Hay veces en que los sueños dejan de serlo, porque los sueños se convierten en realidad. Visitar el Mont-Saint-Michel era uno de nuestros sueños, sueño que ha dejado de serlo porque por fin pudimos hacerlo realidad.
La Normandía soñada
Viajar a Normandía había sido siempre uno de mis sueños, que nadie me pregunte qué razón había para ello, pero así era. Tal vez la Historia, o las historias que escuchas de pequeña, leyendas, el imaginario popular… hacen de Normandía un destino verdaderamente atractivo no solo para mí, sino para muchos otros que piensan en esta región francesa como uno de los mejores destinos de viajes. De hecho, cuando el año pasado Juanjo me dijo que para mi cumpleaños nos marchábamos de viaje, y sin saber el destino hasta el día antes de partir, escribí en un boletín de apuestas improvisado, en primer lugar, la región de Normandía, a la que seguía la de Bretaña. Ni la una ni la otra, el año pasado nos fuimos a Berlín, así que Normandía quedaría para otro momento, y el momento llegó. En realidad, el viaje a Normandía fue coyuntural debido a que mi hermano ahora reside en Le Havre y tuvo la brillante idea, junto a mi cuñada, de regalarnos a Juanjo y a mí unos billetes de avión para celebrar mi cumpleaños allí. ¿Quién va a negarse a algo como esto? Nosotros, obviamente, no.
El delirio normando
El Mont-Saint-Michel iba a ser, en este viaje, uno de los destinos principales, aunque para ello tuviésemos que cruzarnos media Alta Normandía y llegar hasta el sur de la Baja Normandía. Y eso es lo que hicimos, coger el coche – que nos dejaban – y salir a las 8 de la mañana de Le Havre, con un frío que pelaba, una niebla espesísima y el destino final en el GPS – maldito GPS. Para quien no lo sepa, quien quiera dirigirse hasta el sur desde Le Havre tiene dos opciones: cruzar el Puente de Normandía o dar un rodeo de una hora más o menos para salvar el obstáculo de la desembocadura del Sena. Para ir por el Puente de Normandía debes pasar un peaje, de 5,40 € cada vez que cruzas, que no es moco de pavo, aunque puedes hacerte con una tarjeta, como una especie de bonometro, con la que cada viaje te sale por la mitad de precio. Mi cuñada tiene una de estas, así que nos la deja y, una vez programado el GPS, ponemos rumbo a la Maravilla de Occidente. Cuando se me ocurre mirar el GPS veo que marca casi cinco horas de viaje, No puede ser, pienso, si lo había mirado y salían tres. Me habré confundido… Juanjo me mira extrañado y me hace el mismo comentario. Es que no puede ser, le digo, acuérdate que mi hermano nos dijo ayer por teléfono que eran unas tres horas. ¿Nos habremos equivocado? Bueno, no hay nada que podamos hacer si ese es el tiempo que hay hasta allí, así que nos disponemos a cruzar el Puente, que sabemos que lo estamos cruzando no porque veamos nada, sino porque lo pone en las señales y porque pasamos por el peaje, claro, y es que la niebla esa mañana es brutal, nunca habíamos visto nada como aquello y nos desconcierta un poco. Cruzado el puente llegamos a Honfleur y desde allí comenzamos a hacer kilómetros por carreteras departamentales que cruzan todos los pueblos de Normandía habidos y por haber, pueblos, eso sí, preciosos todos ellos que están formados por un montón de casas normandas de esas que tantas veces hemos visto en libros, revistas, películas y reportajes. En realidad, y si no fuera porque sabemos que vamos a retrasarnos bastante, el viaje por las carreteras departamentales de Normandía no es nada desagradable, todo lo contrario: lo que ven nuestros ojos es precioso. Lo que ven nuestros ojos cuando la niebla escampa, casi un par de horas después de haber salido de Le Havre. Una breve parada en Caen, y vuelta a empezar por carreteras departamentales. No puede ser, sigo pensando, ¿sólo existe esta carretera para llegar a la Bretaña? Juanjo está en las mismas, y los campos verdes, extensísimos, con las cunetas, las vallas y los hierbajos helados se extienden hasta el infinito, mientras cruzamos, otra vez, un pueblo tras otro, casa normanda tras casa normanda, vacas paciendo y cabras pasturando. Ahora una señal de 50 km/h, ahora una rotonda, ahora gire por aquí y vaya camino de cabras, que lo cami’l’carrascal está mejor que esto, pues vaya con estos franceses que si no pagas no tienes buena carretera, y un sinfín de improperios más salen de nuestras bocas hasta llegar, por fin, a una señal donde se indica el Mont-Saint-Michel. ¡Menos mal!
