Cuando viajamos no vamos buscando solo lugares bonitos o historias que puedas contar con una sonrisa. Viajar es también zambullirte en el pasado – incluso el presente – más triste y desgarrador, y eso es lo que hicimos nosotros en Ribadelago, el pueblo sanabrés que sucumbió bajo las aguas de una mala presa.
Voy a comenzar diciendo que no conocía la terrible historia de este pueblo zamorano hasta que alguien en Instagram me habló de él. Estaba contando en directo la ruta que estábamos haciendo por Castilla y León con la Agro Van cuando recibí un mensaje que decía algo así como «tienes que visitar el pueblo de Ribadelago Viejo». Aprovechando la subida al Lago de Sanabria decidí que nos acercaríamos hasta ese lugar que estaba empezando a despertar mi curiosidad.
Lo cierto es que en aquel preciso instante no sabia dónde me metía. Me habían comentado que era un pueblo anegado por una presa pero de su historia no conocía nada más. La investigación la hice in situ, esto es, a medida que iba caminando por lo que un día fueron las calles de un pueblo sanabrés. Googleé un poco y encontré algunos artículos que hablaban del pueblo, contaban su historia, daban cifras y reproducían testimonios. Escalofríos comenzaban a recorrer mi cuerpo. Cuanto más sabía más me impresionaba estar caminando por allí.
La terrible historia de Ribadelago
Años 50 del siglo XX. España está sumida en la oscuridad del Franquismo. La vida en las ciudades se promociona por el Estado, y las necesidades de las urbes que empiezan a emerger necesitan ser satisfechas. Es así como en España empieza la construcción acelerada de muchas presas para poder dotar de luz a esos núcleos urbanos que piden más y más energía. Comienzan a sepultarse pueblos, a desviar cursos de agua, y la luz se hace.
A 8 kilómetros a lo alto del pueblo de Ribadelago, que vive a orillas del Lago de Sanabria, y en el año 1954, comienza a construirse una de esas tantas presas que hoy en día salpican la geografía española. Esta presa fue terminada en el año 1956, y digo terminada y no «terminada» porque desde la finalización de su construcción los remiendos que tuvieron que hacerle no cesaron jamás.
Las gentes de Ribadelago dijeron que sí rápidamente a eso de construir la presa, y es que cuentan las crónicas que allí jamás habían visto el dinero. La economía era de subsistencia, la vida muy precaria, y el trueque era parte indispensable de la existencia. El hecho de ponerse a trabajar en una presa supuso, para muchos, ver por primera vez en su vida una moneda.
El problema venía ya de base. Un cemento de muy baja calidad y una piedra del mismo calado se tradujeron en un desastre de hormigón, factores a los que se le sumaron un déficit de cimentación y demasiada presión del agua. De allí pocas cosas buenas podían salir.
La cuestión, que la presa se construyó de mala manera, se inauguró en el año 1956, y los problemas no cesaron. El caudal del agua bajaba insospechadamente porque se filtraba por las paredes de la obra, pero nadie podía imaginar que algo como lo sucedido el 9 de enero de 1959 pudiese ocurrir.
La noche del desastre
Tormentas varías en los días anteriores, grandes acumulaciones de nieve. Frío y niebla y una suma de factores terriblemente dañinos rompen la oscuridad. Tañen las campanas, es medianoche. Algunos de los habitantes del pueblo van todavía por la calle, otros están ya durmiendo. Resguardadas por el calor de sus casas construidas para no sucumbir ante el frío del invierno sanabrés las gentes no sospechan de ningún modo lo que está a punto de pasar.
Hay quienes desde sus casas escuchan un extraño sonido, un estruendo que no saben identificar. Se asoman para observar los árboles por si es una ventisca, pero ningún árbol se mueve. Los peores presagios se hacen realidad: la presa se ha roto y el agua comienza a correr por las calles de Ribadelago.
Primero el curso de agua no es muy abundante, y es que el puente que permite salvar las dos orillas del río aguanta el caudal; ramas, troncos, árboles enteros se quedan varados en la construcción de piedra haciendo de tapón. Pero lo que podría parecer una solución no hace más que aumentar el calibre del desastre: cuando aquello revienta, una ola de una decena de metros engulle por completo el pueblo.
En un par de minutos Ribadelago desaparece. Las viviendas se derrumban y bajo ellas, sus habitantes. De los poco más de 500 habitantes que tiene el pueblo acaban pereciendo 144. De esos 144 solo se rescatan una veintena de cuerpos, el resto reposarán eternamente en el fondo del Lago de Sanabria.
Tras el desastre…
A la mañana siguiente las gentes de los pueblos vecinos, con las primeras luces, acuden al Ribadelago a socorrer a los damnificados. El escenario con el que se encuentran es dantesco. Donde había un pueblo hay ahora, en el mejor de los casos, escombros. Como construcción solo sobrevive a la tragedia el campanario de la iglesia, por ser el edifcio más grande, y las casas que se encuentran en la zona más alta.
Animales muertos, gente llorando, niños desubicados, cadáveres, la desolación máxima. La prensa se hace eco de la tragedia, el régimen franquista se apresura en minimizar los daños, comienzan a realizarse obras caritativas por parte de equipos de fútbol, también se corren carreras ciclistas para recaudar fondos, la ayuda llega hasta de América. Pero Ribadelago es ya historia.
