Valle de Tena y Valle de Ossau | Ruta en coche

Pronto, un martes de octubre muy pronto, por la mañana. El sol apenas ha salido y nosotros ya estamos preparados de nuevo para echarnos las maletas al cuello y comenzar una nueva aventura. Esta vez no somos dos, somos cuatro, y nuestro destino va a ser el Pirineo Oscense y Francés. Nuestro viaje empieza ya.

La preparación del viaje

Lo que comenzó como una especie de coña una noche de agosto entre patatas bravas y cervezas acabó convirtiéndose en un viaje cuasi de improviso. Mi tía tiene una casa en Lleida. Nos dicen. Hombre, pues… ¡vayamos! Contesto, con ese descaro que a veces me caracteriza. Ya lo hablaremos, es la réplica que recibo, y que entiendo como una especie de fin de conversación. Pues no, la proposición iba en serio y una semana antes de la fecha empezamos a planificar el viaje. Mi tía se marcha tal día y durante esa semana estará vacía. Genial entonces, vayamos esos días y pongamos Lleida como sede central de nuestra expedición. Podríamos ir aquí, y allí, y desde allí hasta este otro lugar. Mi espíritu de guía de viajes en potencia aparece sin ningún tipo de escrúpulo y me pongo a buscar lugares interesantes para ver. ¿Habéis estado aquí? Nosotros tampoco. ¿Y aquí? ¡Mira qué pueblo tan chulo! Los comentarios que forman los preparativos de cualquier viaje van surgiendo hasta que en la pantalla del móvil aparece el siguiente: Que dice mi tía que mejor se va la semana siguiente, que le apetece más. ¡Vaya por Dios! ¿Y ahora qué? Tras un par de horas de crisis decidimos que bueno, que sí, que estaría bien eso de alojarnos gratis, pero vamos… que saco mis armas de viajera ahorradora y busco alojamiento en un pis-pas. Y eso es lo que hacemos: adiós Lleida. Hola Huesca.

Por qué Huesca (otra vez)

Nuestra experiencia en los Pirineos el año anterior, por las mismas fechas, fue tan satisfactoria que yo estaba casi obsesionada con volver allí. De hecho, cuando comenzó septiembre solo esperaba que llegase el otoño para tener la oportunidad de disfrutar de esa cordillera tan maravillosa en octubre. Es por eso que propongo  como destino Huesca para este viaje, aunque también suma puntos a este destino el hecho que en Huesca hay un montón de alojamiento económico en forma de apartamentos, al menos sí lo hay entre semana y fuera de temporada. Además, Huesca tiene un montón de cosas que ver y que nos encantan: pueblos, naturaleza, monasterios… De este modo, reservamos alojamiento y trazamos una ruta que después no seguiremos.

Comienza el viaje

Primera parada: Torrebesses (Lleida)

Pero comencemos con el viaje. Desde nuestro punto de partida tenemos unas cuatro horas hasta Sandiniés, en pleno Valle de Tena, donde estará nuestro cuartel general. Nuestra primera parada antes de llegar al Pirineo es un pequeño pueblo de Lleida, un poco antes de llegar a la capital, en el que paramos para tomar un café y estirar un poco las piernas. El lugar en cuestión se llama Torrebesses y del que no conocemos nada, ya que nuestra parada es coyuntural, aunque al aparcar el coche nos encontremos con algo que nos sorprende bastante. Se trata de la Iglesia Nueva.

La Iglesia Nueva de Torrebesses comenzó a construirse en el año 1869 debido al aumento demográfica, por lo que la iglesia románica de San Salvador se quedó pequeña. Los gastos de la construcción de la iglesia debían correr a cargo de todos los vecinos, pero al año de comenzar la construcción tuvieron que parar las obras ya que no tenían capacidad económica para construirlas El alcalde de entonces e impulsor de la obra, Tomàs Ballesté, vendió sus fincas para poder continuar con la obra, pero, pese a todos los esfuerzos, no pudo ser terminada y hoy en día quedan la fachada y los muros.

 
  

Desde la Iglesia Nueva vamos hasta un bar y nos damos cuenta, mientras caminamos, que las casas de piedra son bastante grandes y señoriales, y es que en esta localidad se conservan todavía hoy viviendas renacentistas, barrocas y góticas. De este pueblo nos vamos sin más, sin visitar su castillo, ni tampoco su iglesia románica, o su ermita, además de las construcciones de piedra en seco, tan comunes también en nuestra zona.

Segunda parada: en busca de la ermita de Santa Elenea (Huesca)

Subimos de nuevo al coche y continuamos, dejando la Sierra de Guara a nuestra derecha o la ciudad de Huesca a la izquierda. Nuestro camino continúa hasta llegar a Sabiñánigo y desde este lugar emprendemos la carretera que se sumerge ya en el Valle de Tena. A pocos kilómetros de llegar a nuestro destino vemos en lo alto, a nuestra derecha, una construcción extraña y un poco más adelante aparece una señal: ermita de Santa Elena. Durante todo el trayecto yo voy ojeando el arsenal de libros que me he traído para este viaje y leo que allí está el dolmen de Santa Elena, así que decidimos parar e ir en busca del dolmen y también de la ermita.

Junto al barranco de Asieso encontramos la ermita de Santa Elena que se construyó sobre un templo del medievo. Al lado de la ermita aparece incrustado en la roca un fortín defensivo de la época napoleónica. Adentrándonos ya en el barranco de Asieso encontraremos, protegido por pinos y abetos, el dolmen de Santa Elena.


Aparcado el coche y tras conducir por un camino bastante complicado, nos disponemos a buscar el dolmen, aunque, lo primero que hacemos es alucinar con las vistas que se nos presentan ante nosotros.

Después de unos minutos debatiendo sobre el camino que debemos tomar para encontrar el dolmen e intentando hallar  algún tipo de indicación en los libros o internet, vemos que surge una pareja desde las profundidades del barranco y decidimos preguntarles. Oh! Sorry, we don’t speak spanish. Vaya, pues no pasa nada, que somos cosmopolitas y plurilingües, así que les preguntamos en inglés si han visto algo parecido a un dolmen. Ellos nos contestan que no, que no les suena haber visto nada de esto pero que la ruta es muy bonita, así que les damos las gracias, nos despedimos y les deseamos que tengan un buen día. Cabezones nosotros – algunos más que otros – comenzamos a descender por el camino hasta el barranco de Asieso – o eso creemos nosotros – en busca del dichoso dolmen. Después de una pista asfaltada por la que pueden transitar vehículos llegamos al inicio de lo que es un sendero adaptado, lugar en el que encontramos un cartel informativo con un mapa en el que aparece indicado el dolmen. Bueno, ¡no vamos tan mal! Emprendemos la ruta, preciosa ella, entre una frondosa vegetación y el rumor del río, ruta que puede realizar cualquier persona, incluso con movilidad reducida, ya que el camino está preparado para ello. Caminamos y caminamos, buscamos y buscamos… pero el dolmen no aparece. Llegamos al final del sendero y entendemos que allí no está, porque el mapa indicaba otra cosa, así que deshacemos el camino intentando estar más atentos a ver si damos con las piedras. Nada… uno se mete por un sendero, el otro desaparece, la otra hace fotos y el último mira árboles… pero el dolmen sin aparecer. No hay manera, ¡tú! Pues qué le vamos a hacer… regresamos al coche hambrientos y observamos de reojo el fortín napoleónico… ¿Subimos? Nos miramos… sí claro… subimos, pero hagámoslo en coche. ¡JA! Nada… que en coche no nos atrevemos. Bueno, no pasa nada, vamos a estar toda la semana aquí arriba, vendremos por la tarde o mañana. Inocentes…

 
Sendero adaptado

Llegamos a Sandiniés…

Conducimos los pocos kilómetros que nos quedan hasta Sandiniés, después de cruzarnos Tramcastilla de Tena, lugar del que dicen ser el que mejor vistas tiene del valle. Llegados a nuestra base de operaciones aparcamos en el poco espacio que hay, y es que Sandiniés es una aldea diminuta hecha de casas de piedra, iglesia románica y un paisaje abrumador, asomando la cumbre de la peña Telera, de 2764 metros, y que forma parte de la sierra de Partacua. Ya en el apartamento nos repartimos las habitaciones y sacamos la comida que nos zampamos en un santiamén. Después de ello nos sentamos un momento y pensamos qué vamos a hacer por la tarde. Yo menciono los pueblos que se puede visitar y las rutas senderistas que podemos hacer cuando el conductor menciona las palabras mágicas: Francia está aquí al lado ¿verdad? ¿Y si vamos hasta allí y tomamos un café? Ostras, alguien que no soy yo plantea ir a Francia, ¡qué maravilla! Yo voto que sí, a JJ, como esta vez no conduce, le da igual y el otro componente del grupo no tiene problema. Nos venimos arriba ¡Venga, vayamos a Francia de postureo!

… y pretendemos cruzar a Francia

Saco de nuevo el arsenal bibliográfico y miro cuál es el primer pueblo francés desde donde estamos: Gabas. Pues pongamos dirección Gabas, aunque ante tendremos que salvar el puerto de montaña del Portalet, ¡Y nos haremos una foto en la frontera! Estamos ya en un nivel de frikismo que roza el ridículo, pero lo estamos pasando genial. Conducimos, con unas vistas a-lu-ci-nan-tes, por un pequeño camino rural que nos lleva hasta la carretera principal y desde la que vemos Lanuza que debería ser una imagen de postal debido a su situación a orillas del embalse, pero ese embalse, y esos días, parece más un charco que otra cosa.

