Brantôme | La gruta más inquietante de todo el Périgord

Dicen de Brantôme que es la Venecia del Périgord. No he estado en Venecia – la gente, el dinero, la desilusión por su mala gestión turística –, pero creo que a Brantôme la comparación le viene grande. No creo que deban hacerse este tipo de comparaciones por el mero hecho que la ciudad tenga un par de canales o un río que la circunde. No sé, me parecen exageraciones y muy malas estrategias turísticas: cuando llegas allí te cae el mito.

No es lo que me pasa a mí. No voy a Brantôme con la idea de ver una pequeña Venecia. La razón por la que decido pasar por allí es otra: su gruta. Y porque dicen que tiene mucho encanto, eso también. Y que hay algunas cosas interesantes por ver y hacer en este pueblo.

Hay mucha gente que escoge Brantôme, capital del Périgord Verde, como centro de operaciones para descubrir la zona, y no es una mala idea. Desde mi punto de vista Brantôme es un lugar bien situado pero que tal vez tiene menos servicios que Périgueux al ser esta última una localidad de mayor tamaño. Por lo tanto la oferta hotelera así como tiendas y restaurantes los encontrarás en un menor número en la capital del Périgord Verde.

A Brantôme se llega pronto desde Périgueux, pero nosotros decidimos, antes, pasar por Bourdeilles [lo explicamos 🔗 aquí] ya que nos parece una ruta bastante lógica visitar estas dos localidades del Périgord Verde desde la capital del Blanco – vaya lío de nombres y lugares.

La carretera que va de Bourdeilles a Brantôme no es una mala carretera, todo lo contrario. Aunque sí es estrecha, nada tiene que ver con las carreteras que nos encontraremos en los días posteriores en nuestro viaje. Por lo tanto, es una buena idea programar una visita a estas dos localidades en el mismo día, aunque eso sí, ten en cuenta que vas a ocupar media jornada si no quieres hacer una visita apresurada.

Brantôme

Después de algunos kilómetros de conducción entre paisajes de lo más bucólicos llegamos a la localidad de Brantôme. Cabe decir que es la capital del Périgord Verde.

El Périgord está dividido en cuatro. El Púrpura que tiene como capital Bergerac, el Blanco con capital en Périgueux, el Verde con capital en Brantôme y el Negro, cuya capital es Sarlat.

A lo lejos se ve la Abadía, la que esconde esas grutas que tanto misterio desprenden. SE ve también el río, un puente que lo cruza, y un pueblo encajado entre las aguas fluviales. Lo que no vemos – porque no buscamos bien – es aparcamiento. Después sabremos que en la parte interior hay un montón de espacio de aparcamiento que no veas. Pero hasta ese momento, dejamos el coche un poco apartado y nos dirigimos hacia la Abadía.

La Abadía de Brantôme

Un poco de historia

La abadía de Brantôme se remonta, según la leyenda, a Carlomagno. No sé si la Historia guarda rey que existiese de verdad que haya llenado el imaginario popular de tanta leyenda como fue Carlomagno. Es pensar en Carlomagno y la fantasía se desata, y eso pasa también en Brantôme.

Dicen que fue en el año 769 cuando Carlomagno fundó esta abadía quien dispuso allí las reliquias de uno de los Santos Inocentes masacrados por Herodes según explica San Mateo en su Evangelio, y hasta un fragmento de la reliquia del niño se conserva en el santuario.

Lo que sabemos de cierto son los orígenes troglodíticos de la Abadía excavada en en la roca calcarea. La parte de la abadía benedictina se construyo originalmente en el acantilado, atravesado por una docena de cuevas que sirvieron como viviendas, también como palomar. Cabe mencionar aquí que tener un palomar en la Edad Media era símbolo de poder y privilegio, eran las clases pudientes las que, mediante decreto, podían disfrutar de un lugar como estos en su haber. La cría de pichones era muy importante por el uso de la carne en la dieta de la época, y los excrementos servían como abono muy eficaz. Además, los excrementos se usaban también para realizar remedios caseros y de allí se sacaba salitre para fabricar pólvora. Imaginad, entonces, lo que suponía: quien tenía un palomar tenía un tesoro.

No sabemos cierto si la Abadía fue fundada por Carlomagno, pero sí sabemos que su abad estuvo presente en el Coniclio de Aix-la-Chapelle convocado el año 817 por Carlomagno para reformar la vida monástica de su imperio. De ese espacio, el de principios del s. IX, poco queda, y es que las incursiones de los normandos provocaron la destrucción del espacio original por parte de los vikingos en los años 848 y 857.

Después de eso, allá por el año 900, los monjes reconstruyen el monasterio que comienza a prosperar a partir del s. X. Sera un poco después cuando se construya el campanario, que data del s. XI y es el más antiguo de Francia.

A partir de ese momento, aunque el lugar tome cierta relevancia debido al Camino de Santiago, la Abadía ira perdiendo fuelle y durante la Guerra de los Cien Años la construcción – así como toda la localidad – sufrirá muchísimo y es devastada en el año 1383 por las tropas de Raimond II de Montaut, aunque sera restaurada antes de ser transformada por los ingleses, en el año 1404, en una especie de castillo. La iglesia abacial fue destruida pero se restauró en el 1465 y el claustro fue reconstruido en el año 1480.

A principios del s. XVI la Abadía contaba solo con trece religiosos y tras algunos vaivenes consiguió, en el año 1559, doblar el número de monjes hasta llegar a los 37. Y éste sería el pico a partir del que todo iba a descender: la Abadía de Brantôme contaría con solo 8 religiosos en el año 1768.

La visita

Pero vayamos a la visita. Nos acercamos a la entrada, que nos cuesta encontrar y por la que debemos preguntar a una señora que hay por allí. El espacio desde el que accedes a la abadía es bastante precario, quiero decir, está viejo y desangelado. El chico que nos pide las entradas – que hemos ido a recoger en la oficina de turismo enseñando nuestro tique de Bourdeilles – nos pregunta en qué idioma queremos la información y le decimos que en español El chaval, entonces, se nos pone a hablar en español y nos explica por dónde debemos comenzar el recorrido.

Lo primero con lo que nos encontramos es con un patio lleno de flores y en el que quedan unos pocos restos de los espacios conventuales y a mano derecha nos adentramos en la abadía troglodítica.

Al metemos en las cuevas vamos transitando por diversos espacios donde se desarrollaba la vida monástica de la abadía. Los monjes usaban ese lugar ya naturalmente predispuesto para el abrigo como espacio monacal en el que se encontraba el molino abacial y el ya mencionado palomar.

El espacio nos parece de lo más curioso, y es que conocíamos alguna construcción religiosa troglodítica – sin ir más lejos, La Balma en Sorita –, pero jamás habíamos visto algo de un tamaño tan considerable. Y claro está que lo que más llama la atención es, sin ningún tipo de duda La gruta del Juicio Final, con diversos relieves esculpidos en la piedra y que datan del s. XV.

Antes de viajar al Périgord me informo bastante al respecto y una de las cosas que mencionan que tienes que ver es esto. No sé si va a ser tan espectacular como lo pintan pero resulta que sí: los relieves del Juicio Final impactan mucho. No es solo por el lugar en el que están, tampoco por el tamaño, si no por una especie de aura misteriosa que desprende esa gruta que es la más grande de todo el recorrido.

¿Qué representan estos relieves? La verdad es que no hay un consenso al respecto ya que la figura central es algo semejante a un triunfo a la muerte y a su derecha se sitúa una crucifixión de inspiración italiana. Pero… por qué la muerte coronando el espacio? En la actualidad todavía es motivo de controversia, y nosotros nos quedamos allí mirando e intentando comprender a qué viene esa figura tan tétrica.

Después de esto pasamos por un par de palomares más – no sé cómo sólo quedaron unos pocos monjes con la cantidad de palomas que tenían allí – y por delante de la fuente del peñasco consagrada a San Sicario y que aún hoy en día es venerada por sus virtudes sobre la fecundidad. Por si a caso, yo no me acerco. También cerca de allí se conservan los restos de una piscifactoría donde los monjes criaban salmones.

La fuente maldita.

Terminamos esta parte de la visita en el Museo Fernand Deumolins, un pintor académico que le dio por el Espiritismo y centro sus obras de los años 1900 a 1902 en los estudios de la psiqué. En las estructuras modernas situadas frente a las grutas se encuentra la sala que hace la función de museo y la verdad es que nos parece un sitio, también, bastante inquietante. La exposición, ambientada con sonidos bastante tétricos, se basa en cuadros del autor y objetos que fueron importantes en su vida, muy relacionados con el Espiritismo y el Ocultismo. Un lugar, como poco, curioso, en el que sinceramente pasamos poco rato, así que nos salimos y vamos a visitar lo que queda de Abadía.

A mano izquierda, la parte de las grutas. A mano derecha, el edificio donde se encuentra el museo y en el fondo, despuntando, el campanario más antiguo de Francia.

La iglesia abacial.

La suerte que tienen en Francia es que el Estado es el dueño de las iglesias y, por lo tanto, puedes visitarlas de forma gratuita. A diferencia de lo que pasa en España, en Francia, iglesias y catedrales son estatales, por lo tanto, públicas. Y es lo que pasa también en Brantôme: visitar la iglesia es gratis. No así el campanario que, como ya he señalado más arriba, es el más anciano de toda Francia.

Antes de entrar en la iglesia abacial te encuentras con lo poco que queda el antiguo claustro, algunos arcos ojivales de estilo gótico que permiten hacerte una pequeña idea de lo que era aquello antes de convertirse en historia.

La iglesia, que data del s. XV – al menos su parte más renovada –, tiene orígenes románicos, como lo es la Abadía, pero las vicisitudes históricas hicieron que su estado no fuese el mejor, así que Paul Abadie, alumno de Viollet-le-Duc, se puso manos a la obra y comenzó a restaurar la iglesia en el año 1850. Nueve años después suprimía tres galerías del claustro. Lo que vemos hoy es el resultado de esas restauraciones que seguro para los historiadores del arte no estarán exentas de polémica. Para nosotros, amantes de lo gótico y lo románico, nos parece una iglesia preciosa.

El casco histórico

El siguiente paso en nuestra visita a Brantôme es dar un paseo por el casco histórico de la localidad. Sus calles están llenas de antiguos palacios y casas señoriales y en sus alrededores son numerosos los chteaux privados que, además, son también monumento histórico. Una de las casas remarcables, y que se encuentra mirando al río – debes apartarte del centro, dirección a la ladera – es la que se conoce como la casa con galería. Su reflejo en las aguas fluviales son una maravilla.

Brantôme, como buena localidad con río – y de allí su apodo como Venecia del Périgord –, tiene varios puentes entre los cuales destaca el puente en ángulo de 90º que te lleva hasta una especie de isla que hay en el centro del río. Lo cierto es que no habíamos visto nunca una cosa parecida y se me hace de lo más curioso.

Pasear por las calles de Brantôme está bien, las calles son estrechas, las flores abundantes, y los bares y las tiendas de souvenirs también. Nosotros paramos a comprar, pero lo que compramos es una deliciosa baguette en una de sus panaderías y una pequeña clafoutis en una de sus pastelerías. Apuntar aquí que la tarta es más económica si la pides para llevar que si vas a tomártela en el establecimiento.

Después de esto nos queda poco más que hacer en la localidad. Bueno, todavía hay algo muy importante: vamos a comer. Y como buen viaje a Francia lo mejor – si tienes un presupuesto reducido – es montarte un piquenique, y en esto los franceses están muy preparados. Para tal fin desplazamos el coche, lo aparcamos, ahora sí, donde toca, y movemos nuestros bártulos hasta una de las múltiples mesas que hay preparadas para poder comer. Nuestra suerte es que comemos en Francia siguiendo el horario español, por lo tanto las mesas ya están vacías y no tenemos problema por pillar una bien situada, a la sombra y a orillas del río. Ésta va a ser la primera de las muchas comidas de este estilo que vamos a hacer en el Périgord: siendo un destino tan caraono hay otra cosa que comer bocadillo – o ensalada de pasta – en mitad de la campiña, o al lado de un río. Ahora que lo pienso: el asunto no es tan malo al final.

Datos prácticos

Dónde aparcar

Dirígete a la zona de cámping y allí encontrarás mucho espacio de aparcamiento gratuito. También tienes la zona para comer y descansar, que es donde nosotros comimos.

Entradas

Las entradas a la abadía se compran en la oficina de turismo que se encuentra frente a la Abadía. Tienes diferentes modalidades de entrada y nosotros optamos por la combinada con el castillo de Bourdeilles. También puedes visitar la Abadía y el Campanario o combinar la visita con el Castillo de Puyguilhem, en la vecina localidad de Villars.

💰Precios 💰

➡Cueva de la abadía o campanario €7.50
➡Visita Abadía y Campanario €9.50
➡Entrada combinada con el Castillo de Puyguilhem €10 y con el de Bourdeilles €12

Horarios

La Abadía está abierta del 12 de febrero al 30 de diciembre. Como todos los monumentos en Francia, a las 6 de la tarde suele cerrar, así que organiza bien tu visita si no quieres quedarte sin verla.

Más información

Puedes encontrar más información sobre la Abadía siguiendo este enlace: https://www.perigord.com/es/listings/sites-touristiques-visites/abbaye-de-brantome/

Te recomiendo también echar un vistazo a este vídeo (en francés):

Puede que os interese saber que Brantôme se encuentra en un espacio que es reserva de la biosfera y en el Parque Natural Regional del Périgord Limousin, por lo que si os interesa hacer actividades de turismo activo, aquí también podréis llevarlas a cabo. Tenéis más inofrmación en este link: http://www.pnr-perigord-limousin.fr/Decouvrir

Bueno, qué, después de saber qué puedes ver y hacer allí: ¿te han entrado ganas de visitar Brantôme?

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¡Gracias!

Una filósofa y un politólogo que amana viajar y lo hacen a pesar de los pocos recursos que tienen. Viajar es más que un capricho, viajar es una necesidad y aquellos que somos pobres en un primer mundo de opulencias tenemos derecho también a realizar nuestros sueños viajeros. Porque los pobres también viajamos.
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