1 de enero de 2016. Aquellos que nos leéis a menudo sabéis que tenemos una costumbre deliciosa: pasar el Fin de Año viajando. Empezamos en 2012 – aunque la culpa la tuvo el fin de 2011 – y hemos enganchado a gente a hacer lo mismo que nosotros.
“¡Qué buena idea!” nos han ido diciendo algunos, que se han apuntado a viajar en esas fechas en las que parece que irremediablemente tienes que estar de fiesta. Se ha convertido en tónica general que a mediados de noviembre nos pregunten “¿Qué hacéis para Fin de Año?” y nosotros hayamos tenido que decir esta última vez “no lo sabemos”. Ese “no lo sabemos” ha acabado convirtiéndose en “no podemos ir a ningún sitio”, pero no os asustéis, no es por nada malo que nos haya pasado, todo lo contrario. Cuando las gentes asumen responsabilidades tienen que cumplir con lo prometido, y esto es lo que nos ha sucedido a nosotros. Pero… ¡tranquilos! Aunque no hayamos podido viajar una semana sí hemos comenzado el año visitando nuevos lugares, entre ellos el que hoy os mostramos.
Cuando empezamos esta aventura de viajar con lo que ello supone económicamente para nosotros, una de las promesas que nos hicimos fue la siguiente: visitar todos loscastillos de España. Que sí, que sí, que esto es cierto, que tenemos una lista, y que cada vez se va haciendo, para fortuna nuestra, más corta. En esa lista inicial había un lugar perdido en la montaña turolense del que poco habíamos escuchado hablar: Alcalá de la Selva.
Tras algunas oportunidades perdidas de poder viajar hasta allí esta vez sí que sí, nos vamos a Alcalá de la Selva para poder ver su castillo. Alcalá de la Selva se encuentra en la Sierra de Gúdar – Teruel –, en lo alto del curso del río Alcalá. Rodeado de pinos y pequeñas cumbres Alcalá es una delicia visual. Llegando a él desde Valdelinares, después de haber transitado por una carretera llena de niebla entre pinos y montañas, el horizonte se aclara y se presenta ante tus ojos un pueblo formado por casas solariegas construidas a modo de grada colgada sobre el valle y, en lo alto del cerro, el castillo.
En la entrada del pueblo encuentras aparcamiento – bien señalizado –, así que dejas el coche y empiezas a caminar por la primera calle que encuentras intuyendo cuál es el camino para llegar a la fortaleza, que para ello has ido hasta allí. Al dar los primeros pasos nos damos cuenta que este pueblo es más que un castillo en lo alto del cerro…
La calle por la que entramos, la de Hispanoamérica, es una calle repleta de viejas casonas solariegas que dibujan sobre el terreno, a uno y otro lado, una curva sinuosa salpicada de balcones de madera y ventanas de forja. Las paredes de arcilla, junto con la madera y la piedra, son el símbolo de los materiales de construcción más abundantes en la zona.
Tras caminar por la empinada y preciosa calle, y a mano derecha, te encuentras con la Plaza de la Fuente y un poco más arriba, a mano izquierda, con la iglesia parroquial dedicada a San Simón y San Judas, del s. XVI, además del moderno ayuntamiento con fachada de tres arcos.
Si damos unos pasos atrás encontramos la calle de El Castillo Alto que nos lleva hasta la fortaleza medieval de los Heredia. Cuando empezamos a caminar debemos detenernos, a mitad de camino, en un tramo de escaleras que encontramos a mano derecha, subir hasta él y contemplar la antigua portada románica que forma parte de la fachada posterior de las Escuelas.
Cuando la calle se agota no tenemos más que seguir por un sendero empinado que nos acaba transportando hasta el castillo.
El Castillo de los Heredia es de origen medieval, levantado sobre una anterior fortaleza musulmana. Lo que hoy podemos ver empezó a construirse en el año 1375. Enclavado en el Cerro Norte, conserva la torre del homenaje y muros de mampostería – piedras irregulares – de esquinas reforzadas con sillares – piedras regulares. Su planta es rectangular acabada en quilla, construcción poco frecuente en emplazamientos de promontorios rocosos, dato que nos muestra su condición de vivienda nobiliaria.
Desde el castillo las vistas a la Sierra de Gúdar son inmejorables, y el camino de vuelta hasta el pueblo nos deja una imagen del mismo fantástica. Es necesario pasear pausadamente para disfrutar del entorno y de lo que ante nuestros ojos se nos presenta e irse deteniendo para gozar de tanta belleza. Otra vez el ser humano ha sabido aliarse con la naturaleza y ha hecho de la necesidad virtud dejando para la posteridad – mientras la humanidad lo desee – un lugar tan bello como es Alcalá de la Selva.
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