De València a Trujillo, pasando por Oropesa de Toledo y Guadalupe.

Nuestra aventura comienza un domingo de junio por la mañana, muy por la manaña, cuando todavía la gente vuelve a sus casas de las verbenas que se han celebrado por toda València para celebrar San Juan- A horas intempestivas nosotros cargamos el coche de maletas para comenzar nuestro #LPTVIncóngintaTourII rumbo Extremadura.
Aunque muchos no lo crean, este va a ser uno de nuestros viajes más especiales ya que vamos a visitar Extremadura, un lugar al que queremos ir desde hace mucho tiempo – como ya os contamos en anteriores entradas. Para ello, salimos de València a las siete de la mañana con el coche hasta los topes – y sin aire acondicionado – y comenzamos nuestra hazaña.
 
Son unos 600 los kilómetros que nos quedan por delante al salir de la ciudad, así que nos tomamos la carretera con calma. Tras una parada para tomar un café y otra para echar gasolina, llegamos al primer lugar que vamos a visitar:

Oropesa de Toledo.

 

Oropesa pertenece a la Comarca de Campana de Oropesa, en la provincia de Toledo. Los romanos ya conquistaron su territorio, y han sido muchos quienes han morado en la localidad, y entre ellos árabes y cristianos que han dado forma a su castillo. El castillo de Oropesa tiene dos construcciones diferenciadas, una más antigua levantada por los árabes sobre una estructura romana de planta rectangular y torres circulares – de las que solo se conservan dos -, y otra construida por los condes de Oropesa, en 1402, que tiene también planta rectangular, pero de torres diferentes.

 
A medida que nos acercamos por la carretera, el castillo de Oropesa – a día de hoy un Parador de turismo – es bien visible, y bien bonito. Sus torres redondeadas son verdaderamente bellas, y a lo lejos aparecen como gigantes dominando lo más alto de la colina en la que este pueblo manchego se alza.
 
 
 
Una visita al castillo de Oropesa de Toledo es obligatoria, así como también lo es un breve paseo por las calles de la localidad. Y la entrada al castillo es bastante barata – ni digamos pasear por el pueblo. Visita a la fortaleza es totalmente recomendable, por lo bien conservado que está  y por lo agradable de la plazuela en la que se encuentra el parador.
 
 

 

 

Guadalupe (Cáceres)

Nuestra siguiente parada programada es La Puebla de Guadalupe y su monasterio, del que hemos leído que es de los más bonitos de España, y que nos interesa también por tener relación directa con Isabel la Católica. Así, tras disfrutar de Oropesa ponemos rumbo a Guadalupe, ya en Extremadura, olvidándonos de echar gasolina, por lo que a 50 kilómetros antes de llegar a nuestro destino se nos enchufa la luz de reserva – es lo que sucede cuando vas en un coche distinto al habitual… En medio de los montes extremeños, sin cobertura de móvil y casi sin gasolina paso los 40′ peores minutos de mi vida en un viaje – sin contar los que me toca vivir encima de un avión, que eso ya es cosa superior. Agobiados, asustados y cabreados con nosotros mismos por no haber parado en las múltiples gasolineras que había en Oropesa – aunque solo fuera una nos parecen en ese momento millones – maldecimos esa carretera tan bonita en la que los pueblos son escasos y las gasolineras, inexistentes. Tras intensos minutos de sudor – y casi lágrimas – nos acercamos a Guadalupe y vemos una señal que indica que hay una gasolinera. Jamás nos hemos alegrado tanto de encontrarnos con una de esas, y vamos fugaces – como si eso solucionase algo – a la gasolinera. Aliviados, bajamos del coche:
– ¿Cuánto les pongo?
– ¡Lleno! – exclamo casi de forma inconsciente.
Una vez nos sentimos a salvo decidimos ir hasta el monasterio, y con la tontería son casi las tres de la tarde pero todavía no hemos comido. Es el momento entonces de sacar nuestro arsenal de supervivencia viajera: las fiambreras y la ensalada de pasta. Buscamos un lugar con sombra en los alrededores de Guadalupe y la encontramos – escasa, muy escasa – en una especie de mirador con fantásticas vistas al pueblo y, sobretodo, al increíble monasterio que se alza regio, como una mole, dominando el horizonte.
 

