Ruta de dos días por la comarca del Conflent | Francia

El Conflent es un territorio francés ubicado en el sur del país, metido en los Pirineos. Con el Canigó, montaña casi sagrada para las gentes del lugar, lo más épico de la zona son los paisajes, la naturaleza que allí se desparrama en forma de montañas y valles. Pero no solo la naturaleza destaca en el Conflent, hay también otra cosa que deslumbra por méritos propios: la arquitectura, tanto religiosa, militar como popular. 


Si de algo goza en demasía esta parte de Francia es justamente de lo que podemos llamar “pueblos bonitos” o “con encanto”. Son varias las localidades que llevan por bandera la etiqueta de pueblos más bonitos de Francia, pero aquellos que no lucen el distintivo, aunque sí acompañan a sus vecinos, tienen eso que a los franceses tanto gusta, el “carácter” – y también la belleza, me atrevo a añadir.  

Preparar una ruta por el Conflent no es difícil: en realidad se trata de ir siguiendo la carretera y dejarse llevar por lo que el camino te sugiere. Pero bien es cierto que, si se tienen unas pautas claras antes de empezar, este puede llegar a ser mucho más productivo. Aunque te aviso, si viajas a esta parte de Francia, lo que querrás es perderte en ella, sin que te importe el rumbo o la dirección. 

Nuestra ruta por el Conflent es de muy pocos días, en realidad son poco más de 24 horas las que pasaremos allí. La hacemos porque tenemos un par de días libres aprovechando un día festivo que nos cuadra con un fin de semana en el puente de diciembre. Nuestra idea es ir hasta Perpignan (o Perpinyà), visitar la ciudad, con el Palacio de los Reyes de Mallorca, y después salir hacia algún pueblo cercano que nos pueda gustar. 

Para montar la ruta me fijo en que no tengamos que desplazarnos mucho y que satisfaga lo que nos gusta: debe haber pueblos bonitos, si puede ser un poco de naturaleza, arquitectura medieval y algo de historia. Todo eso lo encontraremos en este viaje. 

Para llegar hasta allí nos desplazamos en furgoneta desde nuestro pueblo, en lo más al norte de la provincia de Castelló. Salimos por la tarde, ya casi noche, después de trabajar. Llegaremos casi a la frontera a hora de dormir. Pernoctaremos cerca de Francia, aunque todavía no. Aprovecharemos un lugar adaptado para este fin cerca de la AP-7, en su tramo gratuito. Al día siguiente, después de desayunar en la carretera, iremos hasta Perpignan. 

Nuestra ruta por el Conflent en 48 horas. 

Día 1: Perpignan, Castelnou y Eus. 

Empezamos el día en Perpignan. Es 7 de diciembre y aquello está preparado para la Navidad. Las personas que tiene mono de luces y vino caliente van a Perpignan como sustituto a destinos más lejanos y menos asequibles. En Perpignan se lo montan bien, porque ese día las calles están llenas de gente que viene del otro lado de los Pirineos buscando ese sentir navideño que tanto éxito tiene en nuestro país. Creo que pensamos que toda Francia es Alsacia, aunque así no es, pero fuera de Alsacia se busca acercarse a ello, y se busca con acierto, porque el resultado es una pequeña ciudad llena de turismo, un jueves cualquiera. 

La razón que nos lleva a Perpignan, en nuestro caso, no es tanto la Navidad sino el Palacio de los Reyes de Mallorca. Por Perpignan hemos pasado algunas veces, porque pasa la carretera que irremediablemente tenemos que transitar para hacer algunos viajes. Hemos estado en Perpignan pero nunca hemos visitado la ciudad en condiciones. Nunca hemos tenido el momento para descubrirla de una manera más o menos tranquila, y tampoco hemos querido hacer un viaje largo para visitarla; estando tan cerca de nuestro pueblo (4 horas como máximo por carretera), nos parece una opción perfecta para esas ocasiones en las que tenemos 48 horas libres para viajar.  

Se da esa circunstancia en esas fechas, así que eso es lo que haremos. Estando, como he dicho al principio, ya cerca de la frontera, llegaremos a Perpignan por la mañana. Lo primero que tenemos que hacer allí es buscar un lugar para aparcar. Como lo que nos interesa es el Palacio de los Reyes de Mallorca (o Palau dels Reis de Mallorca, y también Palais des Rois de Majorque), intentaremos aparcar cerca, teniendo en cuenta también que el castillo se encuentra en lo alto de la localidad y la subida desde la parte baja de la ciudad es considerable.  

