Côte d’Albâtre | Los acantilados blancos de Normandía

Uno de los paisajes más reconocibles de la Alta Normandía, y también de toda Francia, son los acantilados que se reparten por la costa del Pays de Caux, la famosa Côte d’Albâtre. De todos ellos, los que se encuentran en la población de Étretat son los más celebres y hasta esta localidad nos desplazamos en nuestro segundo día en Normandía.
 

Miércoles 25 de enero; es nuestro tercer día en Normandía, y también el día en el que la que aquí escribe se hace más vieja. Nuestros planes para hoy son desplazarnos un poco más al norte, hasta Étretat y también Fécamp, para poder ver en vivo uno de los paisajes costeros más celebres de Francia. El día amanece, otra vez, frío y con mucha niebla, demasiada; cuando subimos al coche y arrancamos nos damos cuenta que, otra vez, la visibilidad va a ser algo escasa en nuestro trayecto. Pero a medida que la mañana avanza parece que esa capa esponjosa que cubre las tierras normandas va perdiendo espesor, aunque la neblina no nos abandonará en todo el día. Y es una lástima, porque algunos de los paisajes son difíciles de ver bajo ese manto translúcido permanente. Es, tal vez, por esa dificultad que mi sentido de la visión se agudiza y a medio camino entre Le Havre y Étretat creo ver tras unas rejas enormes y rodeado de arbustos altísimos un château de esos que tanto se ven en Francia. Es tal mi emoción que damos media vuelta para echarle un vistazo desde un poco más cerca, todo lo cerca que las vallas nos permiten.
 
 
 
Es extraño, pero en este viaje no tenemos planeado visitar ningún castillo, ningún châteaua la francesa, y no será porque la región normanda no esté plagada de ellos. Se trata de una cuestión, esta vez, de prioridades, y es que Normandía es un territorio extenso con demasiados atractivos como para poder disfrutarlos todos en poco menos de una semana. Y este quitar castillos de la lista nos permite poder meter lugares como al que nos dirigimos, lugar al que no tardamos en llegar porque se encuentra bastante cerca de Le Havre. Al adentrarnos en Étretat tomamos una carretera estrecha y empinada que nos lleva hasta lo más alto del acantilado, donde se encuentra la Chapelle Notre Dame de la Garde. Es éste un buen punto para comenzar el recorrido por los acantilados porque, sí, vamos a recorrerlos. No nos conformamos con tener unas vistas alucinantes, aun y con la niebla, o mejor, gracias a la niebla porque las partículas de agua suspendidas en el ambiente tamizan la luz de una manera tan especial que envuelven el entorno en un halo mágico, fantasioso.
 
 
 
En lo alto del acantilado podemos encontrar, además de la capilla destruida por los aliados en el agosto de 1942 pero reconstruida después, un monumento recordatorio a los pilotos del Oiseau blanc, avión que desapareció el 8 de mayo de 1927 en el primer intento de vuelo entre París y Nueva York. El punto donde hoy se encuentra el monumento, otra reconstrucción después de que fuera destruido también en el año 1942, es el último desde el que se divisó el avión antes de desaparecer para siempre de la faz de la tierra. Cerca del monumento, a un lado de la carretera, existe un museo dedicado a los pilotos, François Coll y Charles Nungesser.
 
 
 
Desde este punto, y con cuidado, comenzamos a descender las escaleras que nos llevan hasta el agua que en esos momentos se está echando atrás: la marea baja, y eso es bueno para nuestra visita. Es, a nuestro juicio, recomendable descender hasta la base de los acantilados para poder ser conscientes de las dimensiones de las falaisesque desde lo alto son impresionantes, pero es que desde lo más bajo abruman y empequeñecen a aquélla que se los mira.
 
 
 
 
 
 
 
Desde allí no está de más seguir el camino de la costa repleto de galets, esas piedras pulidas por el ir y venir del agua que protegen de la fuerza de las mareas a los acantilados y también la localidad de Étretat. De hecho, está totalmente prohibido recoger piedras y llevárselas a casa, así que avisados quedáis. Y después de caminar los metros que separan unos acantilados y otros, entre los que se encuentra el pueblo, el pequeño pueblo de Étretat, el privilegiado pueblo de Étretat que crece entre los brazos de las falaises.. llegamos a la otra punta de la playa donde nos encontramos con un elemento que se repite a lo largo de toda la costa normanda: un búnker. Éste, junto a muchos otros, formaba parte del Muro Atlántico, una red de fortificaciones construidas por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial para impedir la entrada de los Aliados al Continente Europeo desde Inglaterra.
 

 

 

 
Desde aquí comenzamos a subir bordeando la costa desde arriba: a derecha – y en esta dirección – los acantilados y unas vistas magníficas; a izquierda, unos campos de golf. 
 

 

 

 

 
 
Bajamos de nuevo, y es cuando viene lo divertido. La marea, ya bastante baja, deja metros y metros de costa al descubierto, hecho que nos permite caminar por lo que antes era mar y ahora es una roca oscura, húmeda. Lo bueno de esto es que puedes cruzar los acantilados e ir de una parte a otra disfrutando de todas las perspectivas posibles que se tienen de ellos.
 