El Monasterio de Guadalupe – en la provincia de Cáceres – fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 1993. En su interior podemos encontrar los estilos arquitectónicos característicos de los siglos XII hasta el XVIII: gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico.El monasterio, antaño santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe, se convierte en monasterio a finales del s. XIV y su historia se agranda a partir de los Reyes Católicos, quienes tuvieron una estrecha relación con este lugar santo: recibieron a Colón en el año 1486 y en el año 1492, además de buscar descanso y paz después de la conquista de Granada en el año 1492.  También, en este monasterio, encontramos la sepultura del hermano de Isabel la Católica

La visita al Monasterio 

Ahora sí, es el momento de visitar el monasterio, así que vamos hasta él, habiendo aparcado dentro del pueblo en un callejón contiguo a la plaza del pueblo. Compramos la entrada que nos permitirá visita el interior del monasterio con sus diferentes salas adaptadas como museo y también el claustro. El señor que nos vende la entrada nos dice que esperemos a que se forme un grupo de 15 personas, así que salimos de la tienda y nos resguardamos del calor extremeño en la primera sala del edifico. Allí vemos que hay un par de parejas que están esperando también, así que preguntamos y un señor nos dice lo mismo que el vendedor: debemos esperar a que se forme el grupo. ¿Y cuánto tiempo debemos esperar? Preguntamos curiosos. Hasta que se forme el grupo, nos responde el señor de nuevo. Pasados unos cinco minutos, un par de parejas más se sientan en los bancos y preguntan lo mismo que nosotros; el señor tiene la misma respuesta. El reloj consume un cuarto de su esfera y otra pareja aparece; la misma pregunta y la misma respuesta. Empezamos a mosquearnos porque allí nadie nos dice nada. Tras más de media hora de espera – ¡media hora! – aparece un grupo enorme de gente – que debía ser una excursión organizada – y nos dicen que vayamos poniéndonos en fila. Esperamos algunos minutos más y por fin nos dejan pasar, haciéndonos esperar cinco minutos más en una sala. Los que llevábamos allí esperando todo el tiempo empezamos a hablar y a comentar el número de gente que parece que va a hacer la visita, el tiempo que nos hemos estado esperando y el comportamiento más bien desagradable del que va a ser nuestro guía. Tras otra espera aparecen unas 30 personas – vaya grupo de 15, ¿eh? –, y al poco rato el que va ser el guía. Se nos pone a hablar de la visita, de un modo mecánico, casi desganado, y empezamos con ella. Nos metemos en una sala llena de cuadros y esculturas de carácter religioso, de las que el guía nos dice aquello que se aprendió un día y jamás volvió a mirar – o eso nos parece a nosotros –, sin ningún tipo de entusiasmo, como si fuera el nuendo quien te estuviese hablando. Tras la – breve – explicación nos da un par de minutos – no sé si tantos – para ver todas las cosas, y así en todas las salas. Nos comenta el guía que debido a los tesoros que albergan las salas deben ser abiertas y cerradas cada vez que entra la gente, así que imagínense ustedes el agobio con tantas personas dentro. Son 5 o 6 las salas que visitamos, algunas con cosas verdaderamente interesantes, pero la visita se nos hace un poco desagradable por todo lo que os estamos contando. Visitamos también el coro y, por supuesto, el claustro.
 
El monasterio nos gusta, aunque debemos decir que es mucho más espectacular el exterior que el interior, y podemos decir que algunos monasterios menos conocidos son mucho más espectaculares. Aún así, el de Guadalupe merece una visita, por el monasterio – aunque solo lo veáis por fuera – y por el pueblo, que tiene un gran encanto.
 
El claustro mudéjar del monasterio

 Llegada a Trujillo

 
Es momento ahora de conducir hasta Trujillo, lugar en el que vamos a pasar dos noches en el Parador de Turismo. El camino hasta Trujillo es maravilloso, después del susto de quedarnos casi sin gasolina podemos disfrutar, ahora sí, del campo extremeño, y nos parece magnífico. Carreteras secundarias deliciosas, sinuosas, entre verdes y ocres, nos acaban conduciendo hasta nuestro destino que vemos asomar en la lejanía algunos kilómetros antes de llegar. Una visión idílica con el castillo – el magnánimo castillo – y el pueblo arrapado a la ladera; increíble. Buscamos el Parador, que está a las puertas del casco histórico y aparcamos. Es momento de ir a la habitación y disfrutar del fantástico alojamiento que va a ser nuestra casa en los próximos dos días, pero tenemos tanta ansia de visitar Trujillo – aunque sea solo un paseo rápido – que no estamos allí más de 20 minutos. Salimos del Parador y comenzamos a callejear el pueblo hasta llegar a su plaza, y es entonces cuando caemos rendidos frente tanta belleza; todavía nos somos conscientes de lo bonito que es aquello, pero eso ya os lo contamos en otra entrada.  

 

 

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