Conseguimos aparcar cerca del monumento, en las calles adyacentes y de forma gratuita. Una vez estacionado el vehículo, buscamos la entrada para acceder al palacio. Para ello tenemos que circunvalar toda la fortaleza, que tiene un tamaño considerable. Después, tenemos que cruzar la muralla, subir por unas escaleras, llegar a la esplanada que hay frente al palacio y, una vez allí, acceder al interior para comprar las entradas. 

Visitar el Palacio de los Reyes de Mallorca nos cuesta 7€ por cabeza. El precio, para lo que el palacio ofrece, me parece elevado, pero será la única entrada que pagaremos en este viaje, así que bueno, se paga y ya está. 

La visita es libre, guiada con paneles y documentos que tienes en diversas lenguas (incluida el catalán) y se hace en unos 45 minutos. Puedes explayarte más si quieres, pero el tiempo que vas a invertir haciendo esta visita será el que te digo. A destacar la exposición que hay esos días hecha con proyecciones y que muestra cómo era la vida en el palacio en la Edad Media, y también las vistas que se tienen de la ciudad y del territorio desde lo alto de la torre. Estoy segura de que desde allí se divisa el castillo de Quéribus, cátaro, y que está unos cuantos kilómetros más allá. Dejo foto para que me digáis que sí, que es Quéribus.

Que sí, que seguro que es Quéribus.

Apunte: Perpignan te puede servir para visitar e los castillos cátaros, pero te pueden servir también localidaes como Carcassonne (nosotros hicimos la ruta desde allí cuando estuvimos hace cosa de 10 años), e incluso Narbonne. 

Una vez visitado el castillo vamos hasta la Catedral de San Juan Bautista, que fue lo único que visitamos aquella primera vez que pasamos por Perpignan (de entrada gratuita) y también por el Campo Santo, antiguo claustro que ha sido cementerio (también de entrada gratuita). 

Perpignan en los prolegómenos navideños.

El resto de las cosas que hacemos en Perpignan es callejear, ir hasta el río, ver el mercado navideño que hay junto a él, también las atracciones navideñas que hay instaladas en el Castillet, insignia de la ciudad y antigua puerta de entrada a la fortaleza de Perpiñán. Buscaremos también un lugar para comer, pero, ojo, en esa parte de Francia es difícil encontrar un sitio donde te sirvan comida a mediodía pasada la una de la tarde. Nosotros tendremos que tirar de kebab, y eso es lo que haremos. 

Una vez terminada la comida, volvemos a la furgoneta y ponemos rumbo hasta el siguiente lugar que queremos visitar. La idea es no apartarnos mucho de la frontera y seguir una ruta que nos permita salir al día siguiente por la tarde hacia España. Hay que tener en cuenta el sábado trabajamos, así que no nos podemos entretener mucho. 

Salimos de la ciudad y vamos directos a la montaña. La parada que nos espera es Castelnou, uno de los pueblos más bonitos de Francia, o eso dicen. Ya sabéis que yo esto de las calificaciones superlativas a veces las pongo entre paréntesis, porque en algunos casos hay más márquetin que otra cosa. Es por ello que hasta que no lo veo no lo creo y dejo el juicio en suspenso. Solo mediante la praxis emito el juicio final. 

Vamos conduciendo por una carretera sinuosa que se complica algo unos kilómetros antes de Castelnou. Digo que se complica porque es estrecha y de firme irregular, pero yendo a buscar uno de los pueblos más bonitos de Francia nos encontramos con un paisaje otoñal, así que la complicación se convierte en placer debido a la circunstancia que nos rodea. La circunstancia es la que ahora os enseño. 

La circunstancia: los colores del otoño.

Castelnou, a lo lejos, sobrecoge. El pueblo está construido en la ladera de la montaña, tiene un castillo en lo alto y debajo del mismo las casas se sitúa las unas encima de las otras, como si fuesen hongos en plena eclosión. 

Castelnou, a lo lejos.

