Los Pobres en Euskadi | Bilbao bajo la lluvia


Nuestro segundo día en Euskadi comienza con el cielo nublado y la lluvia amenaza con estar presente durante todo el día. ¿Qué vamos a hacer en Bilbao, entonces, si nos va a llover? Pues algo habrá que pueda hacerse a cubierto, seguro…

 

El día 1 en Bilbao lo pasamos fuera de la ciudad. Aprovechando que la predicción meteorológica daba buen tiempo – al menos por la mañana –, decidimos ir hasta San Juan de Gaztelugatxe (podéisleerlo aquí) y nos pasamos, también, por Bermeo y Mundaka (lectura aquí). Aunque de Bilbao vimos poco, sí pudimos disfrutar de un paseo mañanero por la ría, yendo desde la estación de Abando Indalecio Prieto hasta la de Atxuri, donde tomamos el tren para desplazarnos hasta la Costa Vasca. Y es esa misma mañana cuando descubrimos el mayor encanto de Bilbao: su ría. La ciudad vive completamente ligada a este curso de agua y la vida se desarrolla en torno a ella, aun siendo invierno. Una de las mejores vistas que encontramos, y de casualidad porque nos equivocamos de estación de tren, se tienen yendo desde Abando hasta Atxuri saliendo por el párking de la primera y descendiendo calle abajo.

 

 

 


Cercano a Atxuri tenemos el Mercado de la Ribera, de los más concurridos de Bilbao, y también la iglesia de San Francisco de Asís, silueta de la cual aparece en el escudo del Athletic.
 

 

El Mercado de la Ribera y la iglesia de San Francisco, junto a la ría.

 

Pero vayamos con el segundo día en la capital de Euskadi. Como os hemos dicho en la introducción, el día amenaza lluvia y, de hecho, cuando salimos a la calle está chispeando. La lluvia fina no molesta en esos momentos y el paseo por la ciudad, aún y teniendo en cuenta este pequeño inconveniente, es agradable. Nuestro primer destino de la mañana va a ser un preludio de lo que haremos todos los días que estaremos en la ciudad y de camino a él me sorprendo al ver un panel luminoso anunciando la buena calidad del aire. Eso, viniendo de una ciudad como València, sorprende, y se nota al respirar: aire puro, fresco y limpio.

 


Tras unos minutos de camino llegamos a nuestro destino: el Swansea. Se trata de uno de los muchísimos bares de Bilbao donde cocinan tortilla de patatas, esas tortillas de patatas bilbaínas que son puro pecado: la patata bien hecha, con su cebolla casi caramelizada y el huevo cremoso. Para una amante de la tortilla de patatas el Swansea es el paraíso; probar un bocado de aquel manjar es como estar engullendo un trozo de cielo.


 

 

Después de tomarnos un desayuno como unos campeones y de estar un buen rato de tertulia que tiene como tema principal LA TORTILLA DE PATATA,  tenemos pensado ir hasta La Alhondiga – centro Azkuna después de la muerte de éste -, un espacio cultural que tiene un gran atractivo debido a sus columnas de distintos estilos que sustentan el edificio.


 
Y no solo por eso es un edifico popular, ya que si miramos hacia arriba veremos un de techo de cristal que no es tal, sino el fondo de una piscina. Sí, una piscina. En La Alhondiga hay una piscina de la que se puede ver el fondo – y los pies y piernas de quienes en ella están – desde la planta baja del edificio.




La Alhondiga es una especie de centro cultural/lúdico con auditorio, cine, bares, espacios para niños… Un lugar donde los bilbaínos van a disfrutar de su tiempo libre en un espacio un poco peculiar, de concepto muy contemporáneo, que tiene un sol proyectado en el recibidor – que dicen que es el sol de verdad.

 

 

 
Desde La Alhondiga, y cuando la lluvia – que ha sido fuerte durante un buen rato – arremete, nos vamos paseando por el ensanche hasta encontrarnos con el edificio de la Diputación Foral de Vizcaya, edificio construido en el año 1900 y que destaca por su monumentalidad. De hecho, todo el ensanche bilbaíno es un festín de caserones señoriales y arquitectura de principios el s. XX.