El fin del sueño
Casi cinco horas después vemos, a lo lejos, la aguja que guarda en lo alto la figura del arcángel San Miguel. Ahora sí, ya estamos aquí. A medida que nos vamos acercando a la bahía de Saint-Michel nuestras caras de sorpresa van en aumento, casi parece imposible que estemos allí después de haberlo deseado tanto tiempo. Buscamos un sitio para aparcar y así poder ir corriendo hasta la bahía, dejando el coche en un descampado solitario que hay allí, tan solitario como el resto del lugar. A nuestro alrededor no hay gente y solo después de haber caminado un trecho de los dos kilómetros y pico que nos separan de la abadía. Nos encontramos con un autobús lleno de japoneses y las navettes que llevan y traen a las gentes desde el aparcamiento hasta los pies de la muralla de Saint-Michel, y hasta allí que nos dirigimos nosotros, a pie, disfrutando de cada paso que damos con el alucinante peñón en el horizonte que, a medida que avanzamos, aumenta de tamaño. Es imposible no detenerse infinidad de veces mientras se camina por la pasarela que une la bahía con la tierra para contemplar esa construcción que es Patrimonio Mundial de la UNESCO, en realidad los 2,5 kilómetros que se deben caminar para llegar hasta la abadía se convierten en un paseo ameno e impresionante.
La pura realidad
Desde lejos Saint-Michel impresiona, pero cuando te plantas a los pies de la muralla aquella construcción aparece inmensa, imponente. Creo que una no toma conciencia de las dimensiones de la abadía hasta que llega a los pies de la misma.
Visitar Saint-Michel
El pueblo
Cruzar las puertas de la muralla de Saint-Michel es transportarse, inmediatamente, a tiempos pasados. De las primeras cosas que se deben hacer, después de haber asimilado donde te encuentras, es dirigirte a la oficina de turismo que se encuentra a mano izquierda, y tras subir unas escaleras, para que nos den toda la información sobre el lugar.
Saint-Michel, el pueblo, está conformado por un par de calles que conservan todo el sabor del medievo, aunque gran parte de esas casas sean hoy en día restaurantes y tiendas de souvenirs. Pero fijaros la importancia del momento en el que se viaja, porque nosotros un 24 de enero tenemos la oportunidad de pasearnos por el segundo lugar más visitado de Francia casi en soledad.
Las Murallas
Recorrer las murallas es algo obligatorio que debe hacerse aquí porque desde ellas se tienen múltiples perspectivas no solo de la abadía y de las casas, las pocas casas, que conforman el pueblo sino también de toda la bahía, unas vistas que son impresionantes, y más en días claros como el que nosotros tenemos la oportunidad de disfrutar.
Después de pasearnos por las murallas debemos subir un montón de escaleras para poder entrar en la abadía benedictina del Mont-Saint-Michel. Esta abadía es uno de los mayores ejemplos de arquitectura medieval religiosa y también militar, abadía en la que, a día de hoy, todavía bien monjes y monjas.
La Abadía
Hacer el recorrido completo supone pasear por una iglesia prerromana, una abadía de los siglos XI y XV o también conventos románicos y góticos. La arquitectura del Mont-Saint-Michel es verdaderamente espectacular, y más si tenemos en cuenta que la abadía fue construida sobre cuatro pilares enormes que no se sustentan directamente en el monte. A partir de esta construcción el monte ha ido mutando a merced de la historia hasta convertirse en la maravilla que es hoy. Recorrer todas y cada una de las salas – que nos llevará más de hora y media – es hacer un recorrido por la historia, pero es sobretodo transportarse a otras épocas a través de esos muros, columnas, vidrieras, altares, chimeneas, techos de madera y demás elementos que no han cambiado, algunos de ellos, desde que terminaron de construirse un poco después del año 1000.