En la cercanía, Castelnou enamora. Una vez estacionado el vehículo en el espacio dedicado a este fin (de pago, no recuerdo la cantidad, pero lo que se suele pagar en este tipo de pueblos, unos dos o tres Euros), hay que subir hasta las puertas de la antigua fortaleza y empezar a perderse por sus calles. Las casas son de piedra, e incluso en diciembre hay alguna planta que sobrevie. 

Las calles encantadoras de Castelnou.

Las calles están adornadas con motivos navideños, algunos caseros. Hay poca gente, pero la que hay habla castellano. Seguimos las calles, las pocas que conforman el pueblo, hasta llegar al castillo que esos días está cerrado por reforma. Deshacemos el camino, disfrutando del entorno. Habiendo recorrido todo el pueblo vamos de nuevo a la furgoneta para llegar al siguiente y último destino del día.  

Salimos de Castelnou cuando el cielo empieza a oscurecer dirección Eus, que es nuestra siguiente parada. Llegamos allí ya de noche, pero aun así queremos dar una vuelta. No sabría decir si la oscuridad desluce a esta pequeña localidad que es también de las más bonitas de Francia. Ahora, en frío, hubiera estado bien esperar a la mañana siguiente para visitarla (de hecho, es lo que pensábamos hacer) para poder verla con luz natural, ya que el lugar lo merece. Pero eso no podrá ser porque el tiempo es el que es y hay otros planes en estos viajes.  

Todo lo que puedo mostraros de Eus, y con toda la calidad que puedo ofreceros.

Como digo, no quiero dejar de visitar Eus, pueblo al que llegar cuesta un poco ya que, como en el caso anterior, está en un cerro, encaramado en lo más alto. Eus es de los pueblos más bonitos de Francia y es dos pueblos en uno: está el nuevo, que en este caso no nos interesa, y el viejo, que es a por el que vamos. El viejo es también de piedra, tiene casas que se disponen a modo de espiral – o sea sensación me da a mí en una noche sin estrellas – hasta llegar a lo alto, donde antes había una fortaleza y hoy hay una iglesia del siglo XVIII

Junto a la iglesia, y ya cerrados a esas horas, talleres de artistas que todavía, parece ser, se asientan en la localidad. Parece ser (en diciembre, por la noche y entre semana eso no se ve) que los locales donde se realizan las artesanías y las obras de arte están abiertos al público y se pueden visitar de forma libre. Eso y no puedo asegurarlo, solo que los locales, estar, sí están.  

El pueblo, a nosotros, nos gusta mucho. Nos encanta que tengamos que cruzar por una especie de pasadizo que va hacia la iglesia, que las calles sean estrechas, recogidas, que den muchas vueltas. La noche, como he dicho antes, no le hace mal. Queremos verlo por la mañana, pero como he dicho también, la mañana la usaremos para otra cosa. Aquí termina nuestro primer día de visitas en el Conflent, pero no la jornada en sí misma. 

Al ser diciembre, los días son cortos, y la luz se acaba pronto. Decidimos parar en Prades, pero el lugar está ya dormido. Prada (o Prada de Conflent, en catalán), acogió a Pau Casals al verse obligado al exilio tras la Guerra Civil Española. Allí se le recuerda su figura, siendo lo más destacable el festival que se realiza todos los años en su nombre. En Prades hay otras cosas de interés, como la iglesia y su tesoro, pero tampoco puedo hablarte de ello, de modo que te dejo aquí la web de la localidad por si quieres echarle un vistazo y organizar tu visita. 

Buscamos un lugar para dormir, cerca de lo que será nuestra visita al día siguiente. Antes, cogemos una pizza en una de esas pizzerías móviles que tanto hay por Francia y que tantas cenas nos arreglan. Finalmente, llegaremos a Vernet-les-Bains tras unos kilómetros de conducción por una carretera, salpicada a un lado y otro, de pueblos que tiene la pinta de ser encantadores y en los que querríamos detenernos, en su totalidad.  

Y aquí, sí, en un espacio que suponemos lleno de árboles y naturaleza, un poco más allá del pueblo, dormiremos. Al día siguiente tenemos pendiente una visita en lo más alto y sagrado de la zona. 

Día 2: St Martin du Caingou, Villefranche-de-Conflent, Evol y bonus track. 