 

Desde allí, y bajo un persistente sirimiri, continuamos hasta la Biblioteca Foral y desde ella tenemos ir pensado a tomar unos pinchos en El Globo, pero resulta que está cerrado, así que nuestro camino prosigue hasta la parte vieja de la ciudad, siguiendo el post de En Ocasiones Veo Bares dedicado a los pintxos en Bilbao [link aquí] nos ponemos a ello.
 
 
A las horas que son, que ya no son horas, los bares están poco concurridos – digamos que entre eso y la lluvia… -, así que nuestra ruta de pinchos un martes pasado por agua es un poco desangelada. Aun y así, nos metemos en el cuerpo buenas cañas, buenos pinchos y buen ambiente – rock’n’roll en los bares sí, por favor.


Decidimos, en ese momento, regresar a casa de nuestra buena amiga Anna para dejar reposar nuestros cuerpos, y aprovechar para seguir preparando algunas cosas de su boda.

El Casco Viejo bajo la lluvia


La tarde va pasando y el cielo se va abriendo, así que decidimos ir, otra vez – todo a pie, no crean ustedes –, hasta el Casco Viejo para ver qué es eso de la quema de la sardina, porque resulta que hoy termina el Carnaval en Bilbao – que parece ser una fiesta de lo más concurrida – y éste va a ser su último acto.



La quema de la Sardina


Seguimos otra vez la ría y llegamos hasta el Teatro Arriaga desde el que queremos ir hasta la Plaza Nueva, pero nuestra orientación – la mía, en mayor medida – es nefasta y no hacemos más que dar vueltas sobre nosotros mismos en un barrio que es más pequeño que algunos de mi pueblo – que no tiene ni barrios. Finalmente escuchamos tambores y dulzainas y comprendemos que estamos cerca del meollo, y cuando vemos pasar a un río de gente con cirios en la mano en modo procesión sabemos que aquello es lo que estamos buscando.


Vamos hasta la cabeza del desfile y nos topamos con un señor vestido de monje que lleva una gran cruz colgada del cuello, otros que tocan tambores y dulzainas, un espécimen más – vestido también con hábito monjil – que transporta un bidón al hombro y, presidiendo la comitiva, un par de personas más arrastrando un carro con una gran sardina hecha de cartón piedra.


Súbitamente, la música para. El señor con bidón al hombro dispone el cilindro metálico en el medio de la calle y el señor monje se sube a él y empieza a echarnos un sermón, medio en euskera, medio en español. Una pobre transeúnte es tomada como presa del monje con ansias de inquisidor, transeúnte a la que se le aplica un juicio rápido por haber cometido el mayor pecado de nuestros tiempos: ir de tienda en tienda. Tras algunas oraciones que, a mi juicio, la Conferencia Episcopal no aceptaría – pero, ¡qué más da! Es Carnaval –, la mujer es absuelta y puede seguir con su actividad pecaminosa, y también continúa el desfile hasta que llega al Teatro Arriaga y allí se detiene.




En este punto la procesión se convierte en concentración. Se reparten sardinas de chocolate y el rito final comienza para terminar, entre fuego y petardos, quemando la sardina.

 

 


La quema de la sardina tiene lugar el martes de Carnaval, y con ella se pretenden quemar todos los pecados cometidos durante la semana carnavalera.
¿Por qué la quema de la sardina? No hay una explicación certera, pero dos son las teorías aceptadas. La primera de ellas habla del entierro de la carne como símbolo del pecado, siendo el costillar de cerdo el más utilizado. La similitud de los huesos con la raspa de una sardina fue lo que dio paso al entierro de la sardina. La segunda explicación, menos extendida, la encontramos en la idea que tuvieron unos estudiantes madrileños allá por el s. XIX, y que decidieron hacer un cortejo fúnebre presidido por una sardina para despedir el Carnaval.


Y con esto y una sardina termina nuestro segundo día en Bilbao, bajo la lluvia, pero ¡qué más da! Habiendo cerveza, tapas y rock’n’roll, ¿a quién le importa el agua?

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