Carcassonne en fin de año. Carretera y manta (PARTE II)

Suena el despertador y yo ya estoy levantada, preparando todo.  

La noche anterior hemos tenido concierto, y Raquel ha llegado desde Valencia a las tantas de la mañana porque trabajaba. La pobre no puede levantarse a la hora indicada – está agotada – por lo que nos esperamos un poco. Finalmente, sobre las 8.30h empezamos a cargar el coche ¡Vaya faena! Parece que nos vayamos para tres años, y no para 5 días… no sabemos cómo colocar las cosas. Aún así Víctor consigue meterlo todo – creo que jugaba mucho al tetris de pequeño – y nos subimos al coche como podemos – alguna foto del interior del automóvil hubiera estado bien, eso sí es aprovechar el espacio. Entonces a Juanjo se le ilumina la bombilla: ¡oh! No he mirado la presión de las ruedas. Vaya… pues vamos a mirar la presión de las rueeeeeedas. Nos dirigimos al almacén y mi padre saca el cachivache ese y miramos la presión y las hinchamos un poco. Y entonces digo: ¿y las cebollas? ¿No tenemos cebollas? Vaya… pues arrancamos y pasamos por Traiguera a coger ceboooooollas. Hala… un rato después, sí, ¡arrancamos!

Nuestra primera parada, y viendo que vamos un poco justos de tiempo, va a ser Besalú. Allí comeremos (empanada gallega y ensalada de pasta que una servidora hizo el día anterior) y estiraremos un poco las piernas.

¿Qué es Besalú? Pues Besalú es un pueblo de Girona que mantiene su construcción medieval casi intacta. Tiene un puente que seguramente todos habréis visto alguna vez, porque es constantemente fotografiado y mostrado. No íbamos a ser menos nosotros…

    Besalú és un pueblo con una larga historia y una larga tradición – como todos los pueblos, claro está -, y que conserva su carácter antiguo bastante bien. Ya os habréis dado cuenta que a Juanjo y una servidora las piedras y castillos nos gustan mucho, y Besalú es uno de esos lugares que gustará si gusta lo antiguo – muy antiguo.    En Besalú hacen bastantes cosas durante todo el año – tienen 5 ferias temáticas – y lo tienen bastante acondicionado para pasar allí el rato. De hecho, nosotros comimos al lado del río en unos merenderos – tuvimos que dejar la tauleta, no cabía en el coche.  

Es muy agradable dar una vuelta por la localidad, ya que es bastante atractiva. Ahora bien… si en el mes de diciembre había tanta gente, no quiero ni imaginarme la que habrá en otras épocas del año. Tiene muchísimo patrimonio visitable, pero como ir allí fue improvisado – por la meteorología lo decidimos un par de días antes – no organizamos bien la visita – excusa para volver por la zona. Aún así, disfrutamos muchísimo del sitio.

Pusimos de nuevo los trastos en el coche y emprendimos el camino hasta La France.

Hasta este punto han sido 4h de viaje y 350km.

Nuestro siguiente destino, y teniendo en cuenta que íbamos retrasados en el tiempo, sería ya Narbona. Aunque teníamos mirado parar en Perpignan o Figueres, las horas se nos echaban encima. Así que después de hacer el friki por la frontera llegamos a Narbona un par de horas después.

Aparcamos en el centro mismo de la ciudad – creo en la Avenida de los Pirineos -, por lo que teníamos a dos pasos el centro histórico. Girando la esquina, y nada más levantar la cabeza – además, llevábamos ya le mapa de casa, recordad que nos lo mandaron por correo – te encontrabas con la catedral. Quisimos entrar en la oficina de turismo, pero al ser domingo y tarde – ya para los franceses, deberían ser casi las 18.00h – estaba cerrada. Pero ningún problema, lo ya dicho, la información traída de casa.

Estaba oscureciendo ya, y el centro histórico empezó a iluminarse. ¡Qué pasada! La catedral es espectacular. De hecho, todo el conjunto, unido al Palacio Episcopal y la plaza es una pasada – y más iluminado de aquella forma.

Visitamos la catedral y el claustro – entrada gratuita todo el año. Haba una ambientación navideña bastante lograda y el paseo se hizo todavía más ameno. Deciros que para visitar Narbona, y si queréis verla tranquilamente, debéis dedicarle un día completo, ya que tiene cosas interesantes que descubrir. Además, es bastante agradable pasear por sus calles, y en verano o primavera debe estarse bastante bien.

Después de haber visitado todo el conjunto del centro, nos dirigimos hasta la feria de Navidad y allí nos tomamos unos gofres buenísimos.

Íbamos paseando por Narbona y se me ocurrió mirar el móvil (aquí viene la anécdota primera del viaje): tenían que llamarme del apartamento ya que los domingos sólo tiene la recepción abierta hasta las 12 del mediodía. Habiéndome comunicado con ellos vía mail para avisarles que nuestra llegada sería tardía, quedamos en que me llamarían para darme el código de entrada. Pues bien… mi móvil no cogía cobertura. A todos les funcionaba menos a mí. No jodas. Tenía un número de teléfono apuntado por si acaso… pero allí no hubo manera de contactar con nadie. Así que, con la mala leche que me caracteriza, les hice a todos replegar velas e irnos hasta Carcasona para poder solucionar allí las cosas.

Hasta Narbona, por lo tanto, tuvimos 144km y 2h15′.

Eran ya pasadas las 20.00h y nos quedaba aún una hora de camino. Cada vez iba poniéndome más nerviosa – ¿he dicho ya que tengo muy mala leche? – y mi hermano y mi novio haciendo el hornobollo por el coche… Bien, al fin divisamos la ciudad de Carcasona y ¡qué vistas señores! No olvidaré nunca la primera imagen que tuve de la ciudad iluminada; increíble.
La plaza de la bastida estaba ocupada por una gran noria y una feria navideña – en Francia se lo toman muy a pecho todo esto de la decoración navideña – y nos metimos con el coche por las callejuelas estrechas y cuadriculadas para ver si conseguíamos dirigirnos hasta los apartamentos. Finalmente, entre la intuición, el GPS y que yo me sabía de memoria cada uno de los elementos de la fachada del lugar, conseguimos dar con él. Allí encontramos el mismo número de teléfono, que no nos sirvió para nada… ¡pero esto qué es! Total, que allí estábamos, sin poder entrar. Aparecieron entonces nuestros salvadores: una pareja de españoles que amablemente nos dieron el código para abrir la puerta principal. Bien, ya estábamos dentro; al menos dormiríamos bajo techo. Problema 1 solucionado. Problema 2: ¿cómo llegamos a nuestra habitación? Después de dar vueltas por el hotel – inmenso -, encontrar una habitación abierta – ¿sería la nuestra? – y demás tropelías, miramos en un cajetín de la entrada. Había otro teléfono. Llamamos. Nos dieron el código para abrirlo. Abrimos. Allí estaba nuestra llave. BIEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEN. Después de un buen rato – que se me hizo eterno – conseguimos llegar a la habitación. La primera impresión del lugar fue muy buena (borrado el susto inicial), los apartamentos tienen un patio central común con hamacas, sillas, etc. En el mes de diciembre no hacía demasiado buen tiempo como para disfrutar de ello, pero en primavera o verano se puede salir a desayunar allí tranquilamente. El apartamento consta de dos plantas. En la inferior y solamente entrar te encuentras con una puerta a la derecha donde se encuentra la taza del W.C. Parece ser que en Francia es costumbre separar ducha y pila de manos con la taza del W.C… mejor para nosotros, que éramos 4, así mientras unos están en un sitio, otros en otro. Una puerta separa el pasillo del salón, con una mesa redonda y cuatro sillas y una cocina office con todo lo necesario – cacharros de cocina incluidos. Había también un sofá cama bastante grande, un televisor y un mueble donde poder dejar las cosas. Una escalera de madera llevaba al piso superior donde estaba el resto del baño, bastante amplio, con bañera, y la habitación con un gran armario y una cama doble enorme. Para lo que pagaríamos, genial.

 Después de toda la aventura teníamos un hambre increíble, y más ganas aún de ir a visitar la ciudad de Carcasona, por lo que metimos todos los trastos en el apartamento, comimos algo rápidamente y a explorar la ciudad. Sólo un empinado camino separa el apartamento de las puertas de las murallas – te plantas allí en menos de cinco minutos. Esto fue con lo que nos encontramos:

En las fotos de arriba podéis ver a los turistas Un Millón haciendo el burro… para variar…

Eran casi las 11 de la noche, y la ciudad estaba desierta – wow. La iluminación y la soledad unidas, claro está, a la preciosidad del lugar hicieron aquella primera toma de contacto con la Cité mágica. Dimos una vuelta sin rumbo, disfrutando, deleitándonos. Perderse por esas calles desiertas fue increíble – sí, salimos encantados.

Nos tocaba ahora irnos a dormir, al día siguiente teníamos castillos cátaros que descubrir y llevábamos un largo viaje a nuestras espaldas…

La última etapa del día fueron 57km y poco menos de una hora.

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