Después de pasar una noche maravillosa escuchando el sonido del agua del río que transcurre casi salvaje, nos despertamos y nos acercamos hasta el centro del pueblo para desayunar. Aunque no lo visitamos, porque la siguiente parada tiene horarios muy estrictos de acceso, Vernet-les-Bains es otra de esas estampas estupendas que pinta el paisaje del Conflent. En lo alto se ve todavía un castillo y una iglesia que lo acompaña. El pueblo tiene también una estación termal de la Belle Epoque y un casco histórico destacable que, como digo, por falta de tiempo no podemos visitar, pero sí intuimos al ir a desayunar. 

Tras tomar un café con leche en un local con solera, conducimos unos 3 kilómetros hasta Casteil, el último núcleo de población al que se puede acceder en vehículo antes de empezar el ascenso hasta St Martin du Caingou. Esto es muy importante que lo tengas en cuenta, porque no puedes llegar con tu propio vehículo hasta este lugar, que es la visita estrella de nuestra segunda jornada de roadtrip por el Confflent. 

Apunte: en la localidad hay empresas que cubren el recorrido entre el pueblo de Catilet y la abadía de San Martín. No sé precios ni horarios, pero estoy segura de que suben porque una vez allí arriba había personas que accedieron de ese modo.  

Cuando llegamos a Castilet, dejamos el vehículo en uno de los aparcamientos que hay en la localidad, en el que se encuentra en la parte más alta. En realidad, hay otro más cercano, pero de eso nos damos cuenta después. Tras dejar el vehículo, ponernos calzado y ropa cómoda (yo voy con unos pantalones tejanos elásticos y ajustados) y coger algo de agua, empezamos la subida.  

El camino que te lleva desde Castilet hasta la abadía tiene una longitud de dos kilómetros, más o menos. Nosotros tardamos en completar el recorrido unos 50’, y llegamos a lo alto muy sudados. Apuntar que un recorrido similar, no por llano sino con alguna cuesta, suelo hacerlo en 20’. En este caso, la subida es bastante pronunciada y habrá momentos en que te falte el aliento. Durante el camino, que es el mismo que la única carretera de acceso que existe, estrecha y con muchas curvas, nos encontraremos con un coche conducido por una de las monjas que viven en la abadía. 

Debo explicar aquí que nosotros hemos mirado los horarios y hay una visita guiada a las 10 de la mañana. Es la que queremos hacer, pero al llegar a lo alto en la oficina no hay nadie, solo otro señor que espera lo mismo que nosotros y que se resguarda de la lluvia – sí, ha empezado a llover – en el refugio de montaña. Nosotros hacemos lo mismo, aunque vamos dando vueltas por el lugar para ver si podemos acceder. Esto no será así. Y no adelanto acontecimientos. Vuelvo unos kilómetros atrás y sigo con la subida. 

Como iba diciendo, la subida es bastante dura porque, además de la dificultad intrínseca que ya tiene, nosotros vamos a mucha velocidad para llegar a tiempo y poder hacer la visita guiada. A la abadía de San Martín de Canigó no se puede acceder si no es con visita guiada, así que debes seguir los horarios de un modo muy estricto si no quieres hacer la subida en vano, o si no quieres que tu visita no sea todo lo completa que podría ser. Y te digo esto último porque en realidad, si no puedes hacer la visita, subir hasta St Martin du Canigou merece mucho la pena. 

Después de caminar, como digo, casi una hora por una carretera sinuosa, con un manto de hojas ocres a nuestros pies, unas vistas espectaculares, vegetación frondosa y de colores otoñales fabulosos, la capilla de Saint Benoit, que data del siglo XII y que pasaremos por alto a la subida ya que vamos con tanta prisa que esperamos acercarnos a ella a la bajada (spoiler: no lo haremos), llegamos a lo más alto y ante nosotros aparece, entre las copas de los árboles, la abadía románica de Saint Martin du Canigou. 

