Dos valles pirenaicos que debes conocer: el d’Aran y el d’Àneu.

Dejamos el Pont de Suert y ponemos rumbo a la Val d’Aran. Pasamos el indicador de la Vall de Boí y empezamos a subir metros hasta encontrarnos con los túneles que debemos cruzar si queremos adentrarnos en el valle vecino. Las vistas que nos encontramos a la salida de cada montaña es un fantástico preludio de lo que durante toda la jornada nos vamos a encontrar.    

Vall d’Aran

1. Vielha

Vielha, con el estruendoso Arriu Nere cruzando sus calles, redime sus pecados que había cometido en nuestra anterior – y fugaz – visita. Tal vez el pecado había sido nuestro por no detenernos y pasear por sus calles que te transportan a otro mundo.    

Nuestro recuerdo de Vielha era algo desagradable. Bien, debemos decir aquí el segundo recuerdo de Marina y el primero de Juanjo, porque Marina ya había estado allí de bien pequeñita y recordaba aquél lugar como algo mágico. Pero el haber ido hasta Vielha después de volver de Francia  y encontrarla llena de coches como si de un resortse tratara quitó la ilusión a los 4 que en ese viaje íbamos. Esta vez debíamos cruzar Vielha para ver las cosas bonitas que la Val d’Aràn tiene de camino a la Vall d’Àssua, y ya que pasábamos por Vielha no íbamos a desaprovechar la oportunidad de verla con otros ojos.      

Dice el refrán que por la noche todos los gatos son pardos, pero a nosotros la noche nos confundió y nos dio una imagen totalmente desvirtuada de lo que la localidad aranesa es. Ni pudimos ver sus calles empedradas con unas casonas preciosas, ni pudimos sentir la pureza del aire que allí se respira. Tampoco nos dejó alucinar con el estruendo del río ni con la iglesia que en una plazuela tímida se levanta.    Antes de abrir las puertas de la iglesia necesitas pasar por el portal en nártex de estilo gótico de una belleza más que considerable, y al cruzar este te adentras en una construcción que ha ido cambiando a lo largo de los siglos pero que mantiene su encanto.

Además del retablo gótico, debemos contemplar la imagen del Crist de Mijaran, obra del taller d’Erill, que anteriormente formaba parte de un conjunto mucho mayor pero del que hoy sólo se conserva esta imagen que se puede ver en St. Miquèu de Vielha.

En la oficina de información de turismo, al lado mismo de la plaza donde la iglesia se encuentra, nos surtimos bien de folletos y mapas para aprovechar al máximo nuestro camino hasta Altron. Es necesario prepararse los viajes – desde nuestro punto de vista – para exprimir el tiempo todo lo que se pueda, pero la sensación que se tiene al encontrarse algo tan fantástico como lo que nosotros nos encontramos esa mañana sin tenerlo preparado es algo digno de ser vivido. La Val d’Aran – o parte de ella – empezaba a desplegarse ante nosotros como un abanico precioso y colorido.    

2. Arties

Los pueblos de la Val d’Aran – de esta parte de la Val – están tan pegados unos a otros que nos volvemos locos, no sabemos donde parar: ¡aquí! ¿y aquí? No, no… ¡aquí!Por suerte hemos conseguido nuestros mapas en los que nos han marcado las principales atracciones de la zona, además de tener también un folleto donde aparece todo el románico que allí podemos encontrar, así que seguimos las indicaciones y paramos primero en Arties donde hay un conjunto románico bastante bonito – que estará cerrado a esas horas – y un par de osos en cautividad – que no conseguirmos encontrar. Aún así, ¡qué preciosidad!

El río Garona se pasea a sus anchas por el pueblo y casitas y más casitas que parecen de cuento se presentan ante nosotros. Creemos que queremos quedarnos allí.  

3. Salardú

Salardú es lo próximo que debemos ver según las indicaciones, así que rumbo a Salardú ponemos. En él una iglesia románica esconde una talla del s. XII que da pie a leyendas, y las leyendas a peregrinaciones.

Salardú es otro pueblo aranés construído con piedra y pizarra, de un gris oscuro casi negro que contrasta – a veces – con el verde de las montañas, el azul del cielo y el blanco de la nieve que todavía esos días nos acompaña. Las callejuelas estrechas del centro de la localidad dan paso a calles más amplias y casas más nuevas que crecen como setas pero que, al ser ellas tan bonitas, no molestan del todo.

Subimos una cuesta – una buena cuesta – y llegamos a la iglesia románica. Románica como las de Boí, pero diferente a ellas. Los campanarios del valle del día anterior terminan en un tejadito a cuatro aguas, pero en el que hoy nos encontramos empiezan a verse los campanarios a ocho aguas característicos de la zona. Además, dejan de ser tan esbeltos como los anteriores y pasan a ser más chatos y puntiagudos.

Las iglesias mantienen el carácter románico pero algunas, como la de la propia Vielha, han sido retocadas en los siglos posteriores; aquí las gentes si se han quedado y han ido transformando el paisaje y sus construcciones, a diferencia de lo que pasó en Boí – y es lo que hace tan singular ese valle. De todos modos, lo que nos vamos encontrando nos parece igualmente precioso y, por supuesto, no menos interesante.    

Abrimos la puerta de la iglesia de Salardú – que transtita entre el románico y el gótico – y alucinamos con los frescos que cubren las paredes y techos de la construcción que fueron pintados en los s. XVI y XVII – renacentistas, por lo tanto -, muy coloridos. Pero es que al bajar la vista y fijarnos en el altar vemos algo metido en una urna, cabizbajo, casi sollozante. Cruzamos al reja – que también tiene su historia – y observamos una talla de casi mil años – s. XII – de , con esa cruz pintada por ambas caras y que tan especial la hace.    

4. Unha

Un poco más arriba de Salardú nos encontramos con Unha, otra pequeña localidad de calles empedradas con su iglesia románica a lo alto – muy muy a lo alto… Este pueblo no tendría más trascendencia si tenemos en cuenta el conjunto de pueblos que estamos visitando, pero al llegar allí nos encontramos con una placa que recuerda a los integrantes de la resistencia antifranquista que intentaron vencer al ejercito franquista – eran 4.000 contra 50.000 – alentados por los avances de los americanos en el desembarco de Normandía [más info].

Los restos de estos guerrilleros se encuentran diseminados por el pequeño cementerio y la localización no está muy clara. Como en todas las iglesias de la Val d’Aran, los cementerios se encuentran pegados al edificio y las tumbas se encuentran en el suelo donde las gentes descansan eternamente y vuelven a la tierra.    

La historia de Unha nos estremece, pero debemos proseguir nustro camino hacia la Vall d’Àssua, no sin antes detenernos en Çò de Braset, una antingua casa señorial fortificada que guarda aún ventanas y puertas renacentistas. 

5. Pla de Beret

Iremos ahora hasta el Pla de Beret. Sí… nos vamos hasta Baqueira-Beret, la estación de esquí donde van los adinerados, ya que nos lo han recomendado en la oficnia de turismo de Vielha. Al llegar a Baqueira nos encontramos con los telesillas que pasan por encima de nosotros, porque nostros nos hemos pasado la entrada hacia Beret. Vaya gracia… directos al Port de la Bonaigua. Por suerte encontramos un lugar donde dar la vuelta y poder redirigir nuestro camino hasta el Pla de Beret, que en realidad no sabemos bien de qué se trata.

Empezamos a subir metros, y metros, y metros, y dejamos Baqueira y a Beret a lo lejos, a nuestros pies. La carretera está bien, pero no tanto como esperábamos y nuestra meta, a unos pocos kilómetros, nos parece muy lejana. Unas cuantas curvas después llegamos a un gran aparcamiento con escasos coches enclavado en la mitad de la nieve.

Una explanada inmensa de alquitrán que está allí para albergar los cientos de coches que deben reunirse allí en la temporada alta de la nieve. A nuestra llegada somos pocos – vamos siempre a deshoras – por lo que aparcamos, montamos nuestro restaurante particular y comemos en ese enclave que hoy es fantástico por los pocos que somos y por el sol que hace.

 Andamos sobre nuestros pasos y, ahora sí, nos disponemos a cruzar el Port de la Bonaigua. No diremos que es una carretera fácil porque los más de 2000 metros de altura a los que nos encontramos deben ser descendidos en pocos kilómetros. Pero… ¡qué más nos da! Nadie puede quejarse al ir por carreteras con unas vistas tan sumamente increíbles como las que en ese territorio hay. Cada curva presenta una perspectiva nueva de la montaña y el deshielo que ya está produciéndose pinta cascadas en la ladera de la montaña. No podemos pedir más.      

Vall d’Àneu

Salvado el puerto nos adentramos en la Vall d’Àneu. Habíamos leído que allí te puedes encontrar con los paisajes más bonitos de todos los Pirineos; nosotros ya no tenemos cabeza para discernir, la belleza – un gran ataque de síndrome de Stendhal domina nuestros sentidos – nos tiene fascinados. 

1. Son

Montañas onduladas a las que reberenciamos aparecen ante nosotros. Un verde brillante lo cubre todo y los pueblos van salpicando las laderas del valle. No sabemos hacia donde dirigirnos y un cartel marrón a la derecha nos ilumina. Nos dirigimos hasta Son, pequeña localidad con románico y vistas insuperables

2. Esterri d’Àneu

Pero además vamos hasta Esterri d’Àneu, al pie del valle, otro pueblo con encanto – un poco más grande que los hasta ahora vistos – y que tiene un puente románico de principios del s. XIII, además de un casco histórico muy bien conservado. No podemos pedir más; este viaje nos está dando todo aquello mucho de lo que gusta en esta vida: naturaleza, arquitectura y pueblos encantadores.


Esta será nuestra última visita del día. Nos dirigimos ya – agotados – a Altron, en la Vall d’Àssua donde dormiremos las dos próximas noches.

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