No sé si a vosotros os sucederá lo mismo, pero a mí los lagos me fascinan. Me fascinan más que el mar, y casi tanto como los ríos. La percepción romántica del lago – romántica en tanto que movimiento cultural – como lugar idílico, a veces misterioso, me seduce muchísimo; me encanta descansar a la orilla de un lago, leyendo un buen libro o simplemente observando la vida pasar.
Si recordáis nuestro paso por Banyoles, veréis como nuestra mayor excusa para visitar esta localidad catalana era su lago, su inmenso lago. Puigcerdà no iba a ser distinto, y es que mis recuerdos eran demasiado bonitos como para dejar pasar una revisión actual del lugar y crear unos nuevos, que no sabía si iban a ser mejores o peores, pero quería que fueran nuevos. Desde Llívia era proceso natural pasar por Puigcerdà, y de regreso a Andorra, si es que no queríamos repetir el camino por el Pas de la Casa, de modo que aprovechamos la coyuntura geográfica y cumplimos mi pequeño deseo viajero.
Puigcerdà es una ciudad pequeña, capital de la Cerdanya – como ya se ha dicho – y que se encuentra en la provincia de Gerona. Con un poco menos de 10.000 habitantes se encuentra a escasos kilómetros de la frontera francesa, y en un entorno natural privilegiado. Cuando estuve la última vez allí lo hice para ir a patinar sobre hielo con mis compañeros de 4º de la ESO. Habíamos organizado un viaje para el mes de marzo y aprovechando la cercanía de Puigcerdà con Massella – que era donde nos alojábamos –, fuimos hasta allí para (intentar) patinar sobre hielo y no hacernos mucho daño dándonos de bruces en la fría superficie helada. Y fuimos a Puigcerdà a patinar porque allí se encuentra el Palacio de Hielo en el complejo del Puigcerdà Centre d’Esports d’Hivern. Aquel día lo pasamos verdaderamente bien, aunque algunos regresaron al hotel con el trasero dolorido – personas entre las cuales tengo la suerte de no encontrarme –, y guardo un grato recuerdo de la experiencia. Pero más allá de esta actividad – casi de riesgo –, una de las cosas que más recordaba era un espacio muy abierto, con montañas nevadas detrás, mucho verde y un lago con casitas al lado. Y también me venían a la mente recuerdos más añejos, de cuando todavía era una niña, en los que me paseaba por el lago en una barca con mis padres y hermano. La mezcolanza de ambas memorias hacía que la curiosidad, aún y siendo el lugar conocido para mí, pesara mucho, así que no había otra opción: debía regresar a Puigcerdà.
Llegamos a la pequeña ciudad y buscamos el lago – ¿qué sino íbamos a hacer? Intentamos aparcar cerca de él y conseguimos hacerlo en uno de sus laterales donde hay aparcamiento, aunque ésteno sea muy abundante. Otra de las cosas que se puede hacer en Puigcerdà, si no se quiere empezar por el lago, es aparcar en la estación de tren para posteriormente subir por el ascensor panorámico que te lleva hasta la plaza del Ayuntamiento.
Desde el lugar en el que dejamos el coche el lago era casi imperceptible, pero al adentrarnos en el Parque Schierbeck, y poco a poco, la belleza de este lago artificial que data del siglo XIIiba desplegándose ante nosotros. Y no solo el lago se muestra poco a poco, sino que rodeándolo encontramos una serie de coquetas mansiones ribereñas eclecticistas, entre las que destacan Villa Margarita, Villa Font o Villa Paulita.
Desde el lago buscamos adentrarnos en la ciudad y fuimos a parar a la Plaza Santa María, y de camino a ella nos encontramos con algún que otro edificio singular de aires modernistas.
La Plaza Santa María es una de las centrales de Puigcerdà, y en ella encontramos la torre-campanario de lo que fuera antaño la iglesia de Santa Maria de Puigcerdà. Ésta, de estilo románico, fue destruida por la CNT-Fait – y según la Wikipedia, única referencia que he encontrado al respecto – en el año 1936, durante la Guerra Civil. El campanario, que tiene 35 metros de altura, se alza regio en un lateral de la plaza y hoy en día alberga la Oficina de Turismo. Además, se puede subir hasta lo alto del mismo mediante un ascensor panorámico, lugar desde el cual – dicen – se tienen unas vistas de 360º de toda la ciudad y su entorno.
La Plaza de Santa María es una plaza casi sin más pero que tiene, además del imponente campanario, algún que otro edificio colorido que le da aires de coquetería e inmuebles con tejados que recuerdan a lo que podemos encontrar al otro lado de la frontera.
De la Plaza Santa María fuimos a parar, inevitablemente, al Carrer Major – Calle Mayor –, una de las calles más transitadas de la ciudad y centro comercial de la misma, junto a la plaza Cabrinetty.
Desde ese punto fuimos a parar a la Plaça de l’Ajuntament – Plaza del Ayuntamiento –, desde la cual se tienen unas vistas impresionantes y donde se encuentra el ascensor que nos llevaría – en el caso que quisiéramos – hasta la estación de tren.
Habiendo paseado casi todo lo más céntrico de Puigcerdà, pero sobre todo habiendo cumplido el deseo de (re)visitar el lago, solo nos quedaba regresar hasta Andorra a través de uno de los territorios más bonitos de Catalunya: la Cerdanya.
Y sí, debo decir que los buenos recuerdos que tenía del lago no eran infundados. La nueva visita a Puigcerdà no me decepcionó para nada, aunque sea ésta una ciudad menor en Catalunya. La ciudad no tiene más cosas que las que os he descrito en las palabras que he redactado en este texto, pero su ambiente es agradable y como alto en el camino es una opción más que correcta. Además, y como ya sucedía en la vecina Llívia, es un buen centro de operaciones para descubrir los rincones naturales que son tan abundantes en la zona.
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