Ya lo he dicho antes, allí no hay señales de vida, solo un señor que está tan perdido como nosotros y otro que es peregrino, y no recuerdo hacia donde se dirige. Damos muchas vueltas, sudados como estados y empezando a llover. Buscamos el modo de acceder a la abadía, pero no hay otra que con la visita guiada. Decidimos esperar hasta las 11, cuando se supone hay otra visita guiada. No tenemos muchas esperanzas, pero qué vamos a hacer, ¿regresar? Después del palizón que nos hemos pegado y ya que estamos allí… 

Un poco antes de las 11 aparece un señor y le comento, en francés, que queremos hacer la visita. Nos dice que es él quien vende las entradas, pero que debemos esperar un momento, que todavía no está abierto. En esa espera aparecen otras personas que también quieren visitarlas. Muy pocas hablan francés, la mayor parte de ellas catalán, ninguna español. Las personas que hablan catalán comentan la subida en vehículo hasta la abadía y explican, algunas, que lo han pasado mal en las curvas. Yo, como siempre, prefiero sudar antes que sufrir. 

Finalmente abre la sala para comprar las entradas, espacio en el que hay recuerdos de la abadía. Doy una vuelta entre souvenirs y compramos las entradas. Acceder hasta la abadía de San Martín de Canigó te costará 8€ por cabeza y recuerda que es el único modo de acceder, y que la visita será guiada. 

Tras pagar nos dirigimos al lugar que nos menciona el señor que vende las entradas, a las puertas de la iglesia de la abadía. Allí nos espera una religiosa, que solo habla francés, pero hace todo lo posible para hacerse entender. Ella es rumana – eso nos cuenta – y es, para las gentes de fuera, una ventaja ya que su acento no es tan marcado, por lo que sus palabras suenan de forma mucho más clara. Yo entiendo la explicación a la perfección – el francés lo domino bastante – y JJ no tiene problemas para seguirla. 

No te voy a contar aquí todo lo que se cuenta en la visita, eso sería otro artículo que podría dedicar, perfectamente, a este espacio tan especial para las gentes de la zona en una montaña que es casi sagrada. Lo que sí voy a decirte es que la visita dura casi una hora y que es muy interesante. La religiosa nos deja tiempo para hacer fotos y visitar los espacios a nuestro ritmo después de haber hecho las explicaciones. A mi juicio, el cansancio y la espera valen mucho la pena. 

Después de la visita nos dirigimos hasta el mirador, al que se accede tras una pequeña subida entre árboles esplendorosos. Desde allí se tienen las que son, sin ningún tipo de duda, las mejores vistas que se pueden tener de la abadía sin necesidad de sobrevolar la construcción con aparatos como drones. La imagen “natural” es una maravilla. Nosotros nos quedamos allí un buen rato y después empezamos el descenso.  

El descenso lo hacemos por el barranco, y nos cuesta más o menos lo mismo. No os recomiendo hacer la subida por el barranco ya que hay momentos que puede ser complicado. Descender no lo es tanto, y la recompensa es maravillosa. Como he explicado al principio del artículo, el otoño al que ya casi toca morir es exuberante en esas fechas, y el trayecto por el barranco es una experiencia maravillosa. Llegamos al pueblo después de otra hora de caminata, encontrándonos con varias estampas que no tienen desperdicio: un puente de madera precioso y un camino sinuoso con el pueblo detrás que es casi una imagen de cuento. 

 
Regresamos a la furgoneta y comemos algo de lo que llevamos “por si acaso”. Estamos hambrientos – hace rato que ya hemos quemado el desayuno – y ponemos rumbo hasta nuestro próximo destino. Será algo más de la una del mediodía. 

Apunte: las visitas a la abadía son, se supone, a las 10 y 11 de la mañana y a las 2 de la tarde, si no recuerdo mal. Aunque esto es lo que aparece en los carteles informativos, como digo los horarios no son muy fiables. Yo lo que te recomiendo es que vayas con tiempo. Si quieres hacer la primera visita y te pasa como a nosotros, aprovecha para dar un paseo por los alrededores de la abadía, asómate al mirador – a nosotros nos lo recomienda la religiosa que hace la visita – y tráete algo para comer. Allí hay espacios habilitados para hacer picnic, así que no tendrás problema. También te recomiendo que si quieres quedarte más por allí arriba te cojas algo para comer y te sientes después de haber hecho la visita.  

Nuestra siguiente parada es otro de los pueblos más bonitos de Francia. Este pueblo es el único que conozco a priori, antes de buscar información para hacer la ruta de 48 horas por el Conflent, en los Pirineos Orientales. El lugar es Villefranche-de-Conflent y es conocido por sus murallas, fortificación de Vauban y que, por lo tanto, es Patrimonio de la Humanidad.  

