Toro y Santa María la Mayor

Aprovechando los días más largos del año, y después de la maravillosa visita al Archivo General de Simancas, decidimos salirnos de Valladolid y poner rumbo a Zamora para visitar la localidad de Toro y ver con nuestros propios ojos la joya románica que es su colegiata.

 

La jornada había comenzado en Simancas, donde pudimos visitar el castillo que lleva siendo Archivo General desde hace muchos siglos y, por ello mismo, jamás fue deshabitado repercutiendo positivamente en su estado de conservación. Esta bella localidad vallisoletana nos tuvo ocupado hasta pasada la una de la tarde, así que decidimos subirnos al coche y continuar con nuestra ruta.

En nuestros planes iniciales queríamos desplazarnos hasta Zamora capital, no os lo vamos a negar, pero parece que nos está entrando el sentido común y cada vez vamos haciendo menos kilómetros en nuestros viajes, y más si se trata de viajes por España porque, al final, siempre acabamos regresando a los sitios importantes – nos pasó con Ávila en el viaje del año anterior, o nos pasaría con Burgos en el de éste. Es por ello que dejamos Zamora para otra ocasión, pero no nos resistimos a visitar una de sus localidades célebres – y pisar así una nueva provincia española, no os vamos a engañar -, así que nuestra próxima parada va a ser Toro.

 

Toro es una localidad histórica de la provincia de Zamora. Desde tiempos inmemoriales esas tierras han estado habitadas, y testigo de ello es el berraco que podría haberle dado nombre a la localidad. Dicen que Toro es la antigua ciudad vaccea citada por Ptolomeo, y otros que es la  Arbocala que aparece en las Décadas de Tito Livio.
Después del fin de los asentamientos celtíberos la ciudad quedó abandonada, y se refundó en el s. IX siendo repoblada por mozárabes provenientes del sur, mudéjares, asturianos, vascones y navarros.De esta época es el alcázar y también el primer recinto amurallado y debido a su posición estratégica tuvo un importante desarrollo urbano.
Ya en el s. XII Toro se convirtió en un centro de poder político, religioso  y militar, y es cuando se construyó la colegiata de Santa María la Mayor. Con la separación de los reinos de León y Castilla la ciudad reforzó su papel de plaza fronteriza bajo las políticas del Reino de León.
Con la promulgación del primer fuero de la villa, otorgado por Alfonso IX de León en el año 1222, la ciudad de Toro centró sus esfuerzos en la actividad comercial iniciando así su mayor etapa de esplendor.
Uno de los momentos más importantes de la historia de Toro fue cuando en el año 1505 se reunieron en la ciudad las Cortes de Castilla para cumplir con dos importantes tareas: la primera de ellas confirmar el testamento otorgado por la difunta reina Isabel y proclamar reina de Castilla y heredera de todas sus tierras y reinos a su hija doña Juana, y por otra parte para promulgar el ordenamiento conocido como Leyes de Toro que resolvían múltiples cuestiones relacionadas con el derecho civil.
A partir del s. XVII Toro comenzó su decadencia y no habría un cambio de tendencia hasta mediados del s. XX.
 
Llegamos a Toro sobre las 5 de la tarde, bajo una fina lluvia que después de los calorazos del día anterior se agradece muchísimo. La primera impresión que tenemos de Toro es normal, sin grandes sorpresas; a primera vista parece una ciudad moderna más. Pero todo cambia cuando cruzas la Torre del Reloj que da paso al casco histórico, declarado monumental-histórico artístico en el año 1963,

Como ya hemos apuntado en la reseña histórica, Toro tuvo una gran importancia en la Edad Media, y eso se ve reflejado en su arquitectura. Son innumerables los ejemplos de arquitectura civil palaciega vinculada a la nobleza, sobretodo la de los siglos XVI y XVII, por lo que los palacios son una constante en el casco urbano, como el palacio de la Nunciatura, el de los Ulloa, el de los marqueses de Mota y condes de Villalonso… La lista se hace extensa y la razón principal por la que hemos ido a parar a Toro no son sus palacios, sino la Colegiata de Santa Maria la mayor que domina la perspectiva que se tiene desde la Calle Mayor.

 

Toro, como cualquier ciudad que creció en la Edad Media, tiene su plaza porticada en la que nos detenemos para resguardarnos de la lluvia, y para sentarnos en una terraza y tomarnos un café tranquilamente. El entorno es magnífico, y somos bien pocos los que estamos allí un martes de junio – el señor del bar y poco más. Lo bueno y lo malo que tiene viajar en épocas intempestivas es que te encuentras con poca gente en los sitios. Por una parte te hace vivir experiencias más auténticas, pero por otra imposibilita la visita a algunos monumentos por no estar abiertos más allá del fin de semana. Y esto es lo que nos sucederá en Toro, aunque eso ya lo sabíamos a priori, por lo que esta vez no renegamos de ello.

La Colegiata de Santa María, como ya hemos dicho, se divisa tan solo cruzar la Torre del Reloj y meterse en la Calle Mayor. Su cimborrio pare una atalaya, una cosa estranya para ser románica, muy orientalizado, casi un minarete chato.

 

La Colegiata de Santa Maria de Toro comenzó a construirse a mediados del s. XII y no fue concluida hasta bien entrado el s. XIII. Fueron varios los maestros que dieron forma al edificio, empezando el trabajo en un románico primitivo y terminándolo en un estilo que ya vaticinaba el gótico.
La construcción comenzó en piedra caliza, alzándose primero la cabecera y las portadas laterales y terminó con piedra arenisca rojiza, como una representación de las duras tierras en las que se alza.
La colegiata de Toro tiene muchísimas semejanzas con la catedral de Zamora – y también con la de Salamanca -, de plantas semejantes casi idénticas, y con las torres-linterna – o cimborrios – despuntando sobre toda la construcción.

 

La Colegiata de Santa María aparece al final de la calle con todo su esplendor, deslumbrante, robusta pero a la vez delicada. Los finos trabajos en piedra hechos en la piedra de las portadas y en el cimborrio contrastan con la tosquedad de las gruesas paredes románicas. La colegiata es todo un tesoro de la arquitectura románica, y una verdadera delicia para la vista de aquellos que aman las construcciones medievales.
Si una consigue apartar la vista de la construcción, y es capaz de dar la vuelta, verá como la belleza artificial creada por el hombre está en constante pugna con la belleza natural del Duero y los campos que riega. No exagero si digo que el paisaje zamorano que aparece ante mis ojos me sorprende tanto como la Colegiata. El horizonte se torna infinito y un hilo de plata va embastando los campos ocres y verdes que son vida pura.
Además de la Colegiata existe en Toro otra construcción que debe visitarse. Se trata del alcázar, primer edificio de la ciudad, construido en el s.X, y que formaba parte del conjunto de murallas que defendían y rodeaban la ciudad. Este lugar, además, fue residencia de los Reyes Católicos y se declaró Monumento Histórico-Artístico en el año 1931.
Nuestra visita a la ciudad de Toro termina aquí, no sin antes pasar otra vez cerca de la Colegiata, verdadera protagonista de nuestra visita. A esta ciudad tendremos que volver, para poder visitar el interior de la Colegiata, y ya vamos aprendiendo eso de no ponernos demasiado nerviosos si encontramos los sitios cerrados: tarde o temprano acabaremos regresando.

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