Una vez terminado el recorrido damos un último paseo por la calle principal del pueblo en la que sigue habiendo tan poca gente como antes. Es verdaderamente sorprendente encontrarte este lugar así, porque las imágenes de Sant-Michel que hemos visto en tantísimas ocasiones mostraban el espacio repleto de gente, espacio en el que no cabía ni un alfiler. Y es por cosas así por las que nos gusta viajar a destiempo, porque nos permite disfrutar de los lugares tan turísticos como éste casi de un modo íntimo, sin tener que hacer ningún esfuerzo de abstracción ni nada que se le parezca. Sant-Michel es maravilloso todo el año, pero si encima está vacío la maravilla es mayor, si cabe.
Al salir de la abadía, y ya de regreso al coche, algo que no debemos pasar por alto cuando visitemos Sant-Michel: las mareas. Es mucha la gente que reúne allí para ver subir y bajar las mareas, las mayores de toda Europa, pero nosotros salimos tan fascinados de aquél lugar que casi ni pensamos en ella, y cuando nos acercamos hasta el agua vemos como ésta entra de una manera velocísima hacía el interior de la bahía. El fenómeno es verdaderamente impresionante porque no necesitas estar mucho tiempo para percibirlo, unos pocos minutos son suficientes para notar la diferencia.
Adiós, tierra soñada
Debemos decir adiós a Saint-Michel, nuestros estómagos rugen porque es hora de merendar y todavía no hemos comido – en Francia ya debe ser hora de cenar. Queremos acercarnos hasta Dinan, después debemos desplazarnos hasta Rennes para recoger a mi hermano y subir de nuevo hasta Le Havre. Cinco horas más de trayecto, o eso creemos. Al llegar a la capital de la Bretaña comentamos nuestro viaje y Víctor – mi hermano – nos dice: imposible, desde aquí hasta Caen es todo autovía. Solución al enigma: no pongáis jamás en el GPS el modo “evitar autopista”. Efectivamente, en poco más de tres horas – si no fuera por la densa niebla nocturna – nos plantaremos en Le Havre. Bueno… no hay mal que por bien no venga, ya nos hemos recorrido toda Normandía, y eso que es solo el primer día…
Si comparamos con la primera foto, podemos apreciar como ha subido el nivel del agua |
Más información
La entrada a la abadía son 10 euros por cabeza, y el alquiler de audioguía – totalmente recomendable – son 4,5 €.
Si dejas el coche en el párking [11,70€ 24 h] el viaje en el autobús lanzadera es gratuito. De todos modos, podéis seguir este link donde encontraréis toda la información sobre precios y horarios de aparcamientos y transporte ↠ http://www.bienvenueaumontsaintmichel.com/es/preparar-su-llegada-al-mont/tarifas
En la página de la oficina de turismo del Mont-Saint-Michel puedes encontrar información sobre las mareas, restaurantes, historia… [aquí ↠ www.ot-montsaintmichel.com]
Podéis dirigiros también a la página de turismo de Francia para leer más información sobre este lugar ↠ http://es.france.fr/es/el-mont-saint-michel
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¡Qué maravila! Y qué ganas de poder ver aquello con mis propios ojos!!
Es uno de los lugares que deben visitarse, al menos, una vez en la vida. Si te surge la oportunidad de visitarlo, ni te lo pienses ☺
¡Vaya regalo os hicieron! Mont Saint Michael es un lugar que quiero visitar algún día. Vuestro relato del lugar es muy sugerente, dan ganas de ir allí. ¡Hasta pronto!
Es una verdadera pasada. No te lo puedes perder.
El regalo eran un par de billetes de avión, pero claro, viviendo mi hermano en Normandía… como para no ir a este lugar.
Espero que puedas visitarlo pronto porque te encantará.
Un saludo!