Te levantas un domingo muy temprano – nos hemos hecho mayores y ya no salimos de fiesta -, te asomas a la ventana y ves que hace un día maravilloso – aún siendo primeros de noviembre. Piensas que te quedan unas cuantas horas hasta el retorno a la ciudad y sí, el pueblo puede ofrecer cosas, pero hay días que te apetece salir a otros lugares. Entonces recuerdas un papelito que te dieron en la Fira de Morella y en la que, te suena un poco, aparecen las ferias que celebran en el Matarraña. Deseas que aparezca marcado el fin de semana del 1 y 2 de noviembre y que, por favor, esté a poca distancia de tu casa. Sales corriendo de la cama, buscas el papelito y… ¡PREMIO! Es la Feria de Monroyo… ¡HURRA Y BRAVO! ¿Y qué hacen en Monroyo? Pues la Feria de Artesanía y Alimentación. Ducha rápida y ya tomaremos algo allí.
Salimos hasta Monroyo, tenemos unos 50 minutos en coche. Hemos pasado muchas veces por Monroyo, y creemos recordad que algún día lo visitamos… pero no recordamos gran cosa. Aún así, sin nada mejor que hacer… Monroyo es un buen destino un domingo por la mañana. Después de conquistar Querol y passar por Morella entramos en Aragón para encontrarnos con el primer pueblo, que es nuestro destino. Aparcamos, Monroyo no es demasiado grande, y buscamos la feria. Seguimos a la gente – no demasiada – que hay por allí y no entramos en el primer bar que vimos abierto, sino que esperamos. Escuchamos un poco más de alboroto, por lo que entendemos que no estamos demasiado lejos del caxull. Empezamos a ver calles y casas bonitas. Pero, ¿nosotros no habíamos estado ya aquí? ¿por qué no recordamos nada de esto? Qué memoria más mala tenemos… o que visita más horrenda hicimos entonces…
Nos adentramos en la población y llegamos a una magnífica plaza porticada… pero ¿de verdad ya habíamos estado aquí? No recordábamos absolutamente nada… y la sorpresa es maravillosa.
Buscamos un bar y encontramos uno con una terraza con vistas a la montaña… fantástico. Cuando quiero sacar la cámara para hacer unas fotos… genial, me la he dejado en el pueblo. Así que… me resigno, hasta que más tarde le pediré el móvil a Juanjo, porque no puedo resistirme.
Terminado el café, vamos a callejear el pueblo que, aunque no demasiado grande, es maravilloso. Mantiene el carácter de las construcciones de la zona, con las plazas con pórticos, piedra y madera. Y empezamos a escuchar gaitas y dulzainas que nos introducen mucho más en ese ambiente fantástico que produce el sabor de lo antiguo.
Después de comprar algunos embutidos – qué menos, ya que desde artesanía en madera hasta quesos maravillosos puedes encontrar allí – nos volvemos al pueblo. Salimos de allí encantados y preguntándonos cómo no habíamos descubierto antes esta maravilla de pueblo…