De Casteil hasta Villefranche-de-Conflent hay apenas 15 minutos de trayecto que en parte es el mismo que hemos hecho para llegar hasta la abadía. Llegamos al pueblo-fortaleza, que destaca tremendamente cuando te acercas, y dejamos el vehículo. Para estacionar debes pagar el precio usual que se paga en estos lugares en Francia, como sucede también en Castelnou. 

La visita a Villefranche-de-Conflent puede durar desde algo más de una hora, si lo que haces es dar un paseo y comer algo, como nosotros, hasta toda una jornada si lo que quieres es visitar todos sus atractivos, como el Fuerte Liberia o las Cuevas de Canalettes. En nuestro caso, visitamos el casco histórico y buscamos un lugar para comer, que al final será un pequeño local donde hacen galettes y en el que comeremos por un precio económico (no sé si era 7€ con bebida) y por los pelos, ya que pasan las dos de la tarde y después de esas horas, comer en Francia se convierte en una misión casi imposible. 

Por lo que respecta a nuestra visita a Villefranche-de-Conflent, el lugar es agradable, de aspecto medieval en algunos puntos. La fortaleza impresiona y está en buen estado de conservación. Hay vida en las calles, aunque la hay por los que vivimos al otro lado de la frontera y que, esos días, hemos hecho como las tropas de Napoleón en España allá por los inicios del siglo XIX: invadirlo todo. A mi juicio, Villefranche-de-Conflent, a pesar de su fama, tiene la pinta de ser un sitio tranquilo en los días en los que no hay turismo. La visita, aunque sea breve como la nuestra, merece la pena. 

Seguimos, después de este bonito lugar, hasta otro pueblo que tengo apuntado y que no sé si va a merecer la pena visitar. Siendo todavía de día, la jornada luce soleada, y encarados ya hacia la frontera para ir emprendiendo el viaje a casa – hay que recordar que, al día siguiente, y por la mañana, debemos estar en el trabajo -, decido que sí, que vamos hasta el próximo destino, Evol

Se supone que desde Villefranche-de-Conflent hasta Evol hay unos 20 minutos de trayecto, pero yo creo que son unos pocos más porque, una vez se llega a Olette debes emprender una subida por una carretera llena de curvas que hace que el tiempo se estire como un chicle de elasticidad extrema. Será esto lo que pase, pero no debe detenerte, y es que una vez llegas a Evol lo que te encuentras allí merece mucho la pena. 

Evol, que pertenece a Olette, es un pequeño núcleo de población en el que no tengo muy claro que habiten demasiadas personas. Las calles están casi vacías, pero hay una de esas pizzerías móviles de las que os he hablado antes. Hasta allí, a 800 metros de altitud en un pueblo perdido de la mano de todo, llegan estos pequeños negocios rodantes.  

Para aparcar en Evol no tendrás problema, ya que no hay que pagar, pero puede que el espacio no sea muy abundante si es que en algún momento del año el pequeño pueblo se llena de gente. En esos momentos, en Evol, estamos nosotros, una señora que sale de casa, algún gato y poco más. La invasión no ha llegado a lo más alto de la montaña. 

En Evol hay un castillo en ruinas al que no accedemos por encontrarse lejos, una iglesia y unas calles empedradas preciosas. El pueblo, a nuestro juicio, es el más bonito de toda la ruta. Seguramente nos lo parezca porque es el que se ajusta más a nuestros gustos: poca gente, mucha piedra, montaña, aire puro y autenticidad. Que este pueblo nos parezca el más bonito no quiere decir que el resto no lo sean también, todo lo contrario: pienso que una ruta por esta parte de Occitania, en lo más al sur de la misma, encuentras un montón de atractivos que pueden completar un viaje de unas cuantas jornadas, más de las que nosotros pasamos allí. 