 
Vistas Redentoras

De Lanuza pasamos a Salent de Gállego y de este comenzamos la subida hasta el Portalet. Dejamos atrás las pistas de esquí de Formigal y cuando la frontera está cera vemos coches retenidos y furgones de la Policía Nacional. Me cago’n la mar serena! Exclamamos. Ya no podemos hacernos la foto. Y nos reímos, hasta que un señor policía nos da el alto. Y aquí el relato más vergonzoso y vergonzante que hasta hoy he escrito en el blog. Allá vamos:

 

    –    Buenas tardes – habla el policía.
   Buenas tardes – contesta el conductor.
  ¿A dónde van? – nos pregunta el policía.
   A Francia – contesta el conductor.
  Ya, a Francia. Pero… ¿a dónde?
Ui… empiezo a sudar. El conductor contesta: Pues… pues vamos al primer pueblo que encontremos, a tomar un café.
Yo cojo los libros y busco el nombre del pueblo y le digo al policía:   A Gabas, vamos a Gabas.
El policía me mira un poco extrañado y nos vuelve a preguntar que a Gabas, que a qué vamos a Gabas.

   Pues a Gabas vamos a tomar un café, ¡de postureo! – contesta el conductor.
El policía, ojiplático, nos mira con cara de estupefacción y dice:    De postureo… ¡¿de postureo?! Venga… estacione.

 

¡No me jodas jorobes! Documentación, inspección de coche, más preguntas. Es que uno no puede decir la verdad. Al final los policías comprenden que somos unas almas cándidas que estamos pasándolo bien – la banda sonora con Camilo Sesto es una prueba – y que no tenemos mala fe alguna. Después de comprobar nuestros nombres nos dejan marchar y nos desean que pasemos una buena tarde.

Llegamos al Valle de Ossau

Deben pasar algunos minutos hasta que comenzamos todos a reír y maldecir el dichoso postureo, y las risas continúan hasta que nos adentramos en el Valle de Ossau y entonces la risa se convierte en alucine. Entre tanta tontería – y gorda – no nos hemos dado cuenta que el paisaje es absolutamente diferente y que los montes pelados convertidos en pistas de esquí son allí valles profundos llenos de vegetación, agua y casitas preciosas. Nos parece increíble que tan solo habiendo cruzado una frontera el terreno sea tan cambiante y el ambiente tan distinto. El simple hecho de transitar por esa carretera es una gozada y cuando vemos Gabas decidimos continuar un poco más adelante, porque lo que vemos nos está encantando. Paramos, entonces en el siguiente lugar habitado que encontramos: Eaux-Chaudes.

El balneario de Eaux-Chaudes está dominado por un edifico romántico de piedra y mármol construido a finales del siglo XIX. A 675 metros de altitud, se encuentra a los pies del Pic du Midi d’Ossau y en pleno Parc National des Pyrénées.

 

Dejamos el coche y descendemos de él fascinados por lo maravilloso del entorno, dejándonos seducir por la magia de la montaña. Vemos allí mismo un restaurante que forma parte de un hotel de montaña y nos dirigimos a él para tomar el ansiado café. Una vez sentados comentamos el episodio ridículo de la frontera, pero sobretodo hablamos de lo increíble de los paisajes que en esos momentos nos rodean. Emprendemos el regreso a casa y nos detendremos, ahora sí, en Gabas, que consta de unas pocas casas pegadas a la carretera, alguna quesería – los quesos de allí son buenísimos –una pequeña capilla del s. XII y un perro grandote que es el amo del lugar. Bien, está compuesto de todo eso y de unas vistas flipantes, claro.

Salent de Gállego

De regreso a España cruzamos la frontera sin ningún tipo de problema, los controles han desaparecido, y decidimos parar en Salent de Gállego para dar un paseo y comprar provisiones.

Salent de Gállego es la capital del valle y, aunque muchas de sus construcciones son nuevas, conserva el estilo arquitectónico tradicional. Dominando en lo alto de la localidad encontramos la iglesia gótica de Santa María de Sallent. Las casas solariegas lucen en sus fachadas blasones de orígenes nobles y de familias con raíces francesas desde el s. XVII. Si levantamos la cabeza vemos la peña Foradada, a 2.285 metros de altitud que, junto a la Collarada – 2.886 metros – y el pico del Infierno – 3.076 metros – conforman la cabecera del valle.

 
 
El pueblo es muy bonito, y es que las casas solariegas unidas al marco incomparable de su entorno conforman un espacio verdaderamente agradable. De Sallent nos llevamos provisiones y el último pan del pueblo – un pan delicios –, además de una sensación muy agradable cuando la noche cae y las farolas empiezan a pintar de una brillante luz dorada las paredes de las casonas oscenses.
Es hora ya de regresar a Sandiniés, cenar y descansar. La paliza de kilómetros ha sido grande este día, aunque lo que más fatigado tenemos el espíritu después de haber tenido que soportar tanta belleza. Cada vez que viajo a espacios naturales como los que aquí aparecen me acuerdo de lo que decía Kant en su Crítica del Juicio: la belleza es algo que nos atrapa, que nos golpea en lo más profundo de nuestro ser. Ese placer desinteresado que sentimos al observar paisajes como los del Valle de Tena o del Valle de Ossau valen  los kilómetros hechos, sin ninguna duda. Y más kilómetros que vamos a hacer, porque al día siguiente cruzaremos de nuevo el Portalet – esperamos que sin incidentes – con destino Pau.

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