El pueblo no se reconstruye, el Gobierno decide construir uno nuevo, como a medio kilómetro de la tragedia, y pasa a llamarse Ribadelago Nuevo. Hasta la reconstrucción es una chapuza; como quieren hacerla deprisa y corriendo usan para tal fin el Plan Badajoz, una especie de plan de colonización de tierras extremeñas para darles un nuevo uso. Así, construyen a la orilla del Lago de Sanabria un pueblo pensado para levantarse en Badajoz. En Badajoz, que poco tendrá que ver con esa zona, y menos en aquellos años.
El nuevo – que a mí me llama mucho la atención, la verdad – es de casas blancas y nada tiene que ver con la arquitectura sanabresa, de piedra, pizarra y madera, adaptada a las condiciones climatológicas de la zona – un 28 de agosto no superamos los 15ºC -, y no solo eso. Las casas sanabresas de la época tienen dos plantas, una dedicada a la vida humana y la otra dedicada a la vida animal, ya que la economía es de subsistencia y con ello se abastecen durante el invierno. Estas casas, además de ser extremadamente frías, no son para nada funcionales en la zona. Y no olvidemos la estética, totalmente desvirtuada, en un entorno donde predomina el color piedra, el azul del agua y el verde de la vegetación.
Uno de los efectos colaterales de la destrucción de la presa que no fue para nada negativo se tradujo en la conservación del Lago de Sanabria – el mayor conjunto lacustre glaciar de toda España – y todo el sistema de lagunas que lo rodean. No es que fuera positivo que se rompiese la presa, como digo, el efecto es colateral, lo que sí afirmo es que deberíamos tener en cuenta mucho más el impacto de nuestro progreso. En aquella época y en aquella circunstancia – tan importante el tiempo en el que nos encontramos – esto era difícil de pedir, lo tengo claro, pero 60 años después seguimos cayendo en errores similares.
La vida después de aquello
Como era de esperar, la vida de los lugareños cambió radicalmente. Se sumieron en la mas honda de las tristezas y se abrazaron al más profundo de los silencios. En 50 años casi nadie se atrevió a hablar del desastre. La vida siguió, pero no fue una vida buena, ni mucho menos. Alejados de su hogares – ¿no hubiera sido mejor reconstruir el pueblo y que escogiesen quedarse o no? – y en un lugar totalmente distorsionado, la pena de haberlo perdido y toda la tragedia sobrevenida hicieron de Ribadelago un lugar en el que la tristeza estaría presente por mucho tiempo.
En la actualidad Ribadelago es el punto de partida de una de las rutas más conocidas de Sanabria, la Senda de los Monjes, y por la zona se ve turismo aunque no tengo demasiado claro si se conoce la historia del pueblo que están visitando. Desde aquí mi granito de arena para que llegue a aquellos que, como yo, vivían ignorando el asunto y, sirviéndome de las palabras de Reyes Mate, afirmar que «la memoria es justicia», y nada mejor para la memoria que perpetuar el recuerdo.
Os dejo a continuación uno de los múltiples audiovisuales que hay dedicados a la tragedia de Ribadealgo por si os interesa ampliar la información. Os recomiendo, por mi parte, que lo miréis porque los testimonios son estremecedores.
Por si os interesa, se puede acceder a la presa a pie, aunque comentan que la ruta es bastante dura. Podéis seguir esta de Wikiloc, que son un poco menos de 20 km [link aquí].
Escalofriante, no hay palabras.
Gracias por darlo a conocer amiga
Gracias a ti por leerme 🙂
Esto en mi pueblo se ha llamado siempre «chapucería», de principio a fin. Y es sólo un reflejo de lo que ha sido y es nuestra sociedad, son las consecuencias de los intereses de quienes nos gobiernan. No conocía la historia del pueblo, y es, de verdad, estremecedora. Comparto para honrar la memoria de Ribadelago, el «viejo» y el Nuevo.
Sí, en el mío lo llamamos «empastre». Un desastre de gestión y un reírse del pueblo porque parece que allí no va a quejarse nadie. La historia es estremecedora y me parece de justicia compartirla para que llegue a más gente. Gracias por compartirla y ayudarme, así, en la tarea.
Un abrazo.
Buenas, un artículo muy bueno, desconocía la triste historia de este pueblo. Gracias por compartirlo. Un abrazo
Me alegra que te guste y que te haya descubierto al historia. Después de conocerla creí necesario escribir una artículo al respecto para hacerla llegar a más gente.
Gracias por leerla.
Interesantísimo. Gracias por divulgar este tipo de historias desconocidas y olvidadas de la España vaciada.
Un abrazo viajero
Gracias a ti por leerlo.
Saludos viajeros.
Muy triste historia…
Por cierto, valoro la zona de Sanabria (+ Braganza y noreste de Portugal) para julio. Ya me dirás si crees que será demasiado calor y mejor dejarlo para septiembre…
un saludo
Pues no sabría que decirte respecto al calor, yo puedo hablarte de lo que nosotros nos encontramos a finales de agosto y, como puedes ver en la imagen, mucho calor no hacía. En Sanabria quería bañarme en el lago y no fue posible porque hacía un frío terrible – para ser agosto, claro. Esa misma noche llegamos a los 3 grados centígrados.
Nosotros, calor, no pasamos, pero seguro que en septiembre hace menos.
Gracias por comentar.
Saludos,
Marina.