Después de pasar una jornada entre miradores andorranos, un pueblo catalán rodeado de territorio francés y una pequeña ciudad que vive en torno a un bello lago decidimos regresar al Principado de Andorra. Transitando ya por tierras leridanas nos topamos – literalmente – con uno de los cascos históricos más variopintos de la Cerdanya Leridana.
Bellver de Cerdanya tiene el honor de ser uno de los lugares en los que se registran las temperaturas más bajas en invierno, con una media anual de 9’1 ºC. Dicen que Gustavo Adolfo Becquer aprovechó las temperaturas tan frías de esta localidad para darle un descanso a su cuerpo tuberculoso y allí, además de alivio físico, encontró inspiración suficiente para escribir una de sus leyendas: La cruz del diablo (podéis leer la leyenda completa haciendo clic aquí)
El crepúsculo comenzaba a extender sus ligeras alas de vapor sobre las pintorescas orillas del Segre, cuando después de una fatigosa jornada llegamos a Bellver, término de nuestro viaje.
Bellver es una pequeña población situada a la falda de una colina, por detrás de la cual se ven elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito, las empinadas y nebulosas crestas de los Pirineos.
Los blancos caseríos que la rodean, salpicados aquí y allá sobre una ondulante sábana de verdura, parecen a lo lejos un bando de palomas que han abatido su vuelo para apagar su sed en las aguas de la ribera.
Una pelada roca, a cuyos pies tuercen éstas su curso, y sobre cuya cima se notan aún remotos vestigios de construcción, señala la antigua línea divisoria entre el condado de Urgel y el más importante de sus feudos.
A la derecha del tortuoso sendero que conduce a este punto, remontando la corriente del río y siguiendo sus curvas y frondosos márgenes, se encuentra una cruz.
Bellver es una pequeña población situada a la falda de una colina, por detrás de la cual se ven elevarse, como las gradas de un colosal anfiteatro de granito, las empinadas y nebulosas crestas de los Pirineos.
Los blancos caseríos que la rodean, salpicados aquí y allá sobre una ondulante sábana de verdura, parecen a lo lejos un bando de palomas que han abatido su vuelo para apagar su sed en las aguas de la ribera.
Una pelada roca, a cuyos pies tuercen éstas su curso, y sobre cuya cima se notan aún remotos vestigios de construcción, señala la antigua línea divisoria entre el condado de Urgel y el más importante de sus feudos.
A la derecha del tortuoso sendero que conduce a este punto, remontando la corriente del río y siguiendo sus curvas y frondosos márgenes, se encuentra una cruz.
Bellver se presenta ante ti de manera inesperada, así como sucedió con Castellfollit dela Roca, aunque en el caso del pueblo que hoy nos ocupa no sea necesario ir en su búsqueda para encontrarlo. A Bellver se llega de forma natural transitando por las carreteras de la Cerdanya Leridana, y es que sin quererlo te lo encuentras de frente o, mejor dicho, en lo alto.
Bellver de Cerdanya, antes de ser una villa, formaba parte de una red de fortificaciones que vigilaban el Camino Real que cruzaba el condado de Cerdanya, uniendo así el de Conflent y el de Urgell. Fue en el año 1225 cuando al lugar fue nombrado villa y se le fue concedida la carta puebla que aportaba una serie de beneficios que hicieron que las gentes quisieran irse a vivir allí. Esta práctica no era exclusiva de Bellver, sino que en la época, y para repoblar lugares con pocos habitantes, las villas, pueblos, ciudades… eran dotadas de una serie de privilegios que hacían la vida en el lugar más atractiva. En el caso de Bellver, el derecho de pastoreo o la excepción de impuestos señoriales fueron algunos de los privilegios que animaron a las gentes a cambiar su lugar de residencia por esta localidad leridana.
En la actualidad Bellver de Cerdanya tiene rincones coquetos, encantadores; de esos rincones que solo pueden darse entre piedra y calma, bajo un cielo azul y limpio y con el aire de las montañas acariciando tu cuerpo. Puede que Bellver sea un rincón en sí mismo: el pueblo es pequeño, aunque con lo que tiene le basta y le sobra para sacar pecho y decir ¡qué bonito soy! Una plaza porticada con arcos casi perfectos y casas de piedra y madera que invitan a cobijarse en ellas en los – muchos – días fríos es una de las atracciones principales de Bellver. También sus murallas que nos llevan al mirador hacia el puerto del Perdís, utilizado en la diáspora albigense – los famosos cátaros -, son otro de los atractivos de este pequeño pueblo construido en lo alto del cerro.
MÁS INFORMACIÓN
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- Más sobre la relación de Becquer i Bellver de Cerdanya pinchando aquí.
- Más sobre la historia y los lugares de interés de la localidad pinchando aquí.
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