La Fresneda – De lo bueno, lo mejor

Cuando un domingo de agosto te sientes ocioso y no sabes qué hacer, tienes claro que no quieres playa ni aglomeraciones y te apetece salir de casa, hay un destino que nunca defrauda: Morella. Tienes ese bello pueblo de la comarca de Els Ports como punto de referencia en el que un buen paseo – y un buen flaó – es siempre de agradecer. Te diriges a él y piensas: bien, veremos dónde vamos después. Y coges el mapa, y te das cuenta que has agotado todas tus posibilidades aunque ahí, entre Calaceite y Valderrobres encuentras un lugar que has obviado demasiadas veces: La Fresneda. Y hacia ella te diriges. Premio. Gran elección. 

La Fresneda – o La Freixneda – es una pequeña localidad de la comarca del Matarraña, en la provincia de Teruel. Con poco menos de 500 habitantes, es una localidad que debemos nombrar como privilegiada, por su entorno y por su patrimonio. Al lugar se llega, si venimos desde Valderrobres, siguiendo la A231; si nuestro lugar de partida pasa por Morella, debemos seguir la N232 y desviarnos dirección Valjunquera para llegar seguidamente a La Fresneda, y lo mismo haremos si venimos de Alcañiz. Aunque el lugar, debemos decirlo, no tiene pérdida: a pocos kilómetros encontraremos señales enormes que nos indican la distancia hasta el lugar.
 

Llegados al pueblo vemos a lo alto un par de construcciones que todavía no sabemos adivinar qué son. Aparcamos en las afueras del pueblo y seguimos las indicaciones de Conjunto Histórico-Artístico. Tras una breve subida nos topamos con el Arco de Xifré, del s. XVI, que nos conduce hasta la bellísima Plaza Mayor, una de las más bonitas que por esos lugares hemos encontrado – y no son pocos los que hemos visitado. En frente, y tras unos cuantos metros – porque el lugar es muy amplio – vemos el Ayuntamiento de estilo gótico-renacentista, terminado en el año 1.576 y bajo el cual podemos encontrar la lonja, de doble arcada, y una cárcel que denominan de lujo, del s. XVI.

 

 

Desde este punto tenemos acceso a la Calle Mayor porticada, con pórticos que se encuentran por debajo del nivel de la calzada principal y que hacen de esta vía un lugar muy acogedor. Es recomendable andar la calle por la calzada y desandarla bajo los porches, teniendo así una perspectiva totalmente diferente de la calle. Desde los porches nacen múltiples callejuelas, muchas de las cuales no tienen salida.

 

Volvemos a la plaza y seguimos las indicaciones que nos llevan hasta la iglesia del Pilar, barroca del s.XVII y al castillo de los Calatravos, o lo que queda de él, después de ser destruido por Cabrera en las guerras carlistas para que sus enemigos no pudieran utilizar las fortificaciones. Que no os desanime este dato, es obligatorio subir hasta lo alto de la pequeña torre que todavía allí resiste ya que desde este lugar se tienen unas vistas magníficas, increíbles, de todo el territorio. Se puede divisar a lo lejos Torre del Compte y los Ports de Beseit, cortando el horizonte bruscamente. Desde este punto podemos ver también el antiguo cementerio que tiene casi un siglo, y del que sólo quedan las paredes. Detrás del cementerio intuimos otra construcción que parece estar también a medias: es la ermita de Santa Bárbara.

 

 

Caminamos hacia el cementerio encotrándonos con algunas estelas medievales, disfrutando en todo momento de las magníficas vistas que hay del pueblo y del entorno, para después dirigirnos hacia el sendero que nos permite subir hasta la ermita de Santa Bárbara. El camino que hasta ella nos lleva esta plagado de una vegetación frondosa que hace la subida más agradable, terminando en lo alto del promontorio y topándonos con un edificio de una planta del que sólo quedan las paredes y parte de las capillas laterales. En ese mismo lugar podemos encontrar también un yacimiento arqueoastronómico, utilizado por nuestro antepasados – muy lejanos – para poder determinar la posición de la luna y el sol y servirse de estos datos para poder desarrollar correctamente su actividad de supervivencia fundamental: la agricultura. 

 
Desde el promontorio sobre el que se alzan las ruinas de la ermita tenemos una perspectiva totalmente diferente del pueblo, pudiendo observar ahora a lo lejos el castillo y fijarnos cómo el pueblo va esparciéndose hasta la parte baja de la ladera.




Deshacer el camino no cuesta, porque vuelves a introducirte por las calles y callejuelas de la población y en las que vas encontrándote con casas preciosas, puertas curiosas, balcones labrados y portales floridos. Regresas a la plaza y piensas en la suerte que tienes de vivir cerca – relativamente – de ese lugar maravilloso, siendo uno de los más bellos – siempre a juicio de una – que jamás has visitado en la alucinante comarca del Matarranya. La Fresneda es, sin duda, de lo bueno lo mejor.
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