Bratislava en un día (desde Viena)

En 3 días parece que tenemos todo lo imprescindible de Viena visitado, así que… ¿qué vamos a hacer un domingo en la capital austriaca si está casi todo cerrado? Pues nada más ni nada menos que pasar la jornada en un país distinto. Sí, nos vamos a Bratislava en un día.

Juanjo venía mencionándome desde que llegamos a Viena que igual estaría bien desplazarnos hasta Bratislava. Yo no quería asegurar nada porque ¿qué planes nos podían surgir en la capital de Austria? Todo eso cambió cuando el sábado por la tarde, y viendo que allí el cierre de locales es muy serio – a las 6 de la tarde se quedó todo muerto –, decidimos comprar un par de billetes de autobús para el domingo por la mañana, bien pronto.

¿Cómo ir de Viena a Bratislava en un día?

La cosa es que esto es muy fácil. Las comunicaciones en esta parte de Europa – ya os lo explico en el artículo en el que os ayudo a viajar de Viena a Pragra en tren – son magníficas y viajar de una ciudad a otra, aunque ésta esté en otro país, es comodísimo. Nuestra elección, por la experiencia que hemos tenido con nuestro viaje en tren, va a ser la misma compañía que en el caso anterior: iremos en bus y con Regiojet.

Lo que acaba de convencernos para hacer esto es el precio de los billetes: 5€ por trayecto y persona. Vamos, que por 20 € vamos y volvemos de Bratislava los dos. Rizo más el rizo: por lo que nos costarían un par de cafés en algunos de los cafés de la ciudad tenemos la posibilidad de visitar un nuevo país. ¿Quién no querría hacer eso?

Pero vayamos a lo que interesa: el funcionamiento para comprar los billetes de autobús es el mismo que con el de los billetes de tren. Tan solo debes escoger tu lugar de partida – en este caso la estación central de autobuses de Viena, que está al lado de la de tren – y tu destino, que en nuestro caso será Bratislava.

¡Atención! Tienes diversas opciones cuando llegues a Bratislava. Nosotros escogemos la estación central de autobuses y hubiera sido mejor, por ser más céntrico, comprar el billete hasta Most SNP y no la estación central de autobuses. Aunque la parada anterior esté primero, no te van a dejar bajar en ella y tendrás que retroceder desde la estación de autobuses central hasta el centro de la ciudad.

⚠️Escoge Bratislava – Most SNP, te dejará en el puente que da al centro histórico de la ciudad⚠️

Una vez escogido el viaje lo pagas y recibes en el correo electrónico los billetes que deberás mostrar, junto a tu DNI, antes de subir al autobús.

Cuando llegues a la estación de tren debes seguir las indicaciones que te llevan hasta la de autobuses, en la parte exterior. Te dejo a continuación una serie de fotos que te ayudarán a reconocer la estación de autobuses.

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Sigue los pasos que te explico en este post para tenerlo todo más claro.

Salimos de Viena puntuales, poco después de las ocho y media de la mañana y tras una hora y pico de viaje – hay que tener en cuenta que el trayecto en autobús pasa por el aeropuerto – llegaremos a Eslovaquia. El viaje mola mucho ya que la noche anterior ha caído una gran nevada y los campos están totalmente teñidos de blanco, y aunque el día se presenta frío la ciudad de Bratislava nos recibe con un radiante cielo azul.

El autobús hace una primera parada cerca del centro histórico y nosotros estamos a punto de bajar, pero la azafata les dice a otros viajeros que si han comprado el billete hasta la estación de autobuses tienen que bajar allí, y como ése es también nuestro caso, pues nos toca hacer lo mismo. Después de unos 5′ más de trayecto, y habiéndonos alejado bastante del centro histórico de la ciudad, llegamos a la fría estación de autobuses. En ese lapso de tiempo, el que nos ha costado ir de un punto a otro de la ciudad, el cielo se torna gris casi negro y a nosotros todavía nos queda un trecho para llegar al centro histórico, al que decidimos llegar andando – cómo no. JJ ya ha estado antes en la ciudad – 10 años antes – y comenta que no es demasiado extensa, así que no nos importa darnos un paseo que comienza entre vallas de obras y aceras con medio metro de nieve.

Y será de las obras – no tanto de la nieve – de lo que hablamos mientras vamos paseando por las anodinas calles de la parte nueva de Bratislava. Lo primero que dice JJ al llegar a la ciudad es que, ya allí – en la periferia – la ve muy cambiada. Cree recordar el lugar donde se alojó 10 años atrás, un edificio alto que era el único de la ciudad en aquel año 2009, pero que hoy está rodeado de unos cuantos otros del mismo tamaño y de un buen puñado de grúas que apuntan a una incipiente construcción de algún tipo de estructura. Parece que, en ese aspecto, Bratislava ha cambiado bastante y la ciudad se ha extendido; el recuerdo que tiene de ella JJ comienza a ser bastante distinto de lo que es en la actualidad – 10 años vienen siendo ya muchos – y eso lo notaremos mucho más cuando nos adentremos en el centro histórico. Aquella vez JJ hizo pocas cosas en Bratislava, si fue hasta allí fue para dormir una noche ya que les salía mucho más barato volar a Eslovaquia y luego tomar un tren hasta Viena. Lo más que hizo fue comer algo típical por un par de euros – comenta que es una ciudad muy barata – y pagar una multa de autobús de 50€ por un billete que no habían comprado y que costaba 40 cts de euro – esa historia la dejo para otra vez, no me cabe aquí 🙂