 
En este punto encontramos un cartel que dice algo así: si sube la marea, espera aquí a que baje, con tranquilidad(es una traducción poco literal pero se entiende el concepto), y desde él podemos cruzar, subiendo y bajando escaleras y cruzando túneles por la roca, para ir hasta la otra parte de los acantilados y encontrarnos con, por ejemplo, La Aguja Huecaen la que, según Maurice Leblanc, se encuentran escondidos todos los tesoros de los reyes de Francia.
 
Aquí te puedes resguardar

 

La Aguja Hueca
Después de esto es hora ya de deshacer el camino y dar una breve vuelta por el pueblo, que tiene edificios bien bonitos, para subir después hasta el coche por unas escaleras interminables. 
 

 

 
 
Nos despedimos de Étretat y ponemos rumbo a Fécamp, otro lugar interesante con unas vistas increíbles, aunque antes de todo esto debemos comer algo, así que tras pasar por un supermercado y hacernos con una barra de pan de kilo, un pollo asado, agua, una tarta de ofertas y un montón de velas de cumpleaños llegamos a la localidad que vio nacer el licor Benedictine, y en el palacio neogótico donde todavía se fabrica la bebida es donde decidimos que vamos a comer. Bueno, no en el mismo palacio sino dentro del coche, aparcado en la misma calle. Es imposible comer fuera – los franceses, otra vez, ya estarán merendando e incluso cenando – con el frío que hace. Después de jalarnos los alimentos como si de una comida medieval se tratase, a mordisco limpio y con las manos, nos desplazamos hasta la costa para disfrutar de las magníficas vistas de la Costa de Alabastro que se tienen desde el puerto, y para que una servidora sople las velas, porque Juanjo y Víctor así lo han dictaminado. He de decir que al llegar allí, y a pesar del viento gélido que sopla a las cinco de la tarde, me quedo prendada de las vistas; ya lo he dicho antes, esa neblina que no desaparecerá en todo el día hace que el ambiente sea mágico, pero es que en Fécamp los acantilados son infinitos, se difuminan con el horizonte, se pierden en él. No soy capaz de ver donde termina la roca, que se funde con el mar y el cielo y crea una visión fantástica.
 
 
Tampoco cabe desmerecer lo bonitos y estéticos que quedan el par de faros pintados de vivos colores que resisten contra viento y marea, clavados como dos guardianes del mar y de quienes en él trabajan.
 
 
 
Tras algunos intentos de encender las velas y conseguir que no se apaguen debido al viento, cumplo con el ritual y soplo allí mismo, en esa costa preciosa, sin pedir ningún deseo porque, seamos sinceros, ¿se puede pedir algo más que cumplir años en un lugar como éste?
 
 
 
Desde aquí hay un par de cosas que podemos hacer: adentrarnos en la ciudad y visitar sus monumentos o subir hasta el Cap Fagnetdesde donde hay unas vistas brutales ya que se trata del punto más alto de la Costa de Alabastro y, además, en el que se encuentra la Chapelle de Notre Dame du Salut, lugar que nos recuerda al Santuari Verge Font de la Salut, así que hasta él que vamos. Y sí, las vistas son increíbles: el puerto de Fécamp, los acantilados, la costa, el palacio Benedictino sobresaliendo por toda la ciudad… y más construcciones que formaban parte del Muro Atlántico. Qué le vamos a hacer, si somos unos apasionados de la historia reciente.
 

 

 

 
 
Cuando nos damos cuenta es ya demasiado tarde para visitar el resto de lugares que hay en Fécamp, así que ponemos rumbo hasta Le Havre, pasando antes por Yport, otro lugar con vistas increíbles que aparecen ya ocultas bajo el manto de la noche cuando nosotros llegamos, pero que nos regala una estampa marina típica.
 
 
 
Regresamos a casa de mi hermano sabiendo que hemos estado en uno de los lugares más fantásticos de Francia, no en vano pintores se pasaron allí la vida intentando plasmar esa luz tan increíble que baña los bellos paisajes de la Costa de Alabastro. De hecho, hoy en día encontramos en todos y cada uno de los puntos desde donde algún artista – como Monet – pinto sus obras, un panel explicativo del cuadro en cuestión, que nos ayuda a comparar la pintura con la realidad. Y real es todo lo que en este día hemos vivido aunque a mí, personalmente, me cueste asimilar que he cumplido años en un lugar tan maravilloso como éste.

Más Información

Podéis seguir los siguientes enlaces para encontrar más información sobre los sitios que visitar:
Como recomendación final, llevad calzado adecuado para caminar por la playa y sus acantilados, no se trata de un trayecto fácil.

 

Si te ha sido de utilidad…¡COMENTA,VALORA,COMPARTE!

Entradas creadas 204

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba
A %d blogueros les gusta esto: