Domingo – caluroso – de junio, es mediodía. Después de tocar en un concierto y acabar agotada emprendes el viaje hacia la capital del Túria. A medio camino te viene a la mente algo que llevas queriendo hacer bastante tiempo, así que miras el reloj; vas a llegar a casa a las tres y todavía no has comido, por lo tanto… qué más da comer media hora más tarde. Miras al conductor y le dices: va, anem a Xàtiva. Argumentas un poco y utilizas la frase clave: pensa que la gent normal avui aniria a la platja. Él te mira serio, tu piensas que has dado en el clavo. Tras un breve debate, un par de kilómetros de autovía a lo sumo, decidís pasar de València e ir a la ciudad de los Borja. Nos vamos al castillo de Xàtiva.
Xàtiva, ciudad del interior de València, es celebre por varias cosas, pero las que más nos suenan a nosotros es por ser la ciudad de los Borja (con la j sonora en tierras valencianas) y por tener el retrato del Felipe V del revés. Los Borja se fueron a Italia y pasaron a ser Borgia, y los de Xàtiva pasaron a ser socarrats porque el rey mencionado más arriba se empeñó en quemar la ciudad. Apuntes históricos a parte, nosotros vamos allí también por el castillo, porque si hay castillos cerca y tenemos la oportunidad, sentimos la imperiosa necesidad de ir a verlos. Y qué mejor oportunidad que la que se presenta un domingo muerto de junio…
El sol aprieta fuerte y los calores del verano, aunque sea primavera, parece que asoman la cabeza en el levante valenciano. Tras un mosset rápido acabamos llegando a Xàtiva. Desde la carretera podemos divisar a lo alto, entre los intensos verdes de la montaña, una construcción de color claro que es mucho mayor de lo que esperábamos. Cansados como estamos, clamamos al cielo que, por favor, pueda llegarse hasta los pies del castillo en coche, así que empezamos a seguir las señales que hay en la ciudad. Tras conducir por estrechos callejones empedrados – y empinados -, parece que sí, que definitivamente, vamos bien encaminados.
Una carretera sinuosa, estrecha y curvada, nos hace subir metros hasta llegar a un párquing en el que, obviamente, dejamos el coche. Nos ponemos a hablar y un señor – que suponemos trabaja allí – nos dice: més amunt n’hi ha aparcament, però aquí ja esteu bé. Agafeu crema i gorra, que el sol pega fort. Nosotros le contestamos que nuestra visita ha sido improvisada y que venimos poco preparados; él nos responde dándonos ánimos y deseándonos que lo pasemos bien. Y tras unos pocos metros subidos – y bajo un sol abrasador – llegamos a las puertas del castillo.
El castillo de Xátiva ha sido relevante desde que la ciudad existe. Gracias a su posición estratégica fue plaza importante ya para las tropas de Aníbal, y también en el periodo de Al-Ándalus, además de serlo en época de las guerras de Castilla, las de Germanías y, finalmente, en las de Sucesión.
Tras pasar la Porta Ferrissa, reconstruida a mediados del siglo pasado, llegamos a la plaza de armas en la que hoy podemos encontrar un restaurante y algunas edificaciones modernas, en una de las cuales debemos comprar las entradas para acceder al recinto. La señora que nos atiende nos da un mapa y unas breves instrucciones: a derecha, el Castell Major, una hora para visitarlo; a la izquierda el Castell Menor, veinte minutos. Pues nada… a ellos que diría mi madre.
Comenzamos la visita y lo primero que nos encontramos, a mano izquierda y tras subir algunos escalones, es un cartel que nos indica que allí está la sala de los Borja, que forma parte del edificio neogótico que mandó construir Gregorio Molina y que, por lo tanto, pasa a ser el tercer castillo de Xátiva. En esta sala encontramos mobiliario de la época en que el edifico fue construido y la historia de quienes lo habitaron, además de una exposición sobre la familia Borja que se encuentra en una de las salas del recinto.
A la izquierda podemos ver la construcción neogótica, que destaca bastante respecto al estilo de las otras dos fortalezas.
Continuamos nuestro camino y empezamos a subir peldaños para adentrarnos en la principal fortaleza de defensa en el camino de Castilla y Aragón tras la conquista de la ciudad por parte de Jaume I. Desde este punto empiezan a tenerse unas buenas vistas del Castell Menor.
//platform.instagram.com/en_US/embeds.js Seguimos subiendo por una pendiente pronunciada para llegar a un lugar paradisíaco: los jardines de Ibn Hazm. Aunque sean de construcción reciente, estos jardines reconstruyen muy bien cómo eran estos oasis ideados en época de Al-Ándalus. Además, desde este punto tenemos una vista de la ciudad inmejorable, en la que podemos distinguir claramente la parte medieval y la contemporánea.
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La subida sigue y nos encontramos con calzada romana y son diferentes los elementos históricos que van cruzándose en nuestro camino. Desde la capilla de la Reína María que alberga los restos del conde Jaume d’Urgell, fallecido preso en la prisión del mismo castillo – y que más tarde nos encontraremos – hasta restos de aljibes y calzadas romanas.
Desde lo alto de la fortaleza, vemos a lo lejos el Castell Menor, pero también tenemos una panorámica de todo el entorno de esa zona de València que es bellísima.
Acalorados, deshacemos el camino para dirigirnos ahora a la otra parte de la fortaleza, la más antigua, el Castell Menor, no sin antes detenernos en una sala en la que hay una exposición sobre la Edad Media bastante instructiva, que intenta romper los mitos que la señalan como una época oscura de nuestra historia.
Es momento ahora de tomar el camino contrario y descubrir el Castell Menor, parte más antigua del castillo – ibérica y romana – y desde el cual se podía vigilar la Vía Augusta por la cual llegaron, entre ostros Escipión. Tras cruzar la puerta de Aníbal entramos en el recinto, del que no podemos perdernos la magnífica perspectiva que se tiene del Castell Major desde el Balcon de Himilce.
Puerta de Aníbal a la vuelta |
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