En Evol callejeamos, nos sentamos en las piedras, respiramos y maldecimos no llevar un libro encima para leer un rato, descansando. Después de eso emprendemos el camino de nuevo, teniendo que descender hacia Olette y, desde allí, llegar ya casi hasta la frontera. No podemos exprimir más la comarca del Conflent, en los Pirineos Orientales, porque no tenemos más tiempo. Sé que allí hay mucho más por ver, pero en este viaje nos es imposible añadir más paradas. Para mí queda como una zona a la que volver en un futuro, tal vez en primavera, o también en verano. Quiero pensar que en los meses más calurosos del año aquella zona debe estar más llena de gente. Algún día puede que vaya a descurirlo. 

Lo dicho, que ahora retomamos el camino hacia casa, pero antes quiero que JJ conozca un lugar en el que estuve hace cosa de 20 y pocos años. Ese lugar me gustó mucho cuando lo visité en el marco de una excursión con el instituto, y nunca había tenido la oportunidad de regresar. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o que a España debemos regresar justo yendo por allí, decido detenernos en la Ciudadela de Mont-Louis, otro lugar fortificado por Vauban y que, no teniendo el mismo encanto que los otros pueblos – te lo parecerá si es lo que visitas en último lugar -, es también un lugar intersante. 

Desde Evol hasta Mont-Louis tenemos 30 minutos de trayecto, y casi cuando estamos a punto de llegar a la fortaleza empiezan a caer copos de nieve. Los picos de las montañas, en ese punto, están ya nevados. Las señales de la carretera empiezan a advertir la posible necesidad de cadenas. La nieve cae con poca fuerza, así que una vez llegados a la fortificación cruzamos sus murallas – puedes acceder sin problema con el vehículo – y aparcamos la furgoneta. Descendemos, subimos hasta lo alto y nos acercamos hasta los límites de lo posible, porque aquello es todavía zona militar. La nieve empieza a caer con más fuerza – eso hará que nos saltemos el horno solar – y a nosotros este tipo de riesgos no nos gustan, así que decidimos irnos de allí y ponernos a salvo, y es que Mont-Louis se encuentra a 1600 metros de altitud. Antes de eso, pasamos por una panadería del pueblo y compramos algo para merendar, dulces típicos y tradicionales de la zona que venden a muy buen precio, como es usual en Francia. Ahora sí, nos subimos a la Agrovan y decimos adiós a Francia. Cruzaremos la frontera en Puigcerdà y allí nos despistaremos intentado evitar la autopista de pago. Llegaremos después a Ripoll y pasaremos delante de Santa María, que impresiona, iluminado, y que algún diá visitaremos. 

Llegaremos a casa justo para descansar unas horas y, al día siguiente, ponernos a trabajar. Las dos jornadas casi completas que hemos dejado atrás, en el Conflent, han sido de lo más satisfactorias. Diría que han sido hasta sorprendentes, y es que queriendo hacer una escapada exprés, sin demasiadas pretensiones, hemos acabado descubriendo un territorio riquísimo en todos los aspectos posibles, de una belleza indiscutible y que da, como habréis comprendido ya, para mucho más que un par de días de viaje. 

Sin ningún tipo de duda, viajar hasta la comarca del Conflent, en los Pirineos Orientales, que forman parte de esa Occitania tan interesante para toda persona amante de los viajes, es una idea grandiosa. Desde mi punto de vista, este viaje es perfecto para descubrir pueblos con encanto, ciudades recogidas, transitar por paisajes impresionantes y sumergirte en la Historia. Si estás buscando una escapada de pocos días, nuestra ruta puede servirte como guía. Si estás buscando un viaje más largo, lo que aquí te presento puede servirte como inspiración o como introducción. 

Como parte práctica, a lo largo de todo el artículo he ido introduciendo enlaces que pueden servirte de interés. En lo que se refiere a los gastos, todos los que hay son los que te menciono, sumando además el combustible, que repostamos siempre antes de cruzar la frontera francesa ya que en España pagamos casi 50 cts de euro por litro menos que en Francia.  

Las montañas desde Mont-Louis.

Y esto es todo lo que quería contarte sobre este viaje, corto pero intenso, por otra parte de Francia más que interesante. Que lo disfrutes. 

Una filósofa y un politólogo que amana viajar y lo hacen a pesar de los pocos recursos que tienen. Viajar es más que un capricho, viajar es una necesidad y aquellos que somos pobres en un primer mundo de opulencias tenemos derecho también a realizar nuestros sueños viajeros. Porque los pobres también viajamos.
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