, hubiéramos estado allí.

Seguimos el curso del río Ara, hasta lo que supongo será su nacimiento. Las aguas son cristalinas, puras, frías. Vamos ahora por una pradera acompañada de altas montañas, un poco apartadas, pero siempre protectoras. El paseo es fácil, todo llano, aunque en algún momento tenemos que cruzar el río por encima de piedras que desafían tu equilibrio. Aquello nos parece divertido.

El paseo se alarga; yo no puedo parar de hacer fotos. Aquello está magnífico. No esperaba encontrarme ese sitio así de bonito. Seguimos la ruta ornitológica pero no la hacemos toda. No tenemos ninguna intención de hacerla, solo tenemos intención de explorar el sitio, adentrarnos un poco en él, ver lo que hay más allá de la primera impresión que supone ese puente tan bucólico.

Lo que hay más allá es increíble, eso ya os lo he dicho. El paseo es fácil, llano, sin dificultad más allá de algún paso de río. Disfrutas a cada zancada que das y te quedarías allí para siempre.

Nos metemos en la Pradera de Laña Larga sin llegar hasta el puente de Oncís. Damos la vuelta antes porque son las seis de la tarde. El sol empieza a descender y tenemos que volver. Estar en la montaña no es un chiste, aunque el recorrido te parezca fácil. Regresamos deshaciendo nuestros pasos pero sin dejar de disfrutar del entorno. El paisaje se convierte en algo mágico – más si cabe – debido a la luz cambiante del atardecer. Los picos de la montaña, que antes eran blancos, ahora son amarillos. La luz deja de cegar al ojo cuando se esconde de manera tímida tras las moles pétreas que nos rodean y todo se tiñe de tonos dorados. El contraste de las rocas en lo alto, los salientes y cortantes, se hacen más evidentes. Yo no puedo dejar de flipar.

Llegamos de nuevo el puente románico. Ahora sí prestamos un poco de atención a la ermita de San Nicolás de Bujaruelo. Entramos en el refugio y nos tomamos dos cañas – muy caras. Nos subimos a la furgo y salimos por donde hemos entrado. Nuestra impresión es que aquello merece mucho la pena, en cualquier época del año. No discrepamos cuando decimos que allí tenemos que volver, preparando las rutas y planeando bien la salida. Bujaruelo lo merece, para mí es el tímido paraíso del Pirineo. Si estás pensando en visitarlo, ni te lo pienses.

Más información

Son múltiples las rutas que puedes hacer allí. Las hay de fáciles – como la que yo te menciono – y de más complicadas – puedes hacer la Brecha de Roland – y subir a algún ibón – como el de Bernatuara. Con una buena planificación, y por mis gustos, hubiese subido al ibón, una ruta que son cinco horas en las que se recorren 12 kilómetros y hay 1000 metros de desnivel. Esta ruta es más acorde a las que nosotros solemos hacer cuando salimos a la montaña.

Nosotros seguimos estas señales.

De todos modos, yo te dejo aquí un enlace con las diversas rutas que se pueden hacer desde allí para que tú planifiques mejor tu salida al Valle de Bujaruelo. Aunque sin ruta, y como ves, también se disfruta. Creo que es un lugar apropiado para ir con niños y que puedan disfrutar de la naturaleza y de la montaña sin hacer grandes esfuerzos. Siguiendo la senda ornitológica puedes caminar por la pradera, ver vegetación diversa, aves y unos paisajes impresionantes. Para mí Bujaruelo es una gran opción para quien disfruta de la montaña de una manera más dura, pero también para quien no quiere o no puede hacerlo.

Y eso es todo lo que te quería contar sobre este sitio. Espero que te haya gustado, que te animes a visitarlo y que lo hagas de una manera respetuosa.

Una filósofa y un politólogo que amana viajar y lo hacen a pesar de los pocos recursos que tienen. Viajar es más que un capricho, viajar es una necesidad y aquellos que somos pobres en un primer mundo de opulencias tenemos derecho también a realizar nuestros sueños viajeros. Porque los pobres también viajamos.
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2 pensamientos en “Bujaruelo | El tímido paraíso del Pirineo

  1. Muy buena entrada.

    Lamento la tardanza en escribir en este post. Una serie de circunstancias me han tenido alejado del mundo bloguero últimamente.

    Pero me encanta la entrada. Aunque no practico senderismo de forma asidua, si que me encanta caminar. Y en mi afición a la fotografía, una de las cosas que más me gusta es la fotografía de paisaje natural, por los que zonas como esta se me juntan dos pasiones.

    Aprovecho para desear un feliz año.

    1. Buen año antes que nada, Antonio.

      Como ves, yo tampoco estoy muy activa, pero intento no desaparecer del todo.

      Si no practicas senderismo pero te encanta caminar, este lugar es tu lugar. También por lo de la fotografía. Creo que es un espacio natural increíble que no tiene nada que envidiar a otros espacios naturales cercanos a él y más conocidos. Caminar por allí, como muestro en e artículo, es fácil y cómodo, y el solo hecho de andar se convierte en un fin den sí mismo. No hay que llegar a ningún lugar, simplemente se trata de caminar y caminar, mucho o poco, y disfrutar.

      Espero que puedas visitarlo pronto.

      Un abrazo.

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