De lo que me habla también JJ es que en Bratislava, 10 años atrás, la huella del comunismo está todavía presente, que puedes ver estrellas de cinco puntas en lo alto de los edificios y una arquitectura claramente comunista. Este día, uno de los días de enero de 2019, ese carácter comunista no está tan presente, aunque después veremos que algún que otro detalle queda en la ciudad. Y así, conversando, y casi sin darnos cuenta, llegamos al centro histórico de la ciudad.

Y una vez en el centro histórico… ¿qué vamos a ver en Bratislava? Pues ni idea, porque no hemos planeado absolutamente nada, pero el mero hecho de estar allí, de encontrarnos con un panorama totalmente blanco, con niebla densa y nieve por doquier vale ya la pena. Lo cierto es que estamos un poco perdidos y queremos encontrar la oficina de turismo que aparece indicada en alguna señal pero no es del todo claro. Aparece frente a nosotros un edificio que se encuentra en una plaza enclaustrada y al que vamos a entrar – no sabemos qué es – pero hemos llegado tan pronto que está todavía cerrado. No sé si es por la nieve en el suelo o por la niebla en el cielo, pero somos incapaces de encontrar la oficina de turismo, así que buscamos en el Google Maps – el romanticismo viajero ha muerto por culpa de estas cosas – y acabamos llegando al lugar que buscamos, que se encuentra muy cerca del Ayuntamiento. Nos metemos dentro y me dirijo al mostrador para preguntar – en inglés – qué hay para ver en la ciudad y si nos pueden dar algún mapa o folletos para ir haciendo. La chica, un poco brusca, me marca en un mapa los lugares de interés y casi me manda a paseo, muy simpática ella. Le pregunto, también, si hay algunos baños públicos cerca y me indica que fuera a la derecha – o la izquierda, ahora no lo recuerdo – y me mira como diciendo ¿algo más, pesada?. Yo me quedo un poco como fuera de lugar por la actitud de la chica y le digo a JJ que toda la información que he conseguido recabar ha sido un mísero mapa y un folleto con los TOP 10 de la ciudad. Por suerte en la oficina hay algunas cosas más que se pueden coger y eso hacemos, para después salir a la calle y buscar los baños sin obtener resultado satisfactorio. Pero, ¿qué vamos a hacer ahora? Nos miramos y decimos… pues nada, callejear.

Mapa en mano comenzamos a caminar. Como os vengo diciendo, la ciudad parece Siberia – o así me la imagino yo: el horizonte totalmente blanco, el cielo plomizo, los edificios que casi ni se ven. No sabéis lo que mola estar en Bratislava, de verdad. Vaya experiencia. Nosotros, que somos mediterráneos, ahí estamos, en el centro de Europa a unos cuantos grados bajo cero en una ciudad nueva – lo es para mí –, capital del tercer país que hemos pisado en apenas 8 días. Ya puede nevar, tronar o caer chuzos de punta, esta sensación de felicidad no nos la quita nadie. Seguimos caminando rumbo a la puerta de San Miguel…

Puerta de San Miguel

Uno de los pocos elementos que quedan de la Bratislava del siglo XIV es esta puerta, que formaba parte de la fortificación que era la ciudad en la Edad Media. Con sus 51 metros de altura – y a la que puedes subir – tienes unas vistas de la ciudad y del castillo muy buenas. Las tienes si el día no es como el que nos ha tocado a nosotros que, como ya te he dicho, parece el reino de los hielos. Bajo esta torre, de fábrica medieval pero de aspecto barroco porque fue reformada en el s. XVIII, encontramos el KM 0 de las carreteras eslovacas. Dicen que si pasas hablando sobre este círculo vas a morir en el curso de un año y un día, así que creo que me quedan poco más de 6 meses de vida… Pero además de un lugar de leyenda e histórico la torre forma parte del museo de historia de la ciudad, así que podrás ver algunas exposiciones sobre armas en las 4 plantas que conforman esta construcción.

Nos damos cuenta que al cruzar esa torre salimos del casco histórico de la ciudad y que más allá no hay nada para ver – y no es un chiste esto que digo – así que deshacemos nuestros pasos y volvemos a pasar por la torre de San Miguel, con lo que moriremos dos veces o qué sé yo.

Subida hasta el Castillo o el Reino de Frozen

Pero de camino: la Iglesia de las Clarisas

Aquí pasaremos solo por el exterior, pero el lugar merece la pena. Se trata una iglesia de principios del s. XIV a la que llegamos buscando la catedral, iglesia construida sobre el solar de un antiguo monasterio. Si esta iglesia merece la pena es por su aspecto medieval y porque nosotros tenemos la suerte de verla aparecer entre ese halo de misterio que desprende el ambiente frío. Encontrarte en un lugar así con dos palmos de nieve y el cielo encapotado no tiene precio. Este tipo de experiencias viajeras son las que hacen que el desplazamiento valga la pena. Más allá de ver monumentos, obras de arte o disfrutar de buena comida el poder sentirse como nosotros nos sentimos en esos precisos instantes hace que el viaje tome pleno sentido.

El Reino de Frozen

Nos metemos en una especie de parque presidido por una estatua. Todo sería muy bonito si no fuese por el hecho que la nieve nos llega casi hasta las rodillas y caminar por allí es una odisea. Bratislavia tiene una clara intención estatuaria, célebres son las figuras que hay en Stare Mesto, pero la que se encuentra a los pies del castillo tiene también su interés. O tal vez el interés se lo dé el momento concreto; igual si hiciese un sol radiante y la nieve no estuviese tan presente, esta estatua sería para nosotros otra más, pero a mí me parece interesante, desprende un algo melancólico que me deja pensativa y hace que la admire más de lo que lo hubiese hecho en cualquier otro momento.

Continuamos nuestra subida al castillo pasando por un desierto de nieve. No existen ni escaleras, ni rampas, ni nada que se le parezca. Está todo cubierto de blanco y, posiblemente, ése no es el camino que hubiéramos tenido que tomar, pero a nosotros nos da igual porque la estampa que tenemos frente a nosotros es épica.

Finalmente conseguimos llegar al castillo. No os exagero si digo que hasta que no lo tenemos frente a nuestras narices no somos capaces de verlo. El edificio se mimetiza perfectamente con el ambiente. Sus paredes blancas son casi invisibles, apenas se distinguen sus ventanas sombreadas y los tejados un poco más colorados. Nuestra cara al llegar es un poema. No tenemos intención de visitar el castillo pero oye… cómo mola ver eso así.

El castillo de Bratislava

Este castillo hoy en día es el museo de Historia de la Ciudad. De lo que fue antaño la construcción queda nada, ya que Napoleón lo arrasó tras la batalla de Austerlitz. El precio de entrada al castillo nos parece caro (10 €) y la exposición que hay dentro no nos interesa. En ese momento JJ comenta cómo ha cambiado la ciudad desde que él la visitió. Bratislava, en aquellos momentos, estaba despertando de su letargo comunista y el turismo no era tan acusado como hoy en día. Podías comer por un par de euros y tomarte un café por unos céntimos. Ahora, en 2019, visitar el museo de la ciudad te costaba tanto como el Monasterio del Escorial. Debo decir que no vimos a nadie entrar en el castillo, mucha gente fuera haciéndose fotos sí, pero nada más.

Lo que vale mucho la pena del castillo son las vistas que se tienen de la ciudad. Hay por allí un mirador muy concurrido al que llegar es bastante aparatoso, otra vez, por la cantidad de nieve que hay en la calzada. Aún así… ¿quién no sucumbiría a sacar unas fotos de esta estampa tan invernal de la capital de Eslovaquia? Seguro que Bratislava, en verano, es otra cosa totalmente distinta. No, seguro no, lo sé de buena mano, y es que JJ estuvo allí en julio y me dijo que todo aquello era verde y soleado – y muy caluroso. Pues no veas como cambian las cosas…

Merece la pena también, en este punto, descender hasta la base de la fortaleza y pasearte un poco por la muralla hasta llegar a las puertas del Consejo Nacional de la República Eslovaca, lo que vendría a ser el parlamento.

Deshacemos ahora el camino para regresar a la parte vieja de la ciudad, y lo hacemos cruzando la muralla opuesta a la que habéis visto en las imágenes superiores, transitando por una especie de túnel de piedra y ladrillo que nos lleva hasta una ladera – nevada, cómo no – en la que encontramos un par de mujeres y algunos niños que enfundados en sus mejores galas invernales – como sucedía también en Viena – están disfrutando de los tímidos rayos de sol que están empezando a asomar entre tanta nube plomiza y jugando con la nieve lanzándose con trineos y derivados de los mismos. En ese momento nuestra discusión pasa de lo cambiada que está Bratislava a lo difícil que debe ser vivir en un lugar en el que la nieve y el frío están presentes la mayor parte del invierno – también otoño – y que, por mucho que te enfundes en ropas térmicas – y como también sucede en zonas de muy altas temperaturas – al final debe ser agobiante no ver el sol ni un solo día durante tanto tiempo, por muy acostumbrada que estés a ello. Y así, hablando y discutiendo, comenzamos a descender por unas calles que en otra situación hubieran sido unas calles más pero que, y aquí vienen las contradicciones humanas, con tanta nieve quedan hasta bonitas.

Seguimos descendiendo pero no acertamos el camino para meternos en la ciudad. Seguimos queriendo visitar la catedral – no os he dicho que ya hemos pasado antes pero estaban dando misa y no se podía visitar – pero creo que nos hemos perdido un poco. A lo lejos vemos un muro que parecen murallas y acabamos bajando al puente donde para el autobús tan pronto como entra a la ciudad. Desde ese lugar tenemos unas vistas privilegiadas del UFO Observation Deck.

UFO OBSERVATION DECK

Esto que parece un platillo volante y que desvía la mirada de cualquiera que eche un vistazo a la ciudad de Bratislava es, según los folletos turísticos de la localidad, uno de los must de la capital eslovaca. En realidad, se trata de la parte superior del único pilón que sustenta el Puente Nuevo o Puente de la Insurrección Nacional Eslovaca. El puente es el más largo del mundo con un solo pilón, mide 303 metros, pero es más conocido por el platillo volante que hay en lo alto del pilón de casi 90 metros de altura. En la actualidad el UFO es un restaurante con vistas al que nosotros no subimos, pero igual a ti te interesa hacerlo.

Continuamos caminando por el camino incorrecto y vamos a parar debajo del puente – destino natural de una filósofa y un politólogo según algunos – las paredes del cual están cubiertas por carteles enormes de diferentes eventos musicales programados en la ciudad. Hasta ese espacio me parece curioso.

Desde ese punto llegamos a otro de la ciudad que es interesante: la Plaza de la Memoria del Holocausto.

Memorial de las victimas del nazismo

Entre la catedral y el puente que lleva a la otra parte de la ciudad – la nueva – encontramos una plaza que se alza donde se encontraba antaño la Sinagoga neolog que fue derruida para construir el puente que acabamos de cruzar. En su lugar hay un muro con la imagen de la vieja Sinagoga y un memorial que recuerda a ciudadanos célebres de la ciudad como Gizela Fleischmannova, quien rescató a las víctimas del holocausto hasta que fue arrestada y deporta a Auschwitz.

Pasamos ahora por la catedral de la ciudad pero si antes no podíamos entrar porque hacían misa, ahora nos encontramos con las puertas cerradas…

Catedral de Bratislava

La Catedral de San Martín es muy importante, se trata de un edificio gótico del s. XV que fue lugar de coronación de los reyes de Hungría – hasta 11 coronaciones hubo en la ciudad – y que tiene en lo alto de su torre de 85 metros de alto una réplica de la corona que se usaba para tal fin. Decir que la coronita pesa 150 kg. Las coronaciones se recuerdan todos los cuartos fines de semana de junio con una procesión festiva que atraviesa las calles de la ciudad en un evento llamado el Festival de la Coronación. De hecho, cuando caminas por la ciudad – y si la nieve no lo cubre todo – puedes ver marcado el recorrido de estas procesiones con unas pequeñas placas doradas y una corona grabada en ellas.

Continuamos nuestro paseo sin pretensiones por el centro histórico de la ciudad de Bratislava disfrutando de sus calles amplias que parecen Praga, o Viena, o las dos cosas, no lo sé. De Bratislava no sabía qué esperarme, pero esos edificios tan coquetos de color pastel, con grandes ventanales y de pocas alturas no era algo que tenía pensado ver en la capital de Eslovaquia. Lo cierto es que me sorprende bastante todo ello y acabamos perdiéndonos por un patio interior con unas curiosas estructuras en lo alto que supongo serán tuberías o algo parecido, yo qué sé. No iba preparada para esto. Que viva la improvisación.

Seguimos caminando y, ya que estamos, vamos en busca de las estatuas de bronce tan famosas que hay esparcidas por el centro de la ciudad. No te voy a hacer aquí una ruta de ellas, creo que en cualquier folleto turístico encontrarás su localización y, además, están indicadas con señales. Sí decirte que es divertido ver como todos hacemos cola para tomarnos una foto con Cumil, el trabajador que sale de la alcantarilla, o vamos en busca del soldado francés que ya no está en la plaza. Estas estatuas son un atractivo añadido a la ciudad que, en realidad, tiene bastante que ofrecer – a mi juicio – pero que en la actualidad solo vende purpurina – no sé si se me entiende.

Continuamos callejeando por la ciudad. Esto es lo mejor que se puede hacer en Bratislava, pasear sin rumbo por sus calles. Como acabo de decir, creo que la ciudad tiene mucho que ofrecer pero, tal vez, el enfoque que se le da – o el enfoque que mostramos quienes la visitamos – es un enfoque totalmente superficial. Apenas unas cuantas estatuas, un castillo y una iglesia azul – que visitaremos después. Pero creo que la riqueza de la capital eslovaca es mucho mayo; me parece que va más allá de una ciudad asequible muy cercana a Viena.

Es momento ahora de irnos a comer, y viendo que en el centro los precios están por las nubes – lo están para ser Eslovaquia – echamos manos de San Google y buscamos un lugar al que ir a comer que sea bueno, bonito, barato y que tenga lo típico de la ciudad. Para ello tendremos que desplazarnos un poco de Stare Mesto, pero ya nos va bien. Así descubriremos otra parte de Bratislava totalmente distinta.

Palacio Grassalkovich

A pocos minutos del centro de la ciudad, y en la parte moderna de la misma, encontramos el Palacio Grassalkovich, lo que vendría a ser La Moncloa eslovaca, donde vive el Presidente del país. Este edificio llama la atención – al menos a nosotros sí – por estar tan céntrico y tan expuesto a cualquiera que pase por allí. El Palacio data del s. XVIII y es en estilo barroco y rococó, y tiene, además, un jardín francés. De esto último no hay ni rastro en enero, pero del palacio sí, siendo un muy buen ejemplo de la arquitectura palaciega eslovaca. Te recomiendo que te desvíes un poco de la ruta céntrica de Bratislava para verlo con tus propios ojos.

Vamos ahora en busca de nuestro lugar para comer. Siguiendo las recomendaciones que hemos encontrado en inernet sabemos que debemos caminar un poco y que no nos asustemos, porque aunque no parezca que allí se encuentre un restaurante en realidad sí lo hay. ¡Ah! Y que debemos tener en cuenta que igual nos cuesta encontrar mesa, que allí van los locales y los turistas no les hacen mucha gracia. Pues bueno… ya tenemos la experiencia de la cervecería de Praga, un poco más o menos de bordería nos da igual.

Comiendo en el Divný Janko

Para llegar al restaurante nos metemos por una parte de Bratislava poco frecuentada por turistas y visitantes. En aquella zona la ciudad es como cualquier otra ciudad, nos hemos ido un poco a las afueras – aunque tampoco mucho, habremos caminado unos 10′ desde el centro mismo de la capital eslovaca. Otra vez, el modo de llegar hasta el lugar, es usando el GPS del móvil, que nos lleva hasta una zona más o menos residencial, de casas bajas y una calle a medio construir en la que casi al final, y a mano izquierda, se encuentra nuestro restaurante.

Nos lo miramos y entramos. Está repleto de gente que nos mira un poco raro. Hemos hecho un error: ir con la cámara de fotos a vistas. Supongo que ya estamos sugestionados y creemos que nos miran mal por ser turistas. Las camareras, vestidas de negro y en manga corta – allí dentro hace bastante calor – pasan de nuestra cara y tengo que abordarlas cuando acaban de servir una mesa ocupada por lo que creo son militares – por su vestimenta y porte fuertote. Le pregunto si hay sitio para dos y me dice que imposible señalando la sala como queriendo decir ¿no ves como está todo? Seguidamente me dice que vaya arriba, que hay otra sala, a ver si allí… Le pregunto como se sube y me señala con el dedo lo que creo es la parte trasera del restaurante, pero sin muchas más indicaciones. Subimos hasta la parte superior del restaurante, la que creo es la de fumadores, y pregunto allí a una chica que supongo será la encargada de sala. Misma respuesta: imposible, esto está hasta los topes. Pues nosotros queremos comer, y queremos comer allí porque los precios son muy económicos y la comida tiene muy buena pinta, así que no desistimos y damos vueltas por el restaurante que está a tope. Me pongo frente a la barra y me dejo ver. Al cabo de unos minutos regresa de nuevo la camarera y me dice eráis dos, ¿verdad? Ahí hay una mesa. Mujer, gracias, hubieras podido decirnos: esperad unos minutos a que termine alguien y os siento y todo hubiera sido mejor. Pero bueno, nos sentamos en un banco de una sala bastante curiosa y acogedora en la que comen algunos locales y una pareja de españoles a nuestro lado – yo creo que nos sientan a propósito juntos. La chica nos da la carta y miramos qué queremos comer. Nos ponemos a mirar y vemos que los platos están entre los 1,50€ y los 5€, pero no tenemos ni idea de qué narices son. Están escritos en eslovaco y también en inglés, pero la traducción no nos ayuda mucho así que tenemos que sacar el móvil y buscar lo que es, más que nada porque queremos algo típico y que esté bueno aunque, como ya he dicho, todo tiene una pinta buenísima. Lo que sí tenemos claro es que vamos a pedirnos un par de cervezas como toca, de esas de medio de litro que tanto se estilan en Europa Central.

Después de un estudio de campo breve casi tenemos decidido qué vamos a tomar: una sopa de patatas con champiñones y eneldo (1,70€), un plato de Živánska panvička que no tiene traducción concreta pero por las fotos que vemos en internet parece tener buena pinta (5,70€ el plato) y un plato de Farmársky rezeň (4,70€) más una ración de patatas fritas (1,70€) (apuntar aquí que los acompañamientos se pagan a parte). Respecto al último plato debo preguntar a la cocinera qué es ya que hay un par bastante parecidos y ella me dice que este está relleno de bacon y cebolla, así que a por este me voy. Este plato es muy parecido al escalope vienés pero con la peculiaridad que está relleno. El plato que se pide Juanjo es una cacerola de dimensiones considerables llena de carne de cerdo súper gustosa acompañada con verduras y patatas muy bien hechas. La sopa está también muy buena, el gusto que le da el eneldo es fantástico. Obviamente estos tres platos los ponemos en el centro de la mesa y los compartimos, como buenos amigos. Siempre, siempre, hacemos lo mismo: nos pedimos platos distintos y lo probamos todo.

La comida está muy buena y sabrosa, el servicio es rápido y una vez te sientas allí te tratan de otro modo – a no ser que hagas el estúpido como una mesa de americanos que hay unos metros más allá. El local es agradable y reconforta sentarse en un restaurante eslovaco para probar comida típica del país apartada del foco turístico que es el centro de la ciudad. Somos algunos foráneos los que estamos allí, pero en general los parroquianos son locales que pasan el domingo en familia disfrutando de la deliciosa comida de su país que es extremadamente deliciosa. Para comer nos recreamos y disfrutamos del momento, nadie nos mete prisa para que terminemos rápido nuestros platos. Degustados los manjares, y llenos hasta los topes, pedimos la cuenta. El precio final de la comida son 16,80 € los dos. Nada mal para todo lo que hemos comido, aunque como bien dice JJ, en 2009 pago como 3 veces menos. También puede que el local estuviese un poco más a las afueras o no tuviera tanto renombre como tiene éste. Eslovaquia ya no es lo que era en lo que a economía se refiere, y solo deseo que eso sea extensible a todo: que no solo se quede en que han subido los precios sino que el nivel de vida de las gentes hayan aumentado en la misma proporción.

Es momento ahora de irnos a por un café. Para probar más cosas solemos tomar los cafés en lugares distintos a los que comemos de modo que toca ahora buscar una cafetería bonita y barata. Ya os digo que iremos al lugar equivocado, y que en Bratislava el café está al mismo precio – o superior – que puede estar en València – al menos lo está en esta parte de la ciudad.

Calle Palisády

Y mientras buscamos ese café acabamos por meternos en una calle del centro histórico de la ciudad que es de las principales, una calle llena de edificios señoriales donde se concentran muchas de las embajadas de la ciudad y que si te gusta la arquitectura creo que no te debes perder. Esta calle, si la sigues hacia arriba, y caminando entre lujosas viviendas unifamiliares – espectaculares – te lleva hasta el monumento Slavín, en una colina. Este monumento – que no visitamos, llevamos 8 días de viaje con muchos kilómetros a nuestros pies – es el monumento militar más grande de Europa, además de ser cementerio, y está construido en honor a los soldados soviéticos que murieron durante la Segunda Guerra Mundial en el proceso de liberación de la ciudad en el mes de abril del año 1945. Si te animas a subir no vayas solo a por el monumento, de verdad que debes dar un paseo por el barrio porque aquello es el Beverly Hills de Eslovaquia.

Decidimos descender y meternos de nuevo en el centro de la ciudad, pero no en el centro histórico, sino que vamos a parar a una de las calles más comerciales de la capital eslovaca.

Calle Obchodná (y alrededores)

Buscando el café que no cueste un ojo de la cara acabamos llegando a esta calle que parece ser el centro neurálgico para los habitantes de Bratislava. En ella hay mucha paradas de autobús y tranvía, mucho comercio y mucho restaurante. Entre todo eso no encontramos un lugar que nos parezca decente y nos metemos en una librería que tiene cafetería, y resulta que nos va a costar más un café que un libro. Y sí, el café no lo tomamos porque los precios son muy altos pero quedamos alucinados con esa cacho librería. El lugar en cuestión es la librería Martinus, se encuentra en la calle Obchodná y allí me compro Mrs. Dalloway de Virginia Woolf por algo más de 3€. No sé si sabéis que de mis destinos siempre intento traerme libros – que pueda entender, claro.

Por cierto, que en este punto del día – pasadas las 3 de la tarde – conseguimos ver, por primera vez, el castillo de Bratislava a lo lejos. El cielo se ha despejado y por fin podemos intuir lo que hay más allá de unos cuantos metros al frente.

Y después de esto nos vamos por la calle Postová, girando la esquina de la Obchodná, y nos topamos con una calle comercial llena de tiendas de ropa y claro, en plena temporada de rebajas… pues sucumbimos y acabamos comprando algunos jerseys por muy poco dinero. Como dicen en mi pueblo: quan passen s’agarren.

En ese momento, y viendo que lo del café va a estar imposible – ¿tanta historia por un café? Pues sí… – le digo a JJ de acercarnos hasta la Iglesia Azul, la de Santa Isabel, que si oscurece nos vamos a quedar sin verla, o verla como las casas de colores de Viena, Por lo tanto, cambiamos el plan y nos vamos caminando hasta este lugar tan turístico de la ciudad – del que JJ no había oído hablar antes – y que, apartada un poco del centro, está a 10′ a pie de donde nos encontramos.

Iglesia de Santa Isabel o Iglesia Azul

Puede que hace unos años esta iglesia fuese una desconocida para todos aquellos que visitaban Bratislava, pero en la actualidad – y creo que debido a los efectos de Instagram – la Iglesia Azul de Bratislava se ha convertido en un punto ineludible para cualquiera que visite la ciudad. Esta iglesia, construida en estilo Art Nouveau y que se alzó entre los años 1909-1913, es de estilo Húngaro Secesionista y uno de los ejemplos más representativos del mismo fuera del país vecino.

Cabe decir que no solo encontramos esta iglesia en ese estilo en la ciudad de Bratislava, y no es necesario irnos muy lejos para encontrar otro lugar con las mismas características. Frente a esta iglesia hay un edificio de color mostaza que, si nos fijamos, sigue los mismos patrones artísticos que la Iglesia Azul. Lo que vemos es un instituto y es del mismo arquitecto que la iglesia, Ödön Lechner .

Estos dos edificios, de lo más curiosos, contrastan muchísimo con el resto de edificaciones que hay a su alrededor, de color gris y pertenecientes a la época comunista. Vale la pena apartarse un poco del centro histórico para llegar a este lugar y ver con otros ojos la ciudad de Bratislava, y aunque no puedas acceder al interior de la iglesia siempre podrás verla a través de los cristales que hay en su puerta y que permiten intuir los colores azul pastel de mosaicos y bancos que hay en el interior de la misma.

Llegar a esta iglesia no es complicado, en la actualidad hay paneles que indican dónde está y a qué distancia se encuentra del centro de la ciudad pero si necesitas más señas, la dirección es ésta: 🗺Alžbety, Bezručova 2.

Después de haber visitado la iglesia y de habernos hecho fotos desastrosas frente a ella ponemos rumbo al centro. Tenemos un par de horas antes que salga de nuevo el autobús. Lo que nos queda por hacer ahora es tomarnos un café, cosa que conseguimos hacer en un local que no recomendamos para nada, que se encuentra en la intersección entre la parte nueva de la ciudad y las calles que dan al centro histórico.

El último paseo por la ciudad

La ciudad, en estos momentos, está mucho más animada. Nada que ver con lo que hemos visto a primera hora de la mañana, cuando caminábamos solitarios por las calles de Bratislava. Ahora los cafés y bares están llenos de gente, tanto local como extranjera – y mucho español. Caminando vamos a parar al edifico que albergó antaño el Teatro Nacional de Eslovaquia que hoy se encuentra en otro lugar, un poco apartado del centro y a orillas del Danubio. Echamos un último vistazo a las calles de la ciudad que por la noche, e iluminada, tiene un carácter distinto. Pasadas las cinco de la tarde – allí ya noche cerrada – Bratislava muta por completo. Al ser ciudad universitaria, de Blava dicen que es muy animada por las noches y yo me quedo con ganas de vivirla de ese modo.

Nos vamos por donde hemos venido, cruzando la misma puerta ficticia y caminando sobre nuestros pasos anteriores. Antes queremos meternos en un supermercado que hemos visto al llegar a la ciudad; allí el chocolate y los productos típicos están muy baratos – mucho más que en Viena, hay hasta mozarets –, así que vamos a hacer una buena compra para llevarnos a casa de recuerdo. Nuestro tiempo en Bratislava ha llegado a su fin, y a su fin llega el viaje que estamos realizando esos días. Cuando subimos al autobús sabemos que aquella despedida no es de solo una ciudad, sino que aquello es el punto y final de todo. Todavía nos queda una noche en Viena, pero después de comer sale nuestro vuelo, así que la mañana será de recoger cosas y desplazarnos hasta el aeropuerto. Antes de ello pasaremos otra vez por la catedral y un lunes, misteriosamente, la ciudad está mucho más animada que un sábado. Nos meteremos también en los jardines del Belvedere, aunque no lo visitaremos. Me quedo con las ganas de ver El Beso. Será en otra ocasión…

POST DATA

Sobre Bratislava podría contarte muchas otras cosas. Podría hacer una incursión en su historia comunista más reciente, en cómo dejó de serlo en el año 1993 sin pasar por un proceso belicoso, o que es la única capital que se encuentra en la frontera de tres países. También podría decirte que el Danubio pasa por allí – aunque esto lo he mencionado brevemente – o que se la conoce como la ciudad de las coronaciones – esto también te lo he dicho. Pero me quedo con ese carácter juvenil que tiene Bratislava, un carácter que es alegre a pesar de las apariencias. De Bratislava me quedo con ganas de más, y no por ser una ciudad monumental; tiene un casco histórico resultón que guarda poco de su pasado medieval – solo un par de murallas y la puerta de San Miguel –, no tiene grandes museos y su castillo es algo que pretende ser reclamo turístico por imponente pero que, a mi juicio, es pura fachada. Me gustaría haber estado un par de días en la ciudad, pernoctar allí y vivirla por la noche, de una manera más local. En mis viajes no me gusta estar de paso en los lugares, soy de esas personas que se meten en mercados, tiendas y supermercados, que intento buscar lo local – siempre que me lo pueda permitir – y Bratislava es todavía una ciudad en la que eso puede hacerse. Aunque ha cambiado desde aquel año 2019 en el que JJ la visitó por primera vez guarda todavía ese carácter que tanto desaparece en todas las capitales europeas ya que tienden a homogeneizarse. De Bratislava también me llevo las ganas de querer conocer más Eslovaquia, un país al que no pensaba ir y que se convierte en el número 11 de los países que he visitado.

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Puedes encontrar más información sobre la ciudad en la página web de turismo (enlace externo)

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Una filósofa y un politólogo que amana viajar y lo hacen a pesar de los pocos recursos que tienen. Viajar es más que un capricho, viajar es una necesidad y aquellos que somos pobres en un primer mundo de opulencias tenemos derecho también a realizar nuestros sueños viajeros. Porque los pobres también viajamos.
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13 pensamientos en “Bratislava en un día (desde Viena)

  1. Me parece muy interesante Bratislava, bueno, en general toda Europa del Este me parece muy interesante ;P Pero sobre todo eso que comentas de que tiene mucho que ofrecer más allá de la fachada o de la postal.

    Estoy segura de que la iglesia azul y el instituto me fascinarían, me flipa el modernismo y el art decó. Además acompañados de nieve ❤

    Espero poder ir algún día, como bien dices, a hacer una pequeña inmersión 😉

    1. Te gustará también, entonces, lo que llamo la Beverly Hills de Eslovaquia.

      Creo que Bratislava es una ciudas muy viva que debe visitarse un poco más tranquilamente, aunque para gustos, colores.

      Espero puedas visitarla pronto.

      Gracias por comentar 😊

  2. Volver a los lugares mola muchísimo, y más, si han pasado tantos años. Y si hablamos de países donde ha habido cambio de régimen tan distinto como, por ejemplo, el de Slovakia… tiene que ser una pasada.

    Además, volvisteis en invierno y bien de nieve. Entiendo perfectamente porque decís que os sentíais genial y os daba igual la chica con cara de pocos amigos de la oficina de turismo ;)))

    Jajajaj ¡Qué exagerados!: «la nieve nos llega casi hasta las rodillas…» Si no os cubre ni la bota 😉 Pero eso sí, caminar por las calles nevadas si no estás acostumbrado a este «deporte de riesgo» puede ser bastante… divertido 😉

    Si tu duda es sobre los hierros en la foto de «Steakhouse», no parecen tuberías. Parecen más bien las estructuras que soportan los edificios, para que no se inclinen. Estructuras típicas por los países como Eslovaquia, Bulgaria, Polonia, Ucrania etc. 😉

    Un truco para pedir en países desconocidos platos acertados: mirar qué comen los locales 😉 Y muy buen truco el vuestro para pedir café en un sitio distinto, me lo guardo 😉

    No sé cuántos kilómetros habréis andado… pero es impresionante todo lo que os dio tiempo a ver en un día.

    1. Te puedo asegurar que desde el punto en el que está tomada la foto la nieve superaba con creces el alto de mi bota, pero el problema es que la que escribe y hace las fotos es la misma persona. Cuenta lo que vive pero tal vez no sea lo que se ve en las imágenes 🙂

      Sí, puede que las estructuras sean hierros que soportan edificios, en el Este solo hemos estado en Hungría, Rep. Checa y Eslovaquia, y no había visto nunca algo así, me pareció de lo más curioso.

      Respecto al hecho de comer, sí, es lo que siempre hacemos. Observamos al local y nos fiamos de él. La primera vez que JJ estuvo en Bratislava pidió, como ya explico, un típical. Allí, donde fuimos a comer, todo eran típicals, así que tuvimos que informarnos qué típical se adaptaba mejor a nuestros gustos.

      Ese día no sé cuantos kilómetros andamos, pero durante todo el viaje hicimos unos 20 km de media por día.

      Gracias por tu amplio comentario, se agradecen cosas así 🙂

      Marina.

  3. Como siempre, un post tuyo me sirve casi por completo de guía para visitar la ciudad. Me encanta.

    Este verano, teníamos pensado llegar hasta Bratislava después de pasar por Austria, si nos da tiempo. Hace mucho que tengo ganas de ver la ciudad de las estatuas! Pero ahora sé que tiene mucho más que ofrecer y me planteo si dedicarle sólo un día será suficiente… Aunque a vosotros el tiempo os cundió un montón!!!

    Eso sí, verla nevada también me gustaría…

    1. Cómo me alegra que te sirva. Ésta es la finalidad del blog y te agradezco que me lo hagas saber.

      La ciudad, siempre visto de un modo muy personal, creo que se merece más que una visita de paso, y la mayor razón es que a mí me pareció muy agradable y me hubiera gustado poderla vivir con tranquilidad. Hacer una noche allí creo que no es mala idea, además en verano debe estar de lo más animada, y verde, y con el río… tiene pinta de ser impresionante.

      Espero tus impresiones al respecto de Bratislava. Deseo que te